
Aunque todo comenzó en una noche de mayo de 1983, en el londinense Royal Opera House, con Un ballo in maschera, de Verdi mediante, fue el 8 de octubre de 1988, en las fuentes de Montjuic, al recibir la bandera olímpica desde Seúl, que la capital catalana se convertía en canción. Barcelona se multiplicaba porque sería la sede de los Juegos de 1992 y porque Freddy Mercury y Montserrat Caballé, en un empaste mágico y pletórico de amor, unieron al rock y a la ópera, para poner a la ciudad Condal en los corazones de millones de seres humanos antes de que una flecha del arquero paralímpico Antonio Rebollo le prendiera fuego al pebetero y dejara abiertos los Juegos de la xxv Olimpiada.
Él la conoció en la capital británica y fue hechizado por ella. Supo que cantarían juntos, y fue su deseo que Barcelona se cantara el 25 de julio de 1992, en la apertura de la lid multideportiva, pero dejó este mundo ocho meses antes. El fruto de sus voces, que aún hoy nos deja la emoción a flor de piel, quedó como el himno popular de los Juegos. Cual homenaje a los atletas, a ellos y al mundo, en la clausura de la que muchos consideran la mejor cita bajo los cinco aros, los excelsos registros de José Carreras y su exesposa, Sara Brightman, alumbraron a Amigos para siempre, cantada también en los funerales de Juan Antonio Samaranch, quien guió al Comité Olímpico Internacional por 21 años.
Barcelona aspiró, sin éxito, a organizar los Juegos en 1924, 1928, 1936 y 1940. El premio a tal perseverancia fue una excelente organización y el gran espíritu de amistad que reinó en cada competencia. La historia la obsequió con la presencia de varios jefes de Estado, reunidos en la Cumbre Iberoamericana que en aquel verano se celebraba en Sevilla. En ese ambiente, se hicieron realidad las palabras de Fidel Castro Ruz.
El Comandante en Jefe de la Revolución Cubana expresó, cuatro años antes, al equipo femenino de voleibol cubano, a propósito de los 12 años de ausencia olímpica, que la Mayor de las Antillas tendría la mejor actuación de su historia. En cambio, los más avezados especialistas pronosticaron un fracaso por ese distanciamiento y por las difíciles condiciones económicas en el país tras la desaparición de la urss y el campo socialista europeo. No tuvieron en cuenta que la afirmación no era una profecía, sino el resultado de una obra. «El 83 % de los atletas de nuestra delegación proviene de los Juegos Escolares. La causa fundamental de nuestros éxitos es la participación masiva. El deporte es una prueba del gran desarrollo social alcanzado por nuestro país», dijo Fidel.
Cuba fue quinta en el medallero, con 31 preseas, su más alto acumulado, 14 de ellas de oro, la mayor cantidad hasta hoy. Seis deportes lograron títulos dorados y ocho alcanzaron el podio, mostrándose la versatilidad del desarrollo deportivo de la nación.
Nueve boxeadores llegaron a la final, récord aún vigente, como lo es también que siete bajaron del ring vencedores; Javier Sotomayor, ya recordista mundial, voló más alto que nadie; el equipo femenino de voleibol comenzó a escribir la más encumbrada página de este deporte en los Juegos Olímpicos; Maritza Martén ganó en el disco, algo que pudiera ocurrir otra vez en Tokio; el béisbol, en su estreno, no tuvo rivales; los luchadores Alejandro Puerto y Héctor Milián fueron campeones, y Odalys Revé le dio a América Latina y al Caribe el primer trofeo de una mujer en el judo.
Al recibir a los atletas, en el más elevado espíritu olímpico, ante los siguientes Juegos en 1996, Fidel dijo: «Nuestro espíritu es cooperar con el éxito de las olimpiadas de Atlanta, considero que es nuestro deber moral y nuestro deber deportivo».
En Barcelona, la etíope Derartu Tulu venció en los 10 000 metros y se convirtió en la primera mujer negra africana con una medalla de oro; brilló el dream team de Michael Jordan, en el baloncesto; fue la última vez que coincidieron en un año los Juegos de Verano e Invierno, y los primeros que no tuvieron a la Unión Soviética.