Con la desaparición de Olimpia, que después de la prohibición de sus Juegos, terremotos, incendios e inundaciones completaron el sepulcro del ideal de competición en la arena más gloriosa del mundo, los olímpicos cayeron en un profundo letargo.
No fue hasta finales del siglo xviii que la obra de eminentes educadores alumbró, con sus saberes, lo que sería el alba del regreso de los Juegos. El español Tomás Amoros promovió la necesidad de incluir los ejercicios físicos en los nuevos esquemas pedagógicos. En Alemania, Luis Jahn recomendó el uso de aparatos y la gimnasia de tensión y fuerza; el sueco Per Henrik Ling propuso ejercicios gimnásticos, rítmicos, lentos y naturales, y el pastor anglicano Thomas Arnold concibió el deporte de la competición como elemento básico de su sistema educativo.
En opinión de Conrado Durantez, «es en este favorable ambiente internacional que surge la figura decisiva del francés Pierre de Fredy, Barón de Coubertin (1863-1937), quien fuertemente influenciado por la dimensión espiritual de las lides de la antigua Olimpia, el sistema pedagógico inglés y el método educativo implantado por Arnold, propone el 25 de noviembre de 1892, en una reunión desarrollada en la Universidad de La Sorbona, la restauración de los Juegos Olímpicos».
Allí, Coubertin dijo: «Es evidente que hoy día el telégrafo, el ferrocarril, el teléfono, la investigación apasionada de la ciencia, los congresos, y las exposiciones han hecho más por la paz que los tratados y todas las convenciones diplomáticas. Pues bien, tengo la esperanza
de que el atletismo hará aún mucho más. Exportemos remeros, corredores y esgrimistas. He aquí el libre cambio del futuro y el día en que este sea introducido en las costumbres de la vieja Europa, la causa de la paz habrá recibido el más importante apoyo».
Dos años más tarde, y en el mismo sitio, es aceptado el proyecto por unanimidad, creándose el Comité Olímpico Internacional, que designa como primera sede de los Juegos Olímpicos modernos a Atenas, en 1896. Según Durantez, «surgía así la fuerza sociológica más importante del siglo xx, y su nacimiento se había producido al amparo intelectual de un prestigioso recinto universitario».
Coubertin fue el ideólogo, ejecutor y proyectista de la gran aventura olímpica moderna, y de la concepción del olimpismo como filosofía, la cual condujo, en calidad de presidente del coi, de 1896 a 1925. A él le cabe el mérito de haber visto al deporte como el medio más cómodo, rápido y eficaz para la formación del individuo, y el vehículo más directo de comunicación, comprensión y pacificación de los pueblos, al constituir «una escuela de nobleza y pureza moral, a la vez que un medio de fortalecimiento y energía física».
Al movimiento olímpico le dedicó todo su intelecto, sus energías y también su fortuna, tanto, que soportó por ello una difícil situación económica al final de su vida, que se apagó repentinamente el 2 de septiembre de 1937, en Suiza, sede del Comité Olímpico Internacional.
En su testamento dejó establecido que su cuerpo fuera enterrado en Suiza, nación que le dio cobijo, comprensión y abrigo a él y a su obra, y que su corazón fuera llevado al mítico santuario de Olimpia, hogar de su inspiración y de su fecundo quehacer olímpico. Allí reposa, depositado en una estela de mármol, desde el mes de marzo de 1938.