París alumbró al primer atleta negro campeón olímpico, y a Tarzán

Autor: Oscar Sánchez Serra, enviado especial 13 de mayo de 2021 23:05:25


William DeHart Hubbard (salto de longitud) y Johnny Weissmuller (natación), muy conocido por encarnar el personaje de Tarzán. Fotocomposición

Ni siquiera el estreno en los Juegos de la bandera olímpica, obra de su restaurador, Pierre de Coubertin, cuyo diseño, sobre una alfombra blanca en la que descansa un logo de eximia sensibilidad y de majestuoso simbolismo, evitó que el fantasma de la Primera Guerra Mundial, que cercenó la edición de 1916, flagelara también la séptima convocatoria, en Amberes-1920.

El estandarte del máximo concierto deportivo mundial acoge en su centro cinco aros, con igual cantidad de colores, que representan la unidad y la fraternidad entre todas las nacionalidades. El amarillo, negro, azul, verde y rojo, de los anillos, más el blanco de fondo, agrupa en una sola enseña a todas las del mundo, pues al menos una de esas tonalidades está presente en la de cualquier país.

Sin embargo, en la ciudad belga, donde se reunieron 2 591 atletas de 29 países, esa intención estuvo ausente. En contra de los principios del olimpismo, no se les permitió participar a las juventudes de Alemania, Austria, Turquía, Bulgaria y Polonia, por considerar a esas naciones como beligerantes, y también se excluyó a la Unión Soviética, que estaría fuera por 30 años.

Si los Juegos Olímpicos de la Antigüedad tuvieron 291 ediciones ininterrumpidas en 1 168 años, la era moderna no resistió 20 sin que una guerra impidiera este espacio de emulación pacífica.

A la bandera se unió la primera vez que los deportistas prestaron juramento, y a partir de esta justa los participantes solo podían entrar a los Juegos a través de los Comités Olímpicos Nacionales. En Amberes, el tirador estadounidense Oscar Swahn, a los 72 años, logró la presea de plata, y es aún hoy el medallista más longevo en la historia. Pero las palmas se las llevó el esgrimista italiano Nedo Nadi, campeón en cinco de los seis eventos en que participó.

Si París en 1900 fue una decepción, en 1924, para la octava cita, resultó lo contrario. Allí, en medio de la blanca y colonizadora Europa, el estadounidense William DeHart Hubbard tuvo el honor de convertirse en el primer atleta negro en conquistar una medalla de oro, al ganar el salto de longitud, con 7,44 metros. DeHart fue, además, recordista mundial (7,89) entre 1925 y 1928. Un coequipero suyo sería una sensación en la piscina, con dos medallas de oro el mismo día, para años después hacer más de 12 películas encarnando el personaje de Tarzán. Johnny Weissmuller también se convirtió en  el primer hombre en bajar de un minuto en los cien metros libres.

Apareció en la capital francesa el eslogan olímpico Citius Altius Fortius (Más rápido, Más alto, Más fuerte), el primer logo en unos Juegos, la primera villa olímpica y la Semana de Deportes invernales, en Chamonix, reconocida después como la primera edición de los Juegos Olímpicos de Invierno; y volvió Ramón Fonst, pero se retiró, por inconformidad con los árbitros. Paavo Nurmi, ganador de las pruebas de 1 500 metros, 5 000, campo traviesa individual y por equipos, y 3 000 por equipos, se inscribió como el gran protagonista, con el sobrenombre del finlandés volador.

Los países que no habían participado en el certamen anterior siguieron ausentes, esta vez por decisión del gobierno francés, a pesar de la voluntad del restaurador de los Juegos, quien insistía en que el deporte primara sobre la política.

Y algo que no fue primera vez, sino la última, resultó la despedida, luego de 24 años al frente del olimpismo y con 62 de edad, de Pierre de Coubertin, tras realizar su sueño de legar al mundo los Juegos Olímpicos de Verano. Su sucesor, el conde Henrry Baillet Latour, asumió la presidencia en 1925 y mantuvo el liderazgo hasta 1942, cuando falleció.

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