Después de solventar la falta de financiamiento y las disputas políticas entre los principales partidos griegos, manejadas por él con hábil diplomacia, Pierre de Coubertin vio su sueño realizado. El 6 de abril de 1896, tras 1 503 años, los Juegos Olímpicos estaban de vuelta. Atenas recibía a 311 deportistas de 11 naciones, que compitieron en 43 pruebas de nueve deportes.
El estadio Panathinaikó, levantado con el mismo mármol blanco del monte Pentélico, de donde se extrajo el material con que 24 siglos antes se erigió el Partenón, recibió a 70 000 almas, para escuchar al Rey Jorge i declarar inaugurada la nueva era olímpica.
Desde su apertura, tendrían el mérito de su internacionalización, aunque de las tres centenas de participantes, 230 eran griegos, en tanto la fidelidad de Coubertin a Olimpia le impidió, al menos en el debut de estas citas, ver a la mujer en las lides atléticas.
Fue el estadounidense James Connolly el primer campeón del retorno, en el triple salto; su coequipero Robert Garret marcaba otra pauta, al dominar el lanzamiento del disco, enlutando al mundo helénico que veía cómo perdía una de sus icónicas pruebas. Garret, además, venció en la impulsión de la bala, convirtiéndose en el primer doble titular de estas magnas citas. Sin embargo, fue el griego Spiridon Louis el gran actor de la escena.
En la capital griega todos esperaban la victoria en la carrera de la maratón, pues fue Atenas la que parió esa lid. En el año 490 A. C., en esa urbe las mujeres aguardaban por la victoria de sus hombres ante los persas en la llanura de Maratón, porque estos habían jurado que tras la batalla saquearían la ciudad y sacrificarían a las niñas. Los atenienses les dijeron a sus doncellas que, si no les llegaba el mensaje del triunfo, ellas mismas terminaran con la vida de sus hijas y se suicidaran, según se lee en International Spartathlon Association. Los griegos vencieron, y el general, Milcíades el Joven, decidió enviar a un mensajero a dar la noticia.
El soldado Filípides corrió 40 kilómetros. Cuando llegó, cayó agotado y, antes de morir, solo pudo decir una palabra: «Níki» (victoria, en griego antiguo). Louis tendió ese puente histórico entre el punto de aquel combate y el Panathinaikó. Al entrar allí, victorioso, como sus antepasados, Atenas se convirtió en vida, y el campeón en héroe. La familia real saltó a la pista, tomándolo por los brazos, cubriendo con él los últimos tramos, y la multitud se enardeció. Fueron los Juegos de Louis, conocido como el pastor de Marussi y, en ese instante, el sucesor del heroico mensajero.
Anecdótico lo del australiano Edwin Flack, quien estudiaba en Londres y acompañó a sus colegas de club. Ganó en 800 y 1 500 metros, y en tenis fue tercero en doble mixto. Al día siguiente pidió que lo consideraran australiano, y así Australia se inscribió como país fundador de los I Juegos, aun cuando se reconoció como nación el 1ro. de enero de 1901, al dejar de ser una colonia británica.
Épica la victoria del nadador húngaro Alfred Gutmann, en la bahía de Zea, con mar picado, agua helada y grandes olas. En los 1 200 metros, salieron nueve y llegaron solo tres. Él sintió fuertes calambres, a falta de 400 metros. «Reviví la visión de mi padre ahogándose en el Danubio, cuando mis brazos no pudieron sostenerlo. Al tocar tierra volví a la realidad», contó. Arquitecto de profesión, diseñó, tiempo después, la primera piscina en la isla húngara de Santa Margarita, en pleno río Danubio.
Atenas-1896 tiene aún el récord del medallista más joven de la historia. Dimitrios Loundras, a la edad de diez años y 218 días, terminó tercero en barras paralelas por equipos, en un concurso de solo tres aspirantes. Pero se fue sin el metal de bronce, porque entonces los ganadores recibían medalla de plata y rama de olivo; los segundos puestos de cobre y rama de laurel (a ambos les entregaban diplomas), pero para los terceros, solo las felicitaciones.