El ámbito que fuera una de las catedrales de la escena popular criolla, el teatro Martí, también será, a partir de ahora, espacio para la promoción de las más elaboradas propuestas musicales, con lo que se asesta otro golpe a quienes, anclados en el pasado, todavía pretenden establecer barreras artificiales entre lo culto y lo popular.
Animador principal de la reconstrucción, sumamente dilatada pero al fin lograda el pasado 24 de febrero, del mítico coliseo, el doctor Eusebio Leal, dejó constancia de ello en el mensaje dirigido a los participantes en el II Encuentro de Jóvenes Pianistas, inaugurado el último jueves: “Era nuestro propósito que ese recinto recuperara su singularidad como patrimonio inmueble, a la par que ganara en condiciones escenográficas y acústicas para servir como sede a los géneros más diversos, desde el teatro vernáculo hasta la música de concierto. Por eso agradecemos que, como una contribución a ese empeño, contemos hoy con un piano de la casa Steinway, generosamente donado por el artífice y mecenas de este evento, Salomón Gadles Mikowsky”.
Con independencia de que cuando se presente una orquesta sobre la escena habría que repensar la disposición acústica —el cortinaje absorbe y asordina demasiado la emisión instrumental, a punto que se pierden los pianísimos—, el Martí no solo estrenó el piano, sino mostró su potencialidad como nuevo y necesario punto referencial para la vida musical de la ciudad.
Con la colaboración de la Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la dirección del maestro Enrique Pérez Mesa, la apertura del encuentro fue protagonizada por dos jóvenes talentos: la belarusa Alexandra Beliakovich y la china Xiayin Wang, ambas discípulas en su etapa formativa del profesor Gadles Mikowsky en la Music School of Manhattan (MSM).
La selección de la Beliakovich fue precisamente la obra con la que ganó en su día el concurso anual de la MSM: Concierto en Fa Mayor (1925), del norteamericano George Gershwin (1898-1937). Solo alguien que de muchacho alternaba los partidos de béisbol en el East Side neoyorquino con el gusto por la música de Dvorak, y que cuando estudiaba fugas de Bach en medio del agotador trabajo para Broadway decía prepararse para ser un mejor compositor de canciones populares, fue capaz de sintetizar el espíritu del jazz al más alto nivel en el entorno sinfónico, como lo hizo también con la célebre Rhapsody in Blue. De ahí que no basta con pasar correctamente la partitura, sino se requiere el toque jazzístico (eso que llamamos swing), que en su tiempo le dio entre nosotros el recordado Frank Emilio. Conspiró además contra la plenitud de la entrega cierto desencuentro entre los tiempos de la solista y la orquesta, sobre todo en un segundo movimiento que parecía no avanzar.
La Wang, quien en la última década ha grabado para el sello Chandos obras de Scriabin, Barber, Copland y Rachamaninov, se presentó con el as de copas de este último compositor ruso (1873-1943), su Concierto no. 2 en do menor (1901). Con un ajustado respaldo orquestal y plena sintonía con la batuta de Pérez Mesa, la muchacha de Shanghai reflejó las cualidades que han hecho de la partitura una de las páginas más populares y seductoras del repertorio pianístico de todos los tiempos.
Después de la ovación, la sorpresa: Wang entregó un Cervantes en el centro de la diana y una pieza virtuosa de su país. Y la Beliakovich, para no ser menos, una de las gemas de José María Vitier.
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Juan Miguel dijo:
1
8 de junio de 2014
02:34:12
beba dijo:
2
12 de junio de 2014
10:06:01
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