ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
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Foto: Ortelio González Martínez

¡Ah, la estirpe! ¡La estirpe del deber no conoce de linderos! No son de allá, y son de toda Cuba. El sudor de los trabajadores eléctricos hoy moja la geografía agreste de varias provincias del oriente de Cuba.
Y los avileños no están ausentes. Un contingente de titanes con overoles y cascos, plantan su coraje en las entrañas mismas de la oriental Holguín, donde el paisaje se pone bravo y la topografía reta a los mismísimos dioses.
Por la bondad de amigos, conocidos del contingente, y la inmediatez de Whatsapp, escribo como si estuviera en el reparto Pedro Díaz Cuello, en Sagua de Tánamo, en San Rafael Adentro, en el reparto Aguilera, en Piedra Blanca, y puedo narrarle la historia de trabajo y de hombres épicos, cargando sobre hombros, la escalera de varios metros de longitud.
¡Suben! Suben con una firmeza que estremece, por donde los caminos se hacen inaccesibles, pero la fe y el oficio trazan la ruta.
En el municipio de Sagua de Tánamo, la tarea es más titánica, sin demeritar la que realizan en otros lugares.
Yosvany Rojas, jefe de la brigada de la UEB de Bolivia, lo dibuja        con la precisión del más avezado de los pintores: «La geografía aquí es una muralla verde. Los postes se esconden entre la espesura, y llegar a ellos es una expedición. Los linieros se transforman en exploradores, abriéndose paso con motosierra, o a machete.
Las escaleras, ahora, no solo son una herramienta de trabajo, sino un puente entre la tierra firme y el punto exacto donde el cable debe ser tensado o empalmado.
Estos hombres, les digo, no reparan en el «no se puede». Lo convierten en «vamos pa`rriba del lío». En lugares de Sagua de Tánamo, la cosa se pone más fea. Es la manera de decir que el trabajo es difícil, bien difícil. La manigua es tupida, el monte se cierra como un muro verde. Y ellos, con el machete en una mano y la determinación en la otra, se abren paso. La escalera, otra vez la escalera, pesada como un pecado y entre la más útil de las herramientas, se convierte en su trofeo.
No hay camino que los detenga. Si el camión no pasa, pasa el hombre. La imagen es épica en su sencillez: un liniero, con la espalda arqueada, carga sobre su hombro la escalera. Es un contrapunto de acero y voluntad. Suben por veredas desconocidas. Pisan sobre piedras sueltas y raíces traicioneras, con el abismo como compañero silencioso.
Sin uno acercarse, sin estar a su lado, lo imagina: el sudor les brilla en la frente y rueda por el pecho como una medalla de honor, como dijo en jerga del oriente el joven Juan Olivares Martínez –Juancito–, quien a sus 32 años ya es veterano de varios ciclones: «Compay, no queda otra alternativa que luchar; luchar contra la oscuridad y la geografía», dice, con la sencillez de los que hacen grandes cosas.
Como mismo hace el podador, Joel Vargas, o los lineros, Yainier, Manuel y Víctor, pertenecientes a la UEB del municipio avileño de Bolivia. Ellos manejan las herramientas con precisión de cirujanos, en la cima de los postes, como trapecistas.
Desde abajo, otros observan el detalle más mínimo para que no haya pasos en falsos. Es la fraternidad silenciosa, un lenguaje de miradas y señas que salva vidas.
Trabajan hasta que la última casa, la más escondida en el recodo de la loma, vuelva a encender su bombillo. No hay reloj que les marque la hora de salida. La marcan la misión cumplida, el deber rendido.
«El reto hoy es para «Palmiche», que nos subió a la montaña sanos y salvos. Días complicados y terrenos difíciles, pero eso nos detiene». Es el mensaje de Miguel Ángel López Hernández, de la propia UEB y chofer de Palmiche, un Zil 130, con una potencia capaz de domar lomas y montañas.
Al caer la tarde, cuando el sol se desploma detrás de las montañas, algunos bajan; otros se quedan allá arriba; todos con el polvo de la tierra holguinera en las botas, con el cansancio y con la luz en los ojos. Han dejado su jornal de esfuerzo, gota a gota, en estos caminos.
Los linieros avileños, como los del resto de otras provincias –¡qué bárbaros de trabajo! – tejen, sobre el cielo de Holguín, el milagro cotidiano de la luz. Hombres que suben lomas con escaleras, o con la ayuda de Palmiche, no para alcanzar el cielo, sino para asegurarse de que, en la tierra, una familia pueda volver a encender un bombillo. Son los tejedores anónimos de la red que nos mantiene conectados, los héroes cotidianos que trabajan sin descanso y escriben con esfuerzo y cables la crónica más elocuente de la resistencia.

Foto: Ortelio González Martínez
Foto: Ortelio González Martínez
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