ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
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Foto: Jorge Enrique Jerez Belisario

Amaneció en la tierra agramontina con tono gris, como si la naturaleza supiera de la solemnidad del momento, y el pueblo de Camagüey comenzó a congregarse frente al Salón Jimaguayú, en el corazón de la Plaza de la Revolución Ignacio Agramonte y Loynaz. Un sitio que guarda, entre sus silencios, el eco de una noche histórica: la del primero de diciembre de 2016, cuando las cenizas del Comandante Fidel Castro reposaron allí, en su viaje final hacia Santiago de Cuba.  

Hoy, el homenaje no era de despedida, sino de permanencia. Desde muy temprano, de manera serena y constante, miles de camagüeyanos llenaron los alrededores de la plaza. No hizo falta convocar con insistencia; la cita era con la memoria. Llegaron familias completas, jóvenes, trabajadores, combatientes de mirada firme y pioneros con pañoletas azules y rojas. Cada rostro contaba una historia ligada a Fidel.  

Encabezó este tributo el presidente del Consejo de Defensa Provincial, Walter Simón Noris, acompañado de otras autoridades del Partido y el Gobierno en el territorio. Sin embargo, fue la voz de la juventud la que abrió el homenaje. Yurisney Gil Monteagudo, primer secretario de la Unión de Jóvenes Comunistas en la provincia, expresó: «Hoy recordamos a Fidel con la misma nostalgia de hace nueve años y la voluntad de mantener la obra social que nos legó con el estudio, el trabajo y el fusil. De él aprendimos a ser jóvenes martianos, a creer en el mejoramiento humano, en la utilidad de la virtud y en que un mundo mejor no solo es posible, sino también necesario».  

Gil Monteagudo definió la esencia de un legado que perdura más allá de la partida física: «Su ausencia no constituye un vacío, sino una chispa que enciende nuestra rebeldía y la brújula que guía el camino de las nuevas generaciones».  

El significado de ese tributo popular a su líder lo explicó a Granma Keily Estela Molina Céspedes, pionera de tercer grado de la escuela primaria Pepito Mendoza García, quien agradeció a Fidel «por la oportunidad de estudiar y aprender».  

La ceremonia se convirtió así en una reafirmación colectiva. En este mismo lugar de Camagüey que una vez acogió el descanso temporal de sus restos, el pueblo juró fidelidad a su legado. No a la figura ausente, sino a las ideas vivas, a la brújula moral, al derecho conquistado de un niño a ir a la escuela o a acceder a una salud universal, gratuita y de calidad.  

La gente no se iba rápido. Se quedaba, conversaba, miraba hacia el Salón Jimaguayú. Era como si, al rendirle tributo en el mismo sitio donde su viaje hizo una pausa, Camagüey, con su pueblo, sus dirigentes, sus jóvenes y sus niños al frente, estuviera sellando su compromiso de lealtad. Fidel partió físicamente, pero en Camagüey, como en toda Cuba, su luz no se apaga.

Foto: Jorge Enrique Jerez Belisario
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