Mi amigo Hugo es quizás la película más personal de la documentalística de Oliver Stone. Aunque en esta vertiente de su obra fílmica haya seguido muchas veces el patrón de colocarse por delante como testigo de las historias que aborda, el filme estrenado por TeleSur al conmemorarse el primer año del fallecimiento de Hugo Chávez transparenta una implicación mucho más comprometida.
A diferencia de Al sur de la frontera, donde el célebre realizador norteamericano se coloca en el plano de investigador intencionado que trata de explicar desprejuiciadamente a su público qué es lo que está cambiando en la América Latina el siglo XXI a partir del proceso bolivariano, en Mi amigo Hugo, desde el título mismo, hay una profesión de fe.
"Extraño a Hugo Chávez, extraño su espíritu y presencia", confiesa el cineasta, y casi está de más decirlo, puesto que desde las primeras imágenes, tomadas en el 2009 a la vista nocturna del Cuartel de la Montaña, donde reposan invictos los restos del mayor discípulo de Simón Bolívar, es perceptible una profunda carga emocional.
Esto no significa que Stone haya dejado a un lado su función pesquisadora para deslizarse por el camino más fácil de la hagiografía. Y no se trata solo de lo que haya dicho antes, durante y después del rodaje el realizador —una conclusión muy respetable es la que él mismo expresa en off "Estuve muy preocupado de que existiera culto a la personalidad (... ); aunque todas las personas lo extrañan, han seguido adelante con independencia"—, sino de lo que se nos evidencia tanto a través del estilo desenfadado en el que transcurrieron los encuentros con el mandatario en vida como en la estética de making of predominante en la grabación de los testimonios tras su partida.
El retrato de Chávez en el documental recorre la escala de su obra política pero también el rostro humano de hijo, padre, hermano y compañero. Vuelve el Chávez que canta y rompe el protocolo y toma café no se sabe cuántas veces al día y monta y se cae de una bicicleta y trabaja hasta el agotamiento y desafía poderes establecidos y se asoma al balcón de la Historia no para que los reflectores lo sigan, sino como uno más.
Un Chávez que trasciende las fronteras de su país —sensibles los testimonios de Correa, Mujica, Cristina y sobre todo Evo, quien recuerda una anécdota simpática y luminosa— y queda en la memoria de los pueblos del Sur.
Un Chávez satanizado hasta en la muerte, como lo revelan esas secuencias insertadas en el documental, cargadas de odio transmitidas por televisoras norteamericanas, las cuales constituyen una de las razones por las que el mundo, y particularmente en el que se mueve Stone, merece conocer cuál es el Chávez real.
Pero tal vez los pasajes más conmovedores de Mi amigo Hugo sean aquellos en los que el líder de la Revolución bolivariana descubre su enfermedad e intuye el desenlace. Ese Chávez que confiesa haber llorado ante el espejo luego de que le comunicaran la implacable naturaleza de su dolencia y de inmediato se arma de valor para sobrepasar el ánimo a las dificultades; ese hombre que el 8 de diciembre del 2012, al despedirse, entona un himno de combate como para espantar el aura de la fatalidad, nos deja un mensaje elocuente sobre el verdadero sentido de la vida.
En un momento del documental, el Comandante Presidente, despojado de vanidad, le dice a Stone: "Ya ves, cada vez soy más Chávez". Y es, de otro modo, así. Cada vez más, acá, allá, aquí, Chá-vez crece.
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Maria Elena dijo:
1
14 de marzo de 2014
13:22:54
Yosvany Marrero dijo:
2
22 de marzo de 2014
09:26:27
jorge oscar usoz dijo:
3
22 de marzo de 2014
15:47:29
adeline dijo:
4
25 de marzo de 2014
09:15:47
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