Unos fueron a cumplir con el inicio del programa conmemorativo por los cuatro siglos de la llegada del primer japonés a Cuba, agenda convocada por el Ministerio de Cultura y la Embajada del país asiático en La Habana, con el apoyo puntual de la Japan Foundation. Otros acudieron para satisfacer la avidez por conocer mucho más de una cultura geográficamente distante, pero con valores universales compartidos.
Pero las expectativas de todos los que colmaron el teatro Mella en la tarde del pasado domingo quedaron sobrepasadas por la ofrenda del trío Hogaku. Tres jóvenes músicos japoneses, liderados por Yutaka Oyama, tomaron como punto de partida el recio linaje de los instrumentos tradicionales del archipiélago para desatar maestría e imaginación en una propuesta radicalmente renovadora.
Las composiciones de Oyama se nutren del jazz, el pop y el rock para articular una gama de armonías, timbres y ritmos que tienen por destino al auditorio globalizado de nuestros días, sin que por ello olviden las referencias sonoras heredadas de una cultura propia.
Cada uno de los miembros de la agrupación se reconoce como portador de ese legado: Oyama proviene de una familia que por tres generaciones ha cultivado el arte del shamisen (laúd de tres cuerdas) en la variante tsugaru; Takuya Kato domina la técnica y la pasión de la percusión del taiko, tambor típico japonés, y la muy joven Yoshimi Tsujimoto se ha convertido en poco tiempo en uno de los talentos más sobresalientes en la ejecución de la shakuhachi, flauta de madera.
Pero cuando avanzan de conjunto en obras como Coyote, Shake rag o Karma, de Oyama, o en la muy libre versión de Libertango, de Piazzolla, el virtuosismo interpretativo se transfigura sobre la base de un concepto que dinamita los diques convencionales.
Lo mejor que pudo pasar fue la selección de David Álvarez y Juego de Manos como anfitriones. No solo el cantante y su agrupación se hallan en un momento de plena madurez, sobre el que habrá que insistir en una próxima ocasión, sino que encajaron, al igual que el notable pianista Rolando Luna, en el intercambio musical que se produjo en la escena.
De una parte los japoneses se integraron con propiedad a la obra Lamento de tomeguín, de Álvarez; de otra los cubanos matizaron con un sabor peculiar la pieza de Oyama titulada Sol. Entre Cuba y Japón quedó tendido un nuevo y sorprendente puente de doble vía, sobre el que valdría la pena continuar transitando.












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