Todavía la mañana era joven cuando Saigón entró en sus últimas 24 horas con ese nombre, aunque no lo sabía. John Robert Castell iba a morir allí mismo, en el minuto siguiente, y tampoco lo sospechaba.
Alucinado por el desprecio hacia el adversario, pese a lo complejo de la situación, Castell, efectivo del ejército gringo, transmitió el parte: «Everything calm... The pigs do not seem to have passed through here', there is no trace of them» (todo en calma… los cerdos –término despectivo con que los invasores se referían a los vietnamitas– no parecen haber pasado por aquí; no hay rastro de ellos).
«Fatal equivocación», escribiría después Germán Arango, periodista colombiano situado al lado de John, en calidad de gendarme made in usa. Inadvertidos habían pasado «the pigs» frente a ellos, para emboscarlos y «cazarnos como a una manada de ciervos despistados (…); eran verdaderos maestros del camuflaje».
John Robert finalizó el parte de guerra y, al instante, una bala le atravesó la existencia. El dolor le dibujó una mueca en los labios y, en un arranque final de justeza, le balbuceó a Germán: «¡No los culpes, (…) solo están peleando por su libertad!».
Temblaban los ocupantes durante su jornada final en Saigón, aquel 30 de abril. «¡Es como estar en la Isla del Diablo!», exclamó un reportero, mientras el también periodista Hunter Thompson, testigo del «agujero infernal» que atrapó a los gringos y a sus lacayos allí, describió la escena: «un granero repleto de gallinas enloquecidas de miedo».
«VAN ABAJO»
La orden del asalto definitivo a Saigón, emitida por el general Vo Nguyen Giap, fue codificada con dos palabras que resumían la suerte del ocupante extranjero y sus títeres en la segunda urbe más importante del país asiático: «Van abajo».
Como antecedente inmediato en favor de los patriotas vietnamitas, obraba el haber tomado los enclaves de Hue, Danang y Tay Nguyen, entre otras posiciones estratégicas vitales, recuperadas en el centro del país a lo largo de marzo, mediante acciones relámpago en dirección norte-sur, enmarcadas en la ofensiva de primavera que, a su vez, tuvo su etapa final con la Operación Ho Chi Minh.
Mas, la última fase de la ofensiva sobre Saigón resultó fulminante, pero el camino fue doloroso. Para llegar hasta allí, y romper el yugo colonialista, el pueblo del Tío Ho tuvo que derrotar, en desiguales, sucesivas y encarnizadas contiendas, a los ejércitos de Japón, Francia y Estados Unidos.
Más de medio siglo de batallas premiaba al pequeño e inmenso país, con la libertad que pretendieron negarle. Atrás quedaban entre tres y cinco millones de muertos, la mayoría civiles, solo en la guerra contra la ocupación de EE. UU., cuyo ejército desplegó cerca de medio millón de soldados en esa nación, y empleó las más mortíferas armas.
Sobre Vietnam, las fuerzas estadounidenses arrojaron más bombas que en la Segunda Guerra Mundial, y vertieron 76 millones de litros del agente naranja y otras sustancias, a las que se les atribuyen los altos índices de deformaciones congénitas y de patologías cancerígenas.
Pero, ni las aldeas arrasadas, ni la división artificial impuesta por más de dos décadas en el paralelo 17, bastaron para impedir que la patria de Ho Chi Minh emergiera dueña de su destino, tal como lo había vislumbrado el Che en 1963: «Cualquiera que sea el método de lucha que emplee el imperialismo norteamericano, el resultado final será la victoria de Vietnam y la reunificación de todo el país».
La nación hermana emergió de la ruina, e igual ha sido ese pueblo de hombres, mujeres y niños, a quienes tanto Fidel admiró, porque «resistieron sin desaliento las amarguras y sacrificios, vivieron bajo tierra durante años; trabajaron, estudiaron y combatieron bajo las bombas; han aprendido a vencer todos los obstáculos».
Con la ingeniosidad y el espíritu similares al de la guerra, en el último cuarto de siglo el país logró un crecimiento anual cercano al 6 % del PIB, y sacó de la pobreza a más de 30 millones de personas. Esa pujanza lo muestra «(…) diez veces más hermoso», tal cual lo vaticinó su guía y fundador.
Vietnam, hermosa metáfora de la osadía frente a la barbarie, es el mismo y es otro desde aquella mañana del 30 de abril, 46 años atrás, cuando una bala atravesó la existencia del invasor, 24 horas antes de que Saigón adoptara el nombre de Ho Chi Minh, quien había soñado su libertad y, con ella, la unidad reconquistada por el pueblo.
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Moises L. Rojas Guevara. dijo:
1
1 de mayo de 2021
12:24:04
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