ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Banner
Foto: Archivo de Granma
Foto: Archivo de Granma

«Querido amigo, entiéndalo por favor». Afable y respetuoso le solicitó Pham Van Dong a Fidel el jueves 13 en Hanói, antesala de la partida hacia Quang Bin y Quang Tri: «el momento es desfavorable para su estancia en los territorios del sur; el peligro es elevado, la zona de guerra está plagada de minas»; pero -replicó el visitante-,«si no llego a Vietnam del Sur mi visita no tiene sentido».

—Además, Comandante –insistió el premier vietnamita-, un tifón amenaza a Quang Binh.

—Pues -dijo Fidel-, nos adelantamos a ese tifón y llegaremos primero.

«Tuve que insistir para hacer aquel recorrido», rememoró muchos años después el líder cubano, «los vietnamitas temían que fuese víctima de alguna aventura yanqui si conocían de mi presencia en aquella zona. Pham Van Dong me acompañó todo el tiempo».

El temor de los anfitriones estaba más que justificado, Quang Bin y Quang Tri eran zonas estratégicas en el visor de los agresores, durante años habían concentrado el foco principal de una guerra, que en su punto máximo llegó a concentrar casi medio millón de soldados gringos, y las armas más modernas y poderosas del invasor, algunas de las cuales habían sido probadas allí. No por casualidad los gringos llegaron a desplegar en la zona cuatro divisiones y las pretendidas Cortinas de MacNamara.

Como peligro agregado, el lugar y las condiciones de la instalación aérea donde debía aterrizar el An-24 en Quang Binh, «era una pista rústica», recuerda Nguyen XuanPong, entonces traductor y funcionario de la cancillería de Vietnam del Sur; «ese aeropuerto estaba ubicado a unas decenas de kilómetros (69) de las posiciones enemigas».

Los detalles del dispositivo que el mando vietnamita adoptó previamente para proteger a Fidel eran milimétricos; aún así, el peligro era grande, al venir de un ejército que disponía de los medios bélicos y de contrainteligencia más avanzados, y de una potencia cuya cúpula ya se acercaba a la década y media de obsesión por asesinar al líder caribeño, convertido en incómoda piedra que le rasgaba el zapato.

A esa altura de la guerra, la derrota se les encimaba a los yanquis y, como ya la sabían inevitable, esparcieron más de 800 000 toneladas de explosivos sin detonar y allí -y así- las dejaron sobre el terreno. Quang Binh y Quang Tri acogieron la cuota mayor de la mortífera «siembra», que, desde la victoria y reunificación de Vietnam en 1975, ha causado en esa nación cerca de 100 000 víctimas, entre muertos y heridos o mutilados. Fidel no ignoraba ninguno de esos peligros, los desafiaba.

DE HANOI A QUANG BINH

Del aeropuerto militar de Gia Lam, antigua base francesa, el día 14 por la mañana despegó el An-24 rumbo a Quang Binh; a bordo, los primeros ministros de Cuba y Vietnam, acompañados por un reducido grupo, en el que contaba el doctor Ariel Soler Muñoz, intensivista-anestesista del equipo médico de Fidel.

«Sobrevolamos la provincia de Nghe An, donde nació Ho Chi Minh», recordaría el Comandante en Jefe en una de sus reflexiones, en la que también describió lo que pudo ver desde el aire: «puentes destruidos sin excepción, aldeas arrasadas, los cráteres abiertos por las bombas norteamericanas (…) un paisaje lunar».

Aterrizaron en el aeropuerto de Dong Hoi (capital de Quang Tri), la «ciudad destruida», donde la aviación de Estados Unidos arrojó un millón de toneladas de explosivos. «No se sabe cómo pudieron resistir tantas bombas -comentaba Fidel-: no quedó en pie una sola vivienda, un solo edificio, una sola construcción, una sola escuela, un solo hospital».

Tras saludar a combatientes heridos, ver los tanques M-48 arrebatados al enemigo y recorrer «los caminos de madera en la que un día fue la Ruta Nacional», el visitante se reunió con jóvenes vietnamitas que, «serenos, resueltos, curtidos por el sol y la guerra, se llenaron de gloria en la batalla de Quang Tri».

Al día siguiente, la noticia de que Fidel había llegado a Quang Tri, la «tierra de acero» atravesada por el Paralelo 17, estalló como pólvora.

Importantes medios de prensa de la época dieron cuenta del inesperado suceso. Por primera vez un mandatario extranjero irrumpía en un territorio recién liberado de Vietnam del Sur, pero aún bajo el colimador de las armas yanquis. 

Al atardecer, en una cuneta de la carretera por donde transitaba la comitiva, una adolescente, con la aorta lacerada y los intestinos agujereados por una mina, yacía «en estado de shock con un fragmento de metal en el abdomen -narró el Comandante-, los médicos cubanos de la delegación les dieron atención».

Fidel ordenó que la ambulancia de la comitiva trasladara a la infortunada hasta el hospital de Vinh Linh, gesto que impresionó al doctor Ariel Soler Muñoz: «íbamos por un escenario en el que había minas por todas partes, y aún así, el Comandante prescinde de su médico anestesista-intensivista y de la ambulancia, para que auxiliaran a la joven y a otras dos, heridas también; eso es humanismo».

«Ese día nací por segunda vez y encontré a mi segundo padre», le confesó a Granma Nguyen Thi Huong, la muchacha, que sobrevivió a la tragedia:«si Fidel no me ayuda, yo no estaría en este mundo».

PREMONICIÓN DESDE UNA COLINA

En su recorrido por zonas de Vietnam del Sur liberadas, el jefe de la Revolución Cubana llegó a la Colina 241. A esa altura, de posición estratégica inmejorable, el ejército yanqui la blindó con nueve anillos de túneles, alambradas y armas, y la bautizó como «la reina de la artillería». Los patriotas vietnamitas la tomaron en menos de 72 horas de fiero combate; el mito de la invencibilidad de las armas gringas quedó sepultado allí.

Fidel saludó a los protagonistas de aquella hazaña, admiró «que a pesar de los cañones, fortificaciones y de la aviación, ustedes hayan sido capaces de destruir todo este poderoso sistema de fortificaciones», anunció que «la completa liberación de Vietnam del Sur y la unificación pacífica de la patria, será sencillamente cuestión de tiempo», y les narró algo que había llegado a su mente ese día.

«Esta mañana, al amanecer -les dijo-, veíamos un día claro, un sol brillante se levantaba en el horizonte, y nos decíamos: el porvenir de Vietnam es tan bello como este día, tan brillante como ese sol».

La visita del líder cubano abrió un ciclo inédito a la hermandad entre los pueblos de Martí y Ho Chi Minh. A partir de entonces los barcos de la isla antillana, desafiando los bombardeos estadounidenses, llegaron al puerto de Haiphong cargados de azúcar, y constructores de la isla empezaron a edificar varias obras estratégicas de interés social y económico.

Fidel estampó un sello de perpetuidad al hermanamiento entre Cuba y Vietnam, dos naciones que afianzan sus nexos ejemplares de nuevo tipo. Ahí están, para atestiguarlo, el hermoso Hotel Victoria, en Hanói, un moderno hospital en Quang Tri, la ruta Ho Chi Minh, restaurada, los miles de vietnamitas graduados en universidades cubanas, el impulso a proyectos disímiles en áreas diversas de la economía, y la posición de coincidencia y defensa mutua en foros internacionales.

Abonada por Fidel y el Tío Ho, la semilla que José Martí estimuló a plantar en suelo anamita, da sus mejores frutos desde el septiembre aquel, en que el quijote de verde olivo, junto a Vietnam, le plantó cara a las armas yanquis.

COMENTAR
  • Mostrar respeto a los criterios en sus comentarios.

  • No ofender, ni usar frases vulgares y/o palabras obscenas.

  • Nos reservaremos el derecho de moderar aquellos comentarios que no cumplan con las reglas de uso.

Aurelio dijo:

1

14 de septiembre de 2023

22:07:55


El déspota en viet nam