¿Cómo surgió la idea de formar un Gobierno
Revolucionario? (6)
Luis M. Buch Rodríguez fue testigo excepcional de
los primeros pasos de la formación del Gobierno Revolucionario.
Destacado abogado y revolucionario, combatiente de la generación del
30, Luis asumió el 3 de enero de 1959 el cargo de Ministro de la
Presidencia y secretario del Consejo de Ministros. En esta oportunidad
publicamos algunos fragmentos de su libro Gobierno Revolucionario
Cubano: génesis y primeros pasos
El 8 de enero Fidel hizo su entrada triunfal en La Habana por la
Carretera Central. La columna avanzó por la Avenida del Puerto. Frente
al edificio de la Marina de Guerra estaba fondeado el "Granma". El
Jefe de la Revolución ordenó una parada para visitar el yate y lo
revisó detalladamente.
Los barcos de guerra que estaban en la bahía dispararon salvas de
artillería y los mercantes hicieron sonar las sirenas. La caravana
prosiguió su marcha hasta la Avenida de las Misiones e hizo una
segunda escala en el Palacio Presidencial, para saludar al Presidente,
que esperaba en la puerta principal.
Desde la terraza norte, Fidel y Urrutia saludaron al pueblo allí
congregado. La multitud cubría toda la explanada hasta el Castillo de
La Punta. El Presidente hizo la presentación del Comandante en Jefe:
Cubanos:
El Gobierno de la República, en el Palacio Presidencial, ha abierto
los brazos para recibir al gran líder de América, Fidel Castro Ruz. La
democracia cubana se considera honrada con la presencia en el Palacio
Presidencial del gran héroe en la lucha contra la tiranía. Nuestro
pueblo debe sentirse profundamente orgulloso de contarlo entre sus
hijos. Es, sin lugar a dudas, el líder combatiente más abnegado de la
historia (¼ ) Después de derrocar la
dictadura con su esfuerzo admirable no ha tomado el poder en sus
manos, sino que lo ha puesto en manos de un hombre en quien él tiene
fe.
Cubanos:
Nosotros juramos que sabremos hacernos dignos de ese gesto del gran
líder de los cubanos. Con ustedes Fidel Castro Ruz.
Fidel no improvisó un discurso. Inició un diálogo con el pueblo,
que comenzó: "Este edificio nunca me gustó y me parece que no le
gustaba a nadie, lo más que yo había subido fue ahí a ese muro, cuando
era estudiante", y señaló con el índice el pedazo de la muralla
colonial que antes había servido de tribuna para denunciar la
corrupción oficial.
A continuación declaró:
Ustedes quisieran (¼ ) saber cuál es la
emoción que siento (...) al entrar en Palacio. Les voy a confesar mi
emoción: exactamente igual que en cualquier otro lugar de la
República. No me despierta ninguna emoción especial. Es un edificio
que para mí, en este instante, tiene todo el valor de que en él se
alberga el Gobierno Revolucionario de la República.
Si por el cariño fuera, el lugar donde por motivo de hondo
sentimiento yo quisiera vivir sería el Pico Turquino. Porque frente a
la fortaleza de la tiranía opusimos la fortaleza de nuestras montañas
invictas hasta ahora. Sin embargo, yo quiero que el pueblo vaya a
Columbia, porque ahora Columbia es del pueblo. Y que los tanques que
ahora son del pueblo vayan a la vanguardia del pueblo, abran el
camino. Nadie le impedirá la entrada y nos reuniremos allá.
Aludió a la reciente visita que había realizado al "Granma" y las
profundas emociones que sintió al pisar de nuevo el puente de aquella
embarcación, que era un pedazo de su vida y finalizó así:
Y ahora una prueba que yo quiero del pueblo de La Habana, porque
alguien decía a mi lado que harían falta mil soldados para pasar por
donde está el pueblo. Y yo digo que no. Yo solo voy a pasar por donde
está el pueblo. Dicen eso porque han visto tanta emoción, tanto
entusiasmo que tienen miedo que nos vayan a dañar. Sin embargo, el
pueblo tiene que cuidar de los revolucionarios.
Voy a demostrar una vez más que conozco al pueblo. Sin que vaya un
soldado delante, le voy a pedir al pueblo que abra una fila. Yo voy a
atravesar solo por esa senda, junto al Presidente de la República.
Así, compatriotas, les vamos a demostrar al mundo entero, a los
periodistas que están aquí presentes, la disciplina y el civismo del
pueblo de Cuba. Abran una fila y por ahí marcharemos para que vean que
no hace falta un solo soldado para pasar por entre el pueblo.
Antes de concluir sus palabras, la multitud, en un movimiento
espontáneo, refluía hacia la línea de los edificios, apretujada,
fundida en una sola y enorme masa. Delante de Urrutia y Fidel, como
ante la quilla de un buque cortando las aguas, se abría un espacio
libre, que luego, al pasar ellos, se cerraba otra vez.
La caravana llegó al campamento de Columbia, donde se realizó un
acto que comenzó con las notas del Himno Nacional coreado por el
pueblo. El primero en hacer uso de la palabra fue el líder estudiantil
—ya capitán— Juan Nuiry Sánchez, y le siguió en turno el comandante
Luis Orlando Rodríguez. Se escuchaban las voces inconfundibles de los
locutores de Radio Rebelde.
Fidel inició su discurso en el silencio más absoluto. En su hombro
izquierdo se había posado una paloma blanca, pues al inicio del acto,
en un momento de mucha emoción, habían sido liberadas de sus jaulas
centenares de ellas. En esa histórica alocución señaló los deberes de
los revolucionarios, hizo un llamado para mantener la paz y destacó la
necesidad de que se unieran todas las fuerzas que habían luchado por
derrocar a la tiranía de Batista, para juntas trabajar en favor del
pueblo cubano.
Ya en la madrugada, en medio de una frenética ovación, Fidel
terminó su intervención y la muchedumbre comenzó a retirarse.
No quiso quedarse en la que fuera residencia de Batista y fue a
descansar en un modesto hotel de la calle Monserrate, donde se
albergaba en sus días de estudiante.
Algunos
acuerdos del Gobierno Revolucionario
El Consejo de Ministros no estaba completo, resultaba
imprescindible cubrir los cargos vacantes. Por esta razón, en la
sesión extraordinaria del 9 de enero, el Presidente dio cuenta de la
designación de Enrique Oltuski Ozacki como ministro de Comunicaciones.
La propuesta había partido de Faustino Pérez, quien había consultado
la idea previamente con Fidel.
Además, Urrutia planteó en el Consejo la necesidad de que figurara
un Ministro Encargado de la Ponencia y Estudio de las Leyes
Revolucionarias, y para cubrir esa cartera nombró al doctor Osvaldo
Dorticós Torrado. La idea inicial de crear ese Ministerio había sido
de José Miró Cardona.
En la sesión del 12 de enero, a propuesta de Armando Hart, se
declararon nulos, y sin valor ni efecto alguno, los exámenes
realizados y títulos expedidos durante el tiempo que estuvieron
cerrados los Institutos de Segunda Enseñanza.
El día 16, por iniciativa del Ministro de Recuperación de Bienes
Malversados, se dispuso que en los registros de la propiedad, el
mercantil y el de sociedades anónimas, los funcionarios se abstuvieran
de realizar ningún tipo de operaciones, sin la previa autorización de
ese Ministerio.
El 19 de enero se designó al coronel José M. Rego Rubido corno
agregado militar de la Embajada de Cuba en Brasil, y al coronel Ramón
Barquín López, director general de las Academias Militares y director
de Logística G-3 del Estado Mayor del Ejército. Esos nombramientos
fueron refrendados por el comandante Luis Orlando Rodríguez, ministro
de Gobernación e interino de la Defensa Nacional.
EI 20 de enero, el Presidente informó al Consejo que había dejado
sin efecto el Decreto No. 22 —fechado el 5 del propio mes— por el que
había designado al Ministro de Gobernación, también —pero de forma
interina—, como Ministro de la Defensa Nacional. En su lugar, para el
último cargo, nombró al comandante doctor Augusto Martínez Sánchez.
Además, dio cuenta de la designación del doctor Regino Boti León como
ministro encargado del Consejo Nacional de Economía.
Ese mismo día, el Consejo aprobó la Ley No. 22, por la cual se
declaraban depuestos de sus cargos las personas que integraban el 31
de diciembre de 1958 las directivas de las Confederación de
Trabajadores de Cuba (CTC), de las federaciones obreras provinciales,
así como de los sindicatos, uniones y gremios de toda la República.
También se acordó crear el Comité Nacional de la CTC y reconocer a
David Salvador Manso como su responsable general; los otros miembros
fueron nombrados para hacerse cargo de diferentes departamentos, así:
Octavio Louit Venzan, atendería Organización; José Pellón Jaén,
Finanzas; Antonio Torres Chedebau, Organismos Oficiales y Patronales;
Conrado Bécquer Díaz, Actas y Correspondencia; José María de Aguilera
Fernández, Propaganda; Reinol González González, Relaciones
Exteriores; Jesús Soto Díaz, Relaciones Interiores, y José de J. Plana
del Paso, Asuntos Jurídicos.
En la sesión del 23 de enero, Urrutia manifestó que estimaba
necesaria la creación del Ministerio de Bienestar Social, porque era
un deber del Gobierno establecer y organizar los departamentos que
facilitaran el desenvolvimiento de los postulados revolucionarios. El
Consejo acordó encargar al Ministro de Estado la redacción del
correspondiente proyecto de ley.
La creación de ese Ministerio fue un paso de avance en nuestro
país, porque contemplaba la obligación del Estado de brindar
asistencia social a todos los ciudadanos que la requirieran. Desde que
se instauró la seudorrepública nada se había hecho con tal finalidad.
Después del triunfo del Primero de enero, el Gobierno Revolucionario
se dio a la tarea de erradicar, de forma definitiva, el terrible mal
de la mendicidad infantil. Se eliminaron los horribles reformatorios
—como el de Torrens, por ejemplo—, donde se hacinaban en el estado más
lamentable de abandono cientos de adolescentes que, en lugar de
rehabilitarse, se convertían en delincuentes.
Para desempeñar el Ministerio de Bienestar Social el Presidente
designó a Elena Mederos Cabañas, vicepresidenta de la Sociedad de
Amigos de la República (SAR) y miembro de la Directiva del Lyceum Lawn
Tennis Club. Con este nuevo ingreso, el Consejo quedó integrado por 18
miembros.
El 23 de enero —primer aniversario de la caída de la dictadura
pérezjimenista— partió hacia Caracas, Venezuela, la delegación
revolucionaria presidida por el Comandante en Jefe Fidel Castro. La
integraban, además, el comandante Luis Orlando Rodríguez, ministro de
Gobernación, y el doctor Francisco Pividal Padrón, recién nombrado
embajador extraordinario y plenipotenciario de Cuba en ese país.
En el último Consejo celebrado en el mes de enero —el día 29— se
aprobó la Ley por la cual se adaptaron las normas contenidas en el
Reglamento No. 1 del Ejército Rebelde, promulgado en la Sierra Maestra
el día 21 de febrero de 1958.
Después del triunfo de la Revolución constituía una necesidad
imperiosa —para las autoridades y el pueblo que ellas
representaban—castigar los delitos cometidos por militares o civiles
que estuvieron al servicio de la tiranía. Se determinó que
correspondería a los Tribunales Revolucionarios aplicar los preceptos
contenidos en la Ley Penal de Cuba en Armas durante la Guerra de
Independencia.
En el referido Consejo, a propuesta del comandante Luis Orlando
Rodríguez, se acordó que el ejecutivo de cada gobierno municipal del
país estuviera compuesto por tres comisionados, quienes ostentarían su
personalidad jurídica y serían designados por el Ministro de
Gobernación. Los acuerdos se adoptarían por mayoría de votos. De este
modo quedó suprimido el cargo de alcalde municipaI.
A instancias de Urrutia había sido nombrado Benjamín Deyurri
—emigrado cubano que había conocido en Nueva York—, como alcalde de la
Habana, quien comenzó a desempeñar el cargo a la usanza de la política
de la República mediatizada, por lo que era motivo de críticas
constantes.
Variada la forma de los gobiernos municipales de la República, se
le hicieron proposiciones a Urrutia para cubrir las dos plazas
vacantes en el Municipio de La Habana, y aceptó las de José Llanusa y
Arnol Rodríguez. Como los acuerdos tenían que ser tomados por mayoría
de votos, Deyurri quedó neutralizado y se suprimieron las medidas
politiqueras. Al poco tiempo presentó la renuncia, pues ya no podía
actuar conforme a su mentalidad retrógrada.
Conflicto
de los salvoconducto
El Presidente y el ministro de
Estado, Roberto Agramonte, planteaban que los criminales de guerra,
así como los desfalcadores del erario público, no debían tener derecho
al asilo político y, en consecuencia, no se les debía conceder
salvoconductos para abandonar el país. Sin embargo esto contravenía
los acuerdos de la Convención de Derecho de Asilo —de la cual Cuba era
signataria—, que amparaba no solo a los revolucionarios perseguidos,
sino a todo tipo de bribones.
Esto podía agravar aún más la situación con respecto a los cientos
de personas asiladas en las embajadas latinoamericanas en La Habana,
pues intereses contrarios a la Revolución propugnaban el rompimiento
de las relaciones diplomáticas con Cuba y, en el plano internacional,
eso nos afectaría. La discusión en el Consejo fue violenta.
Finalmente, a pesar de la oposición de Urrutia y Agramonte, se
concedieron los salvoconductos solicitados.
Un hecho jocoso ocurrió en una de las embajadas. Alguien dijo que
las sedes diplomáticas serían asaltadas para castigar a los asilados,
y estos, atemorizados, trataron de encontrar el lugar adecuado para
salvar sus vidas. Raúl Menocal, que había sido ministro de Comercio
del gabinete de Batista, se escondió en la chimenea del inmueble donde
estaba refugiado. Cuando sobrevino la calma no podía salir del
agujero. Fue necesario llamar a los bomberos para liberarlo de su
autoencierro.
Después de otorgarse los permisos y ser autorizadas las salidas de
los asilados hacia el extranjero, se produjo un incidente de gravedad.
Uno de los aviones sufrió averías mecánicas y tuvo que regresar a
Cuba. Al conocer la noticia, Camilo dispuso que los pasajeros
permanecieran en el aeropuerto y se dirigió a Palacio para informar al
Gobierno de lo ocurrido.
Sesionaba el Consejo de Ministros. Urrutia y Agramonte propusieron
que los portadores de los salvoconductos fueran detenidos.
Argumentaban que la autorización de salida del territorio nacional se
concedía una sola vez, por lo tanto, los documentos expedidos ya no
tenían validez.
Camilo recibió instrucciones de regresar al aeropuerto. Su
presencia allí era necesaria para evitar que se cometiera cualquier
tipo de acción contra los batistianos.
Varios embajadores tuvieron noticias del regreso del avión a
nuestro país. Se dirigieron a la Nunciatura Apostólica y persuadieron
a monseñor Luigi Centoz que intercediera por los asilados. Más tarde
fueron con él a la sede del Gobierno para solicitar una entrevista
urgente con el presidente Urrutia, quien no se inmutó y continuó
presidiendo el Consejo, a pesar de conocer la presencia de los
embajadores. Como transcurría el tiempo y no mostraba intención de
recibirlos, comenzamos a inquietarnos. Armando Hart, percatándose de
la delicada situación, se dirigió a Urrutia: "Hay que atender a esos
señores, que son los representantes del mundo. Entonces el Presidente
informó a los embajadores que, tan pronto estuviesen reparadas las
averías, los pasajeros continuarían viaje.
El pánico había cundido entre los asilados. Cuando se percataron de
la situación comenzaron a despojarse de las prendas que llevaban. Unos
las echaron en los tanques de agua de los servicios sanitarios, otros
las introdujeron en pastillas de jabón o las ocultaron en cualquier
escondrijo del recinto. Pensaban que si se las encontraban no les
permitirían continuar hacia su destino.
El comandante Efigenio Ameijeiras localizó a Fidel y lo mantuvo
informado de los acontecimientos. Respetuoso de las decisiones del
Gobierno, del que no formaba parte, este se mantuvo alejado, sin
realizar ninguna gestión. Afortunadamente, el incidente no tuvo
mayores consecuencias.
El 16 de enero —por tercera vez desde su llegada a la capital—,
Fidel se dirigió al pueblo. Como tribuna utilizó la terraza norte del
Palacio Presidencial. Cinco días después, realizó una nueva
intervención en una multitudinaria concentración popular conocida como
"Operación Verdad", donde condenó la actitud del Gobierno de los
Estados Unidos de negar la extradición, y dar refugio, a los
criminales de guerra y los desfalcadores del erario. Al acto
asistieron trescientos periodistas de toda América.
Una
intervención oportuna y necesaria
Consecuente con lo que había planteado en la reunión de La
Rinconada en la cual participaron la Dirección Nacional y los
coordinadores provinciales del M-26-7, además de otros jefes del
Ejército Rebelde, Fidel intercambiaba criterios con el pueblo en las
calles y en los centros laborales. Quería conocer directamente sus
inquietudes y orientar sobre la forma en que la Revolución afrontaría
los grandes males económicos y sociales padecidos por el país desde el
periodo colonial.
En la segunda quincena del mes de enero surgió un conflicto laboral
en la empresa petrolera Shell. La intervención de Fidel fue decisiva.
Los antecedentes del conflicto se remontaban a los días de la
Guerra de Liberación, cuando en la Comandancia General del Ejército
Rebelde se tuvieron noticias de la venta de aviones Sea Fury y tanques
de guerra efectuada por parte del gobierno de la Gran Bretaña a la
dictadura de Batista. Radio Rebelde condenó ese hecho como un acto de
agresión a la Revolución. En la Sierra Maestra se dictó una ley
revolucionaria que declaraba el embargo de todos los bienes de
ciudadanos y compañías inglesas en el Territorio Libre de Cuba, y la
futura confiscación de todas sus propiedades en el territorio
nacional. Esa ley se aplicaría cuando terminara la guerra. La consigna
era: "No consumas Shell con sangre".
Después del triunfo revolucionario el boicot a los productos
derivados del petróleo producidos por la Shell se hizo sentir, no solo
en el ámbito nacional. En Cuba, las consecuencias fueron inmediatas.
La economía de la empresa se vio afectada, por lo tanto, la Junta
Directiva propuso disminuir el personal y rebajar los salarios de los
empleados. Esas medidas restrictivas crearon gran inquietud y
descontento entre los trabajadores. Muchos, incluso, hablaron de
organizar una huelga.
Fidel conoció la situación y se manifestó partidario de poner fin
al conflicto. Para dar cuenta de la solución del caso convocó a un
acto masivo con todos los trabajadores de la refinería.
EI 6 de febrero de 1959, tarde en la noche, se produjo la
intervención. Allí explicó el origen del problema y el tremendo daño
que se le causaría a la economía nacional si los trabajadores de la
Shell efectuaban una huelga.
La huelga es un arma que debe usarse en el momento adecuado, no en
el momento en que puede perjudicar al propio pueblo y a la propia
Revolución, por las circunstancias en que nos encontramos. No es que
nosotros vayamos a olvidar las demandas de los trabajadores, porque no
hemos hecho esta Revolución para defender los intereses de los
poderosos. Digo aquí que esta Revolución la hemos hecho para defender
los intereses de los humildes, y que la estrategia correcta ahora es
evitar el mayor número de conflictos posibles...
Fidel realizó un análisis objetivo de la situación. Con la huelga
se paralizaría la economía, y eso era precisamente lo que pretendían
los enemigos de la Revolución. Además, Fidel informó a los
trabajadores que el Gobierno había decidido derogar la ley promulgada
en la Sierra Maestra por el Ejército Rebelde y, en cambio, la Junta
Directiva de la Shell aprobó el aumento del 100% de los salarios más
bajos y el 50% de los más altos. Esta fue una victoria significativa
del pueblo.
En esa intervención Fidel también se refirió al problema del juego
en los casinos. A diferencia de Urrutia, que había manifestado de
forma pública la necesidad inmediata de suprimirlo, subsidiando a los
trabajadores, Fidel consideraba que todavía no era el momento indicado
para hacerlo. Por ello señaló:
Nosotros dijimos siempre que estábamos contra el juego, que iba
contra la economía popular el juego que explotaba al pueblo, al
trabajador, al agricultor. Que a nosotros no nos importaba defender
los bolsillos al millonario americano, ni al millonario cubano¼
Cuando ese dinero que se gastaba el millonario nosotros lo podíamos
recoger para dárselo al pobre (...) ¿Quién no quiere acabar incluso
con el juego en los casinos, verdad?...
La gran realidad es que es muy fácil escribir en un despacho
olvidándose de que hay medio millón de desempleados y cientos de
obreros que trabajan en los centros de diversiones: en los cabarets,
en los casinos, en los restaurantes, en los hoteles¼
Yo llegué a la convicción de que nuestras condiciones económicas
actuales no nos permitirían el lujo de suspender el juego en los
casinos (...) ¿Subsidios? ¿Pero de dónde vamos a sacar subsidios si
aquí tenemos que pagar todos los millones, las deudas, los intereses?
Más adelante, continuó:
Es muy bonito resolver teóricamente estos problemas con el estómago
lleno. Es muy bonito desde un despacho decir: "El problema es así".
Pero yo a todos esos los llamaría a que se reunieran con los
trabajadores (...) Ahora, no digan que subsidiarlos con el dinero de
la "botella", porque el dinero que sobre, señores, hay que invertirlo
en hacer obras imprescindibles para el país.
Yo había salido de Palacio, pero Oltuski y Sorí se quedaron en el
local del Consejo de Ministros oyendo a Fidel por un radio de
bolsillo. Urrutia, que también estaba escuchando el discurso, se
presentó en el Consejo de Ministros y al encontrarse con ellos les
dijo: "Yo creo que cuando Fidel habla del Gobierno se está refiriendo
a mí". Oltuski le respondió: "A mí me parece que no es contra usted,
sino contra el Gobierno en general". Él respondió de forma violenta:
"Yo no puedo admitirlo, renuncio a la Presidencia". Oltuski conversó
con Urrutia y creyó que lo había persuadido, pero no fue así.
A las 9:00 a.m. del día 7 de febrero subí a despachar con Urrutia
—como era costumbre— y al dar los buenos días me preguntó: "¿Usted a
qué viene?" Le contesté: "A despachar con usted". Enfatizó: "Yo he
renunciado. Ya lo comuniqué a Oltuski y a Sorí. No soy presidente, por
lo que no tengo nada que resolver". Sorprendido exclamé: "¡¿Pero usted
ha renunciado?!"
Entonces discutimos. Le expresé que cómo era posible que en
aquellos momentos difíciles por los que estábamos atravesando
—atacados por varios gobiernos americanos y, en especial, por el de
los Estados Unidos— planteara una crisis de tal magnitud. Le dije que
si él era revolucionario no podía tomar esa determinación, por las
nefastas consecuencias que ocasionaría. Proseguí argumentando que la
crítica hecha por Fidel no era solamente a él, sino al Gobierno en
general, pues los ministros no salían del Palacio debido a las
reuniones diarias del Consejo. Concluí diciéndole: "Llame usted a
Fidel y discuta con él. Luego tome la decisión que estime
conveniente". Logré convencerlo y el despacho se desenvolvió
normalmente.
Con urgencia cité a Oltuski y a Sorí. Pregunté qué era lo que había
ocurrido con Urrutia. Relataron lo sucedido y me informaron que, al
terminar Fidel su intervención, se fueron a descansar, porque pensaban
que habían convencido a Urrutia.
En realidad, tempranamente comenzaron a observarse desavenencias
entre los integrantes del Gabinete. Independientemente de las
discusiones entre el Primer Ministro y el Presidente, también existían
discrepancias entre este último y algunos miembros del Consejo. Sin
duda, esto obstaculizaba el buen desenvolvimiento de las gestiones del
Gobierno.
El Primer Ministro no olvidaba su aspiración a la Presidencia de la
República y, posiblemente envalentonado por llevar la mejor parte en
las discusiones con Urrutia, mantenía la idea de crear una supuesta
crisis en el Gobierno. Por este motivo —el día 7 de enero— presentó su
renuncia al Premierato, pensando que el Presidente no la aceptaría.
Acompañado por Osvaldo Dorticós y Enrique Oltuski —que no conocían
sus verdaderas intenciones—, Miró Cardona subió al tercer piso de
Palacio y a través del ayudante militar solicitó audiencia con
Urrutia, quien los recibió. El Primer Ministro expuso entonces el
objetivo de su visita. Luego, sin inmutarse, Urrutia le dijo: "Está
bien, dame la renuncia, porque nosotros habíamos creado ese cargo para
ti y ahora vamos a suprimirlo". Con mucha ecuanimidad guardó el papel
en el bolsillo de la bata de casa azul que vestía.
Al salir de la habitación, Miró comentó a sus acompañantes: "Creo
que me aceptó la renuncia". Se dirigieron a mi despacho y me
informaron lo acontecido. Recuerdo que le dije a Miró: "Eres un
irresponsable. ¿Qué es lo que pretendías?" Estaba nervioso y no
contestó. Les dije que me esperaran allí. Subí al tercer piso y
pregunté a Urrutia qué había ocurrido con Miró. Él respondió:
"Sencillamente me entregó un escrito renunciando al cargo de Primer
Ministro, y siendo esa su decisión, la acepté".
Analizamos ampliamente las consecuencias que traería la renuncia de
Miró. Ella implicaría la de todos los ministros y, en el plano
internacional, afectaría el reconocimiento que estaban efectuando los
países del orbe al Gobierno Revolucionario. Por fin, Urrutia extrajo
del bolsillo de la bata de casa el escrito y me lo entregó diciendo
"Haga usted con la renuncia lo que estime conveniente".
De nuevo en mi despacho, dije a Miró: "Mira lo que se hace con tu
renuncia". Sin leer el texto de la nota, rasgué el papel y lo tiré al
cesto de la basura.
Fidel fue informado de lo ocurrido.
¿Cómo surgió la idea de formar un
Gobierno Revolucionario? (1)
¿Cómo surgió la idea de formar un
Gobierno Revolucionario? (2)
¿Cómo surgió la idea de formar un
Gobierno Revolucionario? (3)
¿Cómo surgió la idea de formar un
Gobierno Revolucionario? (4)
¿Cómo surgió la idea de
formar un Gobierno Revolucionario? (5)
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