¿Cómo surgió la idea de formar un Gobierno Revolucionario? (6)

Luis M. Buch Rodríguez fue testigo excepcional de los primeros pasos de la formación del Gobierno Revolucionario. Destacado abogado y revolucionario, combatiente de la generación del 30, Luis asumió el 3 de enero de 1959 el cargo de Ministro de la Presidencia y secretario del Consejo de Ministros. En esta oportunidad publicamos algunos fragmentos de su libro Gobierno Revolucionario Cubano: génesis y primeros pasos

El 8 de enero Fidel hizo su entrada triunfal en La Habana por la Carretera Central. La columna avanzó por la Avenida del Puerto. Frente al edificio de la Marina de Guerra estaba fondeado el "Granma". El Jefe de la Revolución ordenó una parada para visitar el yate y lo revisó detalladamente.

Los barcos de guerra que estaban en la bahía dispararon salvas de artillería y los mercantes hicieron sonar las sirenas. La caravana prosiguió su marcha hasta la Avenida de las Misiones e hizo una segunda escala en el Palacio Presidencial, para saludar al Presidente, que esperaba en la puerta principal.

Desde la terraza norte, Fidel y Urrutia saludaron al pueblo allí congregado. La multitud cubría toda la explanada hasta el Castillo de La Punta. El Presidente hizo la presentación del Comandante en Jefe:

Cubanos:

El Gobierno de la República, en el Palacio Presidencial, ha abierto los brazos para recibir al gran líder de América, Fidel Castro Ruz. La democracia cubana se considera honrada con la presencia en el Palacio Presidencial del gran héroe en la lucha contra la tiranía. Nuestro pueblo debe sentirse profundamente orgulloso de contarlo entre sus hijos. Es, sin lugar a dudas, el líder combatiente más abnegado de la historia (¼ ) Después de derrocar la dictadura con su esfuerzo admirable no ha tomado el poder en sus manos, sino que lo ha puesto en manos de un hombre en quien él tiene fe.

Cubanos:

Nosotros juramos que sabremos hacernos dignos de ese gesto del gran líder de los cubanos. Con ustedes Fidel Castro Ruz.

Fidel no improvisó un discurso. Inició un diálogo con el pueblo, que comenzó: "Este edificio nunca me gustó y me parece que no le gustaba a nadie, lo más que yo había subido fue ahí a ese muro, cuando era estudiante", y señaló con el índice el pedazo de la muralla colonial que antes había servido de tribuna para denunciar la corrupción oficial.

A continuación declaró:

Ustedes quisieran (¼ ) saber cuál es la emoción que siento (...) al entrar en Palacio. Les voy a confesar mi emoción: exactamente igual que en cualquier otro lugar de la República. No me despierta ninguna emoción especial. Es un edificio que para mí, en este instante, tiene todo el valor de que en él se alberga el Gobierno Revolucionario de la República.

Si por el cariño fuera, el lugar donde por motivo de hondo sentimiento yo quisiera vivir sería el Pico Turquino. Porque frente a la fortaleza de la tiranía opusimos la fortaleza de nuestras montañas invictas hasta ahora. Sin embargo, yo quiero que el pueblo vaya a Columbia, porque ahora Columbia es del pueblo. Y que los tanques que ahora son del pueblo vayan a la vanguardia del pueblo, abran el camino. Nadie le impedirá la entrada y nos reuniremos allá.

Aludió a la reciente visita que había realizado al "Granma" y las profundas emociones que sintió al pisar de nuevo el puente de aquella embarcación, que era un pedazo de su vida y finalizó así:

Y ahora una prueba que yo quiero del pueblo de La Habana, porque alguien decía a mi lado que harían falta mil soldados para pasar por donde está el pueblo. Y yo digo que no. Yo solo voy a pasar por donde está el pueblo. Dicen eso porque han visto tanta emoción, tanto entusiasmo que tienen miedo que nos vayan a dañar. Sin embargo, el pueblo tiene que cuidar de los revolucionarios.

Voy a demostrar una vez más que conozco al pueblo. Sin que vaya un soldado delante, le voy a pedir al pueblo que abra una fila. Yo voy a atravesar solo por esa senda, junto al Presidente de la República. Así, compatriotas, les vamos a demostrar al mundo entero, a los periodistas que están aquí presentes, la disciplina y el civismo del pueblo de Cuba. Abran una fila y por ahí marcharemos para que vean que no hace falta un solo soldado para pasar por entre el pueblo.

Antes de concluir sus palabras, la multitud, en un movimiento espontáneo, refluía hacia la línea de los edificios, apretujada, fundida en una sola y enorme masa. Delante de Urrutia y Fidel, como ante la quilla de un buque cortando las aguas, se abría un espacio libre, que luego, al pasar ellos, se cerraba otra vez.

La caravana llegó al campamento de Columbia, donde se realizó un acto que comenzó con las notas del Himno Nacional coreado por el pueblo. El primero en hacer uso de la palabra fue el líder estudiantil —ya capitán— Juan Nuiry Sánchez, y le siguió en turno el comandante Luis Orlando Rodríguez. Se escuchaban las voces inconfundibles de los locutores de Radio Rebelde.

Fidel inició su discurso en el silencio más absoluto. En su hombro izquierdo se había posado una paloma blanca, pues al inicio del acto, en un momento de mucha emoción, habían sido liberadas de sus jaulas centenares de ellas. En esa histórica alocución señaló los deberes de los revolucionarios, hizo un llamado para mantener la paz y destacó la necesidad de que se unieran todas las fuerzas que habían luchado por derrocar a la tiranía de Batista, para juntas trabajar en favor del pueblo cubano.

Ya en la madrugada, en medio de una frenética ovación, Fidel terminó su intervención y la muchedumbre comenzó a retirarse.

No quiso quedarse en la que fuera residencia de Batista y fue a descansar en un modesto hotel de la calle Monserrate, donde se albergaba en sus días de estudiante.

Algunos acuerdos del Gobierno Revolucionario

El Consejo de Ministros no estaba completo, resultaba imprescindible cubrir los cargos vacantes. Por esta razón, en la sesión extraordinaria del 9 de enero, el Presidente dio cuenta de la designación de Enrique Oltuski Ozacki como ministro de Comunicaciones. La propuesta había partido de Faustino Pérez, quien había consultado la idea previamente con Fidel.

Además, Urrutia planteó en el Consejo la necesidad de que figurara un Ministro Encargado de la Ponencia y Estudio de las Leyes Revolucionarias, y para cubrir esa cartera nombró al doctor Osvaldo Dorticós Torrado. La idea inicial de crear ese Ministerio había sido de José Miró Cardona.

En la sesión del 12 de enero, a propuesta de Armando Hart, se declararon nulos, y sin valor ni efecto alguno, los exámenes realizados y títulos expedidos durante el tiempo que estuvieron cerrados los Institutos de Segunda Enseñanza.

El día 16, por iniciativa del Ministro de Recuperación de Bienes Malversados, se dispuso que en los registros de la propiedad, el mercantil y el de sociedades anónimas, los funcionarios se abstuvieran de realizar ningún tipo de operaciones, sin la previa autorización de ese Ministerio.

El 19 de enero se designó al coronel José M. Rego Rubido corno agregado militar de la Embajada de Cuba en Brasil, y al coronel Ramón Barquín López, director general de las Academias Militares y director de Logística G-3 del Estado Mayor del Ejército. Esos nombramientos fueron refrendados por el comandante Luis Orlando Rodríguez, ministro de Gobernación e interino de la Defensa Nacional.

EI 20 de enero, el Presidente informó al Consejo que había dejado sin efecto el Decreto No. 22 —fechado el 5 del propio mes— por el que había designado al Ministro de Gobernación, también —pero de forma interina—, como Ministro de la Defensa Nacional. En su lugar, para el último cargo, nombró al comandante doctor Augusto Martínez Sánchez. Además, dio cuenta de la designación del doctor Regino Boti León como ministro encargado del Consejo Nacional de Economía.

Ese mismo día, el Consejo aprobó la Ley No. 22, por la cual se declaraban depuestos de sus cargos las personas que integraban el 31 de diciembre de 1958 las directivas de las Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC), de las federaciones obreras provinciales, así como de los sindicatos, uniones y gremios de toda la República. También se acordó crear el Comité Nacional de la CTC y reconocer a David Salvador Manso como su responsable general; los otros miembros fueron nombrados para hacerse cargo de diferentes departamentos, así: Octavio Louit Venzan, atendería Organización; José Pellón Jaén, Finanzas; Antonio Torres Chedebau, Organismos Oficiales y Patronales; Conrado Bécquer Díaz, Actas y Correspondencia; José María de Aguilera Fernández, Propaganda; Reinol González González, Relaciones Exteriores; Jesús Soto Díaz, Relaciones Interiores, y José de J. Plana del Paso, Asuntos Jurídicos.

En la sesión del 23 de enero, Urrutia manifestó que estimaba necesaria la creación del Ministerio de Bienestar Social, porque era un deber del Gobierno establecer y organizar los departamentos que facilitaran el desenvolvimiento de los postulados revolucionarios. El Consejo acordó encargar al Ministro de Estado la redacción del correspondiente proyecto de ley.

La creación de ese Ministerio fue un paso de avance en nuestro país, porque contemplaba la obligación del Estado de brindar asistencia social a todos los ciudadanos que la requirieran. Desde que se instauró la seudorrepública nada se había hecho con tal finalidad. Después del triunfo del Primero de enero, el Gobierno Revolucionario se dio a la tarea de erradicar, de forma definitiva, el terrible mal de la mendicidad infantil. Se eliminaron los horribles reformatorios —como el de Torrens, por ejemplo—, donde se hacinaban en el estado más lamentable de abandono cientos de adolescentes que, en lugar de rehabilitarse, se convertían en delincuentes.

Para desempeñar el Ministerio de Bienestar Social el Presidente designó a Elena Mederos Cabañas, vicepresidenta de la Sociedad de Amigos de la República (SAR) y miembro de la Directiva del Lyceum Lawn Tennis Club. Con este nuevo ingreso, el Consejo quedó integrado por 18 miembros.

El 23 de enero —primer aniversario de la caída de la dictadura pérezjimenista— partió hacia Caracas, Venezuela, la delegación revolucionaria presidida por el Comandante en Jefe Fidel Castro. La integraban, además, el comandante Luis Orlando Rodríguez, ministro de Gobernación, y el doctor Francisco Pividal Padrón, recién nombrado embajador extraordinario y plenipotenciario de Cuba en ese país.

En el último Consejo celebrado en el mes de enero —el día 29— se aprobó la Ley por la cual se adaptaron las normas contenidas en el Reglamento No. 1 del Ejército Rebelde, promulgado en la Sierra Maestra el día 21 de febrero de 1958.

Después del triunfo de la Revolución constituía una necesidad imperiosa —para las autoridades y el pueblo que ellas representaban—castigar los delitos cometidos por militares o civiles que estuvieron al servicio de la tiranía. Se determinó que correspondería a los Tribunales Revolucionarios aplicar los preceptos contenidos en la Ley Penal de Cuba en Armas durante la Guerra de Independencia.

En el referido Consejo, a propuesta del comandante Luis Orlando Rodríguez, se acordó que el ejecutivo de cada gobierno municipal del país estuviera compuesto por tres comisionados, quienes ostentarían su personalidad jurídica y serían designados por el Ministro de Gobernación. Los acuerdos se adoptarían por mayoría de votos. De este modo quedó suprimido el cargo de alcalde municipaI.

A instancias de Urrutia había sido nombrado Benjamín Deyurri —emigrado cubano que había conocido en Nueva York—, como alcalde de la Habana, quien comenzó a desempeñar el cargo a la usanza de la política de la República mediatizada, por lo que era motivo de críticas constantes.

Variada la forma de los gobiernos municipales de la República, se le hicieron proposiciones a Urrutia para cubrir las dos plazas vacantes en el Municipio de La Habana, y aceptó las de José Llanusa y Arnol Rodríguez. Como los acuerdos tenían que ser tomados por mayoría de votos, Deyurri quedó neutralizado y se suprimieron las medidas politiqueras. Al poco tiempo presentó la renuncia, pues ya no podía actuar conforme a su mentalidad retrógrada.

Conflicto de los salvoconducto

El Presidente y el ministro de Estado, Roberto Agramonte, planteaban que los criminales de guerra, así como los desfalcadores del erario público, no debían tener derecho al asilo político y, en consecuencia, no se les debía conceder salvoconductos para abandonar el país. Sin embargo esto contravenía los acuerdos de la Convención de Derecho de Asilo —de la cual Cuba era signataria—, que amparaba no solo a los revolucionarios perseguidos, sino a todo tipo de bribones.

Esto podía agravar aún más la situación con respecto a los cientos de personas asiladas en las embajadas latinoamericanas en La Habana, pues intereses contrarios a la Revolución propugnaban el rompimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba y, en el plano internacional, eso nos afectaría. La discusión en el Consejo fue violenta. Finalmente, a pesar de la oposición de Urrutia y Agramonte, se concedieron los salvoconductos solicitados.

Un hecho jocoso ocurrió en una de las embajadas. Alguien dijo que las sedes diplomáticas serían asaltadas para castigar a los asilados, y estos, atemorizados, trataron de encontrar el lugar adecuado para salvar sus vidas. Raúl Menocal, que había sido ministro de Comercio del gabinete de Batista, se escondió en la chimenea del inmueble donde estaba refugiado. Cuando sobrevino la calma no podía salir del agujero. Fue necesario llamar a los bomberos para liberarlo de su autoencierro.

Después de otorgarse los permisos y ser autorizadas las salidas de los asilados hacia el extranjero, se produjo un incidente de gravedad. Uno de los aviones sufrió averías mecánicas y tuvo que regresar a Cuba. Al conocer la noticia, Camilo dispuso que los pasajeros permanecieran en el aeropuerto y se dirigió a Palacio para informar al Gobierno de lo ocurrido.

Sesionaba el Consejo de Ministros. Urrutia y Agramonte propusieron que los portadores de los salvoconductos fueran detenidos. Argumentaban que la autorización de salida del territorio nacional se concedía una sola vez, por lo tanto, los documentos expedidos ya no tenían validez.

Camilo recibió instrucciones de regresar al aeropuerto. Su presencia allí era necesaria para evitar que se cometiera cualquier tipo de acción contra los batistianos.

Varios embajadores tuvieron noticias del regreso del avión a nuestro país. Se dirigieron a la Nunciatura Apostólica y persuadieron a monseñor Luigi Centoz que intercediera por los asilados. Más tarde fueron con él a la sede del Gobierno para solicitar una entrevista urgente con el presidente Urrutia, quien no se inmutó y continuó presidiendo el Consejo, a pesar de conocer la presencia de los embajadores. Como transcurría el tiempo y no mostraba intención de recibirlos, comenzamos a inquietarnos. Armando Hart, percatándose de la delicada situación, se dirigió a Urrutia: "Hay que atender a esos señores, que son los representantes del mundo. Entonces el Presidente informó a los embajadores que, tan pronto estuviesen reparadas las averías, los pasajeros continuarían viaje.

El pánico había cundido entre los asilados. Cuando se percataron de la situación comenzaron a despojarse de las prendas que llevaban. Unos las echaron en los tanques de agua de los servicios sanitarios, otros las introdujeron en pastillas de jabón o las ocultaron en cualquier escondrijo del recinto. Pensaban que si se las encontraban no les permitirían continuar hacia su destino.

El comandante Efigenio Ameijeiras localizó a Fidel y lo mantuvo informado de los acontecimientos. Respetuoso de las decisiones del Gobierno, del que no formaba parte, este se mantuvo alejado, sin realizar ninguna gestión. Afortunadamente, el incidente no tuvo mayores consecuencias.

El 16 de enero —por tercera vez desde su llegada a la capital—, Fidel se dirigió al pueblo. Como tribuna utilizó la terraza norte del Palacio Presidencial. Cinco días después, realizó una nueva intervención en una multitudinaria concentración popular conocida como "Operación Verdad", donde condenó la actitud del Gobierno de los Estados Unidos de negar la extradición, y dar refugio, a los criminales de guerra y los desfalcadores del erario. Al acto asistieron trescientos periodistas de toda América.

Una intervención oportuna y necesaria

Consecuente con lo que había planteado en la reunión de La Rinconada en la cual participaron la Dirección Nacional y los coordinadores provinciales del M-26-7, además de otros jefes del Ejército Rebelde, Fidel intercambiaba criterios con el pueblo en las calles y en los centros laborales. Quería conocer directamente sus inquietudes y orientar sobre la forma en que la Revolución afrontaría los grandes males económicos y sociales padecidos por el país desde el periodo colonial.

En la segunda quincena del mes de enero surgió un conflicto laboral en la empresa petrolera Shell. La intervención de Fidel fue decisiva.

Los antecedentes del conflicto se remontaban a los días de la Guerra de Liberación, cuando en la Comandancia General del Ejército Rebelde se tuvieron noticias de la venta de aviones Sea Fury y tanques de guerra efectuada por parte del gobierno de la Gran Bretaña a la dictadura de Batista. Radio Rebelde condenó ese hecho como un acto de agresión a la Revolución. En la Sierra Maestra se dictó una ley revolucionaria que declaraba el embargo de todos los bienes de ciudadanos y compañías inglesas en el Territorio Libre de Cuba, y la futura confiscación de todas sus propiedades en el territorio nacional. Esa ley se aplicaría cuando terminara la guerra. La consigna era: "No consumas Shell con sangre".

Después del triunfo revolucionario el boicot a los productos derivados del petróleo producidos por la Shell se hizo sentir, no solo en el ámbito nacional. En Cuba, las consecuencias fueron inmediatas. La economía de la empresa se vio afectada, por lo tanto, la Junta Directiva propuso disminuir el personal y rebajar los salarios de los empleados. Esas medidas restrictivas crearon gran inquietud y descontento entre los trabajadores. Muchos, incluso, hablaron de organizar una huelga.

Fidel conoció la situación y se manifestó partidario de poner fin al conflicto. Para dar cuenta de la solución del caso convocó a un acto masivo con todos los trabajadores de la refinería.

EI 6 de febrero de 1959, tarde en la noche, se produjo la intervención. Allí explicó el origen del problema y el tremendo daño que se le causaría a la economía nacional si los trabajadores de la Shell efectuaban una huelga.

La huelga es un arma que debe usarse en el momento adecuado, no en el momento en que puede perjudicar al propio pueblo y a la propia Revolución, por las circunstancias en que nos encontramos. No es que nosotros vayamos a olvidar las demandas de los trabajadores, porque no hemos hecho esta Revolución para defender los intereses de los poderosos. Digo aquí que esta Revolución la hemos hecho para defender los intereses de los humildes, y que la estrategia correcta ahora es evitar el mayor número de conflictos posibles...

Fidel realizó un análisis objetivo de la situación. Con la huelga se paralizaría la economía, y eso era precisamente lo que pretendían los enemigos de la Revolución. Además, Fidel informó a los trabajadores que el Gobierno había decidido derogar la ley promulgada en la Sierra Maestra por el Ejército Rebelde y, en cambio, la Junta Directiva de la Shell aprobó el aumento del 100% de los salarios más bajos y el 50% de los más altos. Esta fue una victoria significativa del pueblo.

En esa intervención Fidel también se refirió al problema del juego en los casinos. A diferencia de Urrutia, que había manifestado de forma pública la necesidad inmediata de suprimirlo, subsidiando a los trabajadores, Fidel consideraba que todavía no era el momento indicado para hacerlo. Por ello señaló:

Nosotros dijimos siempre que estábamos contra el juego, que iba contra la economía popular el juego que explotaba al pueblo, al trabajador, al agricultor. Que a nosotros no nos importaba defender los bolsillos al millonario americano, ni al millonario cubano¼

Cuando ese dinero que se gastaba el millonario nosotros lo podíamos recoger para dárselo al pobre (...) ¿Quién no quiere acabar incluso con el juego en los casinos, verdad?...

La gran realidad es que es muy fácil escribir en un despacho olvidándose de que hay medio millón de desempleados y cientos de obreros que trabajan en los centros de diversiones: en los cabarets, en los casinos, en los restaurantes, en los hoteles¼

Yo llegué a la convicción de que nuestras condiciones económicas actuales no nos permitirían el lujo de suspender el juego en los casinos (...) ¿Subsidios? ¿Pero de dónde vamos a sacar subsidios si aquí tenemos que pagar todos los millones, las deudas, los intereses?

Más adelante, continuó:

Es muy bonito resolver teóricamente estos problemas con el estómago lleno. Es muy bonito desde un despacho decir: "El problema es así". Pero yo a todos esos los llamaría a que se reunieran con los trabajadores (...) Ahora, no digan que subsidiarlos con el dinero de la "botella", porque el dinero que sobre, señores, hay que invertirlo en hacer obras imprescindibles para el país.

Yo había salido de Palacio, pero Oltuski y Sorí se quedaron en el local del Consejo de Ministros oyendo a Fidel por un radio de bolsillo. Urrutia, que también estaba escuchando el discurso, se presentó en el Consejo de Ministros y al encontrarse con ellos les dijo: "Yo creo que cuando Fidel habla del Gobierno se está refiriendo a mí". Oltuski le respondió: "A mí me parece que no es contra usted, sino contra el Gobierno en general". Él respondió de forma violenta: "Yo no puedo admitirlo, renuncio a la Presidencia". Oltuski conversó con Urrutia y creyó que lo había persuadido, pero no fue así.

A las 9:00 a.m. del día 7 de febrero subí a despachar con Urrutia —como era costumbre— y al dar los buenos días me preguntó: "¿Usted a qué viene?" Le contesté: "A despachar con usted". Enfatizó: "Yo he renunciado. Ya lo comuniqué a Oltuski y a Sorí. No soy presidente, por lo que no tengo nada que resolver". Sorprendido exclamé: "¡¿Pero usted ha renunciado?!"

Entonces discutimos. Le expresé que cómo era posible que en aquellos momentos difíciles por los que estábamos atravesando —atacados por varios gobiernos americanos y, en especial, por el de los Estados Unidos— planteara una crisis de tal magnitud. Le dije que si él era revolucionario no podía tomar esa determinación, por las nefastas consecuencias que ocasionaría. Proseguí argumentando que la crítica hecha por Fidel no era solamente a él, sino al Gobierno en general, pues los ministros no salían del Palacio debido a las reuniones diarias del Consejo. Concluí diciéndole: "Llame usted a Fidel y discuta con él. Luego tome la decisión que estime conveniente". Logré convencerlo y el despacho se desenvolvió normalmente.

Con urgencia cité a Oltuski y a Sorí. Pregunté qué era lo que había ocurrido con Urrutia. Relataron lo sucedido y me informaron que, al terminar Fidel su intervención, se fueron a descansar, porque pensaban que habían convencido a Urrutia.

En realidad, tempranamente comenzaron a observarse desavenencias entre los integrantes del Gabinete. Independientemente de las discusiones entre el Primer Ministro y el Presidente, también existían discrepancias entre este último y algunos miembros del Consejo. Sin duda, esto obstaculizaba el buen desenvolvimiento de las gestiones del Gobierno.

El Primer Ministro no olvidaba su aspiración a la Presidencia de la República y, posiblemente envalentonado por llevar la mejor parte en las discusiones con Urrutia, mantenía la idea de crear una supuesta crisis en el Gobierno. Por este motivo —el día 7 de enero— presentó su renuncia al Premierato, pensando que el Presidente no la aceptaría.

Acompañado por Osvaldo Dorticós y Enrique Oltuski —que no conocían sus verdaderas intenciones—, Miró Cardona subió al tercer piso de Palacio y a través del ayudante militar solicitó audiencia con Urrutia, quien los recibió. El Primer Ministro expuso entonces el objetivo de su visita. Luego, sin inmutarse, Urrutia le dijo: "Está bien, dame la renuncia, porque nosotros habíamos creado ese cargo para ti y ahora vamos a suprimirlo". Con mucha ecuanimidad guardó el papel en el bolsillo de la bata de casa azul que vestía.

Al salir de la habitación, Miró comentó a sus acompañantes: "Creo que me aceptó la renuncia". Se dirigieron a mi despacho y me informaron lo acontecido. Recuerdo que le dije a Miró: "Eres un irresponsable. ¿Qué es lo que pretendías?" Estaba nervioso y no contestó. Les dije que me esperaran allí. Subí al tercer piso y pregunté a Urrutia qué había ocurrido con Miró. Él respondió: "Sencillamente me entregó un escrito renunciando al cargo de Primer Ministro, y siendo esa su decisión, la acepté".

Analizamos ampliamente las consecuencias que traería la renuncia de Miró. Ella implicaría la de todos los ministros y, en el plano internacional, afectaría el reconocimiento que estaban efectuando los países del orbe al Gobierno Revolucionario. Por fin, Urrutia extrajo del bolsillo de la bata de casa el escrito y me lo entregó diciendo "Haga usted con la renuncia lo que estime conveniente".

De nuevo en mi despacho, dije a Miró: "Mira lo que se hace con tu renuncia". Sin leer el texto de la nota, rasgué el papel y lo tiré al cesto de la basura.

Fidel fue informado de lo ocurrido.

¿Cómo surgió la idea de formar un Gobierno Revolucionario? (1)

¿Cómo surgió la idea de formar un Gobierno Revolucionario? (2)

¿Cómo surgió la idea de formar un Gobierno Revolucionario? (3)

¿Cómo surgió la idea de formar un Gobierno Revolucionario? (4)

¿Cómo surgió la idea de formar un Gobierno Revolucionario? (5)

 

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