ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Fotograma de la película Club Habana

En 1945, Edgar G. Ulmer, director de culto de origen austríaco, estrenó Club Havana, una de las cintas hoy día menos conocidas de su tan extensa como desigual filmografía en Hollywood, la cual se ambienta en el club del título. Allí, entre la cantante de turno, el alcohol, el tabaco y el roce de los concurrentes, van develándose historias personales que hablan de nuestra complicada naturaleza, de los secretos que escondemos, de los yugos que nos someten.

El espacio cinematográfico del club nocturno, como el del automóvil y el viaje en las «películas de carreteras», es empleado por los guionistas para darles la posibilidad a los personajes de abrirse, distenderse y, por ende, exponer su ser interior. Cual ocurre en Club Habana (Jorge Herrera, 2010), de tardío estreno en Cuba.

Durante una noche de lluvia, Bárbara (Yoraisy Gómez) carenará dentro del club del título. Está a pocas horas de viajar a Europa, y a sus 23 años tiene tanta belleza en su rostro como pesimismo en el alma. No le complace su proyecto de futuro en la Isla, con todo el derecho que le asiste al personaje, como a los seres humanos en general, de adoptar sus criterios. Otros de su generación comparten su punto de vista (muchos otros no), aunque gran parte de sus padres y abuelos no piense igual.  Es la vida, nada más. Doquiera.

Las divergencias en los enfoques generacionales son asunto al cual remiten, con insistencia, el personaje de Bárbara, y el filme todo.

Ni lo anterior, ni mucho de lo tanto que la película señala, sobre diversos temas, resulta algo inusual en un cine cubano acostumbrado a hablar abiertamente de nuestros dilemas, desde los mismos años 60 del pasado siglo, por intermedio de autores fundamentales, con Gutiérrez Alea y Solás a la cabeza.

La circunstancia negativa aquí radica en la forma demasiado expositiva, conferencista, discursiva con que son expuestas las ideas. La expresión más evidente de ello se registra en el minuto 56, a través de esa intempestiva catarsis en clave solemne de Bárbara con Guillermo, el suizo que la intenta conquistar. Ojo, no hablo de cuánto ella dice (discutir la soberanía ideológica de un personaje no resulta algo prudente para quienes ejercemos esta profesión); sino de la manera forzada cómo lo hace. Son dos cosas distintas.

En realidad, los apuntes sociales de esta añeja coproducción con Ecuador y Alemania, algunos de ellos abordados de forma rutinaria y acartonada, nada nuevo aportan al amplio concierto de ideas manejadas por los nacionales desde hace lustros. Su acumulación dentro de un mismo filme tampoco es inédita, y obedece a un patrón observado por algunos cineastas noveles patrios, quienes (quizá ante la inseguridad de volver a filmar) anhelan reflejar mucho en breve tiempo. En 79 minutos, el debut de Herrera lo corrobora.

Otros problemas de la película recaen en el aspecto formal. Por ejemplo, su desangelada fotografía, a lo cual se encadena una edición de escaso pragmatismo. El desgano de ambos frentes conduce a que la cinta adquiera marcado aire telefílmico, algo funesto en cine. Resultado: varios teleplays transmitidos por los canales cubanos son más cinematográficos que Club Habana.

¿Qué resaltar del filme? Pues, el donaire interpretativo de dos actores de primera línea, como el desaparecido Enrique Molina (en rol secundario) y Luis Alberto García; más el bono extra de encontrar a la cantante y compositora Lourdes Torres, también ya fallecida, en una faceta histriónica que defendió con soltura. Solo por disfrutar de estos tres astros, vale la pena pagar la entrada.

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