ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Lo que inicialmente fue una llamada en busca de confirmación a la tristísima noticia, se convirtió en una larga conversación sobre una realidad ya confirmada, que luego se repitió en otras llamadas a colegas y compañeros a los que golpeaba el aviso como una reacción en cadena: Rolando Pérez Betancourt había fallecido.

No pude ya en el día pensar en otra cosa, sino tratar de rescatar en la memoria esos momentos en que más allá de las incontables ocasiones en que asistí como espectador a sus comentarios en La séptima puerta, o que como lector bebí ávidamente sus críticas en Granma, -muchas veces lo primero en ser leído, saltándome páginas, al caer en mis manos la edición impresa-, fueron tres las veces las que tuve el honor de tener contacto con Rolando Pérez Betancourt de manera directa.

La primera fue cuando un grupo de compañeros estábamos preparando el terreno para el estreno del documental La dictadura del algoritmo. Se organizaron un grupo de proyecciones cuando aún no sabíamos si sería admitido en televisión y comenzábamos, sorteando a veces, derribando otras, a superar los obstáculos y oposiciones para que finalmente llegara al público mayor. Del reducido grupo de presentes en esas iniciales exhibiciones, Rolando fue el primero en pedir la palabra y el único que habló dos veces.

Primero, para echar rodilla en tierra con el documental, —junto a otros defensores— frente a los que preferían distanciarse cautelosos o esperaban a «buscar seña» para no quemarse con un contenido filoso que no solo abordaba el asunto de la guerra ideológica y las redes sociales digitales en Cuba, sino que ponía en evidencia el costo político del error que fue haberlas subestimado pasivamente.

Luego, una vez más esa tarde, para rechazar la sugerencia de aquellos que, subestimando la capacidad del público, consideraban que este no asimilaría los 52 minutos de metraje y que era mejor cortarlo en mini episodios independientes, lo que para algunos era un planteamiento honesto, pero para otros —pensando sin ingenuidad— tal vez permitiría separar las partes de las explicaciones tecnológicas y psicológicas sobre las redes, de otras del documental que les resultaban más incómodas políticamente, en la que aparecían los medios digitales de la contrarrevolución con financiamiento estadounidense y sus operadores. La identificación inmediata de Rolando con el contenido y la intención de un material que acababa de ver por primera vez, y cuyos realizadores apenas conocía, junto a la conciencia de la necesidad de exponer el fenómeno como un todo, hizo que se pusiera de pie para responder en primera persona: «¡Me niego rotundamente…¡»

Fue cuando de verdad conocí a Rolando Pérez Betancourt.

La segunda ocasión fue en una asamblea en la que, ante las máximas autoridades dirigentes del Estado, no aprovechó la ocasión ni utilizó su derecho a la palabra para la adulación o la autopromoción, ni para tratar de encaminar algún proyecto personal, sino para alertar y lamentarse de la escasez en nuestros medios de comunicación de una crítica cultural ideológicamente comprometida con la Revolución y con una perspectiva marxista del arte y de la sociedad. Su intervención denotaba una concepción esencialmente ideológica del papel social del arte y la cultura.

También cuestionó que en su momento no se hubiesen abordado por la prensa cultural los shows de censura cinematográfica armados con una intencionalidad política y anti institucional, protagonizados en nuestro país —con el apoyo editorial de esos medios pro estadounidenses— por obras que no hubiesen resistido una crítica ni siquiera de peso medio.  

La tercera y última sería para agradecerle, cuando haciendo un esfuerzo en medio de la enfermedad nos hizo el tremendo honor a Michel Torres Corona y a mí, a través de uno de sus últimos trabajos para Granma, de apoyar y recomendar dos textos nuestros aparecidos poco antes.

El de Michel, sobre la frivolidad en los medios y la cultura en Cuba.  

El otro, como parte del sustento a una visión expresada más ampliamente en las redes,  que cuestionaba el elogio superficial en nuestro país a una promocionada película latinoamericana, producida por una superplataforma digital estadounidense, que a pesar de hacer una sutil manipulación histórica sobre las dictaduras del Plan Cóndor, por lo que fuera cuestionada en su país de origen, fue recibida en el nuestro con la alfombra roja solo por llegar santiguada por la taquilla y la crítica mercantil; un filme sobre el que recientemente fue lanzado una vez más el confeti del elogio fácil en nuestros medios encargados de la promoción cinematográfica, que celebraron sin un ápice de sentido crítico cuando la cinta recibió previsiblemente uno de los premios Golden Globe Awards, que otorga la Hollywood Foreign Press Association o Asociación de Prensa Extranjera de Hollywood, la que reúne a los críticos que escriben sobre el cine hollywoodense en medios internacionales.

No por gusto son los premios más publicitados después los Oscar, pues lo conceden precisamente los encargados de «vender» con sus críticas el cine de Hollywood al resto del mundo; de ahí el globo terráqueo rodeado por una cinta de celuloide representado en su trofeo. Son el tipo de cosas que no pasaban desapercibidas para Rolando.

Eso sí, lo que muy probablemente hubiese hecho, de haberle dado la vida la oportunidad, era exhibir la película en cuestión en su espacio televisivo, precedido de un esclarecedor comentario, pero siempre confiando en la capacidad del público para asimilar la obra, y con la convicción de que este solo puede hacerse de un criterio propio si tiene acceso a los contenidos que se critican. Para un crítico de la formación política de Pérez Betancourt, subestimar al público era subestimar al pueblo.

Pudiera pensarse que la crítica es un ejercicio en solitario, pero no es así, pues siempre resulta acompañada cuando se hace de manera superior desde la convicción y los principios. Rolando Pérez Betancourt no fue en ese caso solamente un crítico, sino que, por encima de eso, fue un militante de la mejor cultura. No por casualidad, en las tres veces mencionadas, su accionar intelectual fue para defender a la Revolución. En ese empeño, nunca estuvo solo.

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Adrián Eduardo dijo:

1

18 de febrero de 2023

23:47:35


Muy buen escrito y homenaje.