Fue en Punta Brava, el modesto pueblito donde nací, en el que, muy niño, oí hablar de Alicia Alonso por

primera vez. La imagen de la bailarina se me corporizó poco después, cuando en un ejemplar de Bohemia se publicó una foto de ella, en el ala de un avión, en el aeropuerto de Frankfurt, ciudad alemana donde actuaba por entonces con el Ballet Theatre de Nueva York.
Llegó después mi adolescencia y en ella apareció un ser que influyó grandemente en mi sensibilidad y en mi formación cultural. Se llamaba Sixto Pablo Falcón, Sixtico, y era el barbero de mi pueblo. Ante su numerosa y heterogénea clientela siempre le oí proclamar que Alicia Alonso «era la más grande bailarina del mundo y que su mayor orgullo era ir por el mundo proclamando su cubanía». Esa apasionada aseveración de mi barbero y el respeto que mi humilde familia me inculcó siempre por las grandes figuras de la Patria, contribuyeron decisivamente a que desde entonces yo viera a Alicia como un símbolo.
Durante años seguí su extraordinaria trayectoria por revistas y periódicos, hasta que llegó el 9 de febrero de 1955, en que Alicia apareció en el Casino de la Alegría, el más famoso programa de la televisión de entonces y que permitió que la gran masa del pueblo cubano pudiera encontrarse por vez primera con su arte ya legendario, aunque fuera a través de una pantalla televisiva. Bailó la Sinfonía clásica, una coreografía de Alberto Alonso con música de Prokofiev, junto a un pequeño grupo de bailarinas de la compañía, de la cual era guía y estrella máxima.
La experiencia de verla en la pantalla se repitió varias veces hasta 1956, en que ella dejó de bailar en su patria a causa de la agresión de la tiranía batistiana. Durante tres años, su nombre solo permaneció en el corazón de los cubanos, orgullosos por saberla triunfadora en las cuatro esquinas del mundo, pero, tristemente, como estrella de compañías extranjeras. Sus esfuerzos desde 1948 por sembrar el ballet en Cuba parecían una utopía deshecha para siempre por un sátrapa y la corte de apátridas que desangraban el país.
Entre lo grandioso que el triunfo de la Revolución propició a la gran masa de cubanos estuvo el reencuentro con el arte de Alicia. Aunque el Ballet de Cuba, con ella al frente, realizó funciones en el Teatro Blanquita, hoy Karl Marx, para el Ejército Rebelde y el Gobierno Revolucionario en los primeros días de febrero, un masivo acto organizado por la Federación Estudiantil Universitaria, como culminación de un amplio programa de actividades artísticas de carácter popular, tendría lugar la noche del 1o de junio de 1959, en el Coliseo de la Ciudad Deportiva, durante el cierre de la Operación Cultura, un masivo acto organizado por la Federación Estudiantil Universitaria, como culminación de un amplio programa de actividades artísticas de carácter popular.
Programado inicialmente para el día 29 de mayo, en el Estadio Universitario, la cita se realizó finalmente, por razones de lluvia y espacio, en el conocido enclave deportivo. Aunque el programa de esa noche incluyó Las sílfides y Remembranzas cubanas, yo solamente recuerdo el adagio del II acto de El lago de los cisnes, más bien la visión de una criatura extraña, envuelta en un ropaje de plumas blancas. El programa impreso decía que la acompañó el célebre Igor Youskevitch, pero yo solo la vi a ella.
No olvido el silencio del público y la atronadora ovación final, que parecía iba a derrumbar el techo del recinto. Cuando me encaminaba a las puertas de salida, de repente oí una voz de tono grave y exaltado. En el pasillo una figura diminuta, sencilla y frágil, de nívea blancura y oscuros ojos, cuya cabeza estaba rematada por una brillante corona de pedrería, apareció ante mis ojos. Tenía una boca grande y tan roja como el ramo de rosas que apretaba contra su pecho. Evidentemente emocionada por la gran acogida que recibió, charlaba con Fernando Alonso y el director de orquesta Enrique González Mántici. El impacto fue tal que no pude hablar una sola palabra hasta el regreso a mi casa. Estoy seguro de que los casi 15 000 espectadores de esa función tuvieron igual experiencia, la de encontrarse con una leyenda y recibir el efluvio inolvidable de un arte que nos ha acompañado desde entonces.
Una vez más la dirección de cultura de la heroica Federación Estudiantil Universitaria era la abanderada en esa histórica siembra. Al escribir este tributo, que podrían suscribir muchos otros, viene a mi mente el querido Juan Nuiry, el capitán rebelde y heraldo permanente de la combativa colina, quien tantas veces nos reiteró: «La gran lucha de nuestra organización no se centró solamente en combatir tiranos y desmanes, en recibir muertes, heridos y golpizas, sino en concientizar a la nación en la validez del arte y la cultura, como escudo mayor de la Nación». Seis décadas después, en que ya el arte del ballet es un derecho de todo nuestro pueblo y el Ballet Nacional de Cuba ha sido declarado Patrimonio Cultural de la Nación, la Operación Cultura se levanta en nuestra historia como un mandato hermosamente cumplido. foto: archivo de granma
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Francisco Ruiz dijo:
1
1 de junio de 2019
06:33:30
Agustin Navarro dijo:
2
3 de junio de 2019
09:35:41
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