El salón Jelengue está emplazado en Centro Habana, en el patio de los estudios Areíto; esos donde grabaron, entre otros, el Buena Vista Social Club, y Silvio, Pablo, Van Van… En el patio delantero de esos estudios casi mitológicos de la Empresa cubana de Grabaciones y Ediciones Musicales (Egrem).
Al principio —cuenta Jorge Rodríguez, artífice y productor artístico del espacio— este lugar estaba desvencijado, no tenía techo; los gatos llegaban desde todas partes y poblaban el lugar. Era el año 2009. Y esto era solo un bar y una pequeña tienda de discos. Detrás, los estudios. Entonces decidimos darle vida, y empezamos a invitar a poetas y trovadores a hacer sus descargas todos los miércoles. Después, a partir de la afluencia de público (sobre todo extranjero), hicimos un espacio los viernes con Rumberos de Cuba, y el Septeto Habanero los martes. Así, hasta cubrir todos los días con música cubana. De lunes a domingo.
En esos tiempos, excepto el Centro Pablo, no había otros lugares donde promocionar la trova, dice el periodista y poeta Bladimir Zamora, fundador del espacio. Cuenta que, en un inicio, los trovadores iban a escucharse entre sí, porque al público no trovadoresco le costó adaptarse a un género “intimista, signado por sentimientos individuales, pero que se preocupa, a la vez, por cuestiones sociales, patrióticas, de la vida…”. La trova cubana representa un escudo que impide que seamos confundidos en un caldero amorfo, sin particularidades. Es un termómetro de lo que sucede en el país, la esencia de decir las cosas y proponer soluciones; una reserva de preguntas y respuestas que hace la sociedad misma a través de su canto, puntualiza.
Los artistas que aquí nos presentamos no cobramos un quilo, señala el compositor Benito de la Fuente. Lo hacemos por amor, por el placer de sentir que hay alguien que te está escuchando. Y lo hacemos en tiempos en los que el mercado exige y el músico da; pero la trova es: “Yo doy, y lo que venga”. Es una rebeldía contra la estupidez. Por eso hay que preservarla; porque, de lo contrario, el mercantilismo acabará dominando el arte. Y eso es algo peligroso, algo que no podemos permitir.
La razón de ser de este sitio es comercializar cultura. Pero cultura cubana, puntualiza Jorge Rodríguez. Por una parte para no romper con el trabajo que ha hecho la Egrem en sus 52 años, y por otra porque es necesario preservar nuestra música tradicional, esa que nos identifica por encima de criterios comerciales. Eso no quiere decir que económicamente nos vaya mal, porque la música cubana vende; lo que significa es que no hace falta regirse por lo que pida el mercado, porque lo que es verdaderamente importante es defender lo de uno.
No es que uno esté en contra de lo foráneo —explica, al respecto, el periodista Joaquín Borges-Triana—, es que hay espacios para todo: para el reguetón, para la música electrónica… Esos abundan. Los espacios que están más deprimidos son estos otros; en los que, además, el cover y el consumo son asequibles al pueblo.
La fusión es imposible descartarla, porque el mundo está cada vez más globalizado. Lo que no puede suceder es que perdamos nuestra identidad, señala José Pérez Lerroy, fundador del espacio. No hay que tener miedo del intercambio con otros países —agrega— pero hay que abrir cada vez más espacios donde escuchar la música cubana, porque hoy le estamos dando prioridad a otros géneros, sin embargo hay agrupaciones talentosas tocando únicamente en hoteles y en bares.
La política cultural cubana debe fortalecerse aún más en cuanto a la preservación de nuestra identidad, subraya Víctor Linén Fernández, tresero del Conjunto Chappottín. Y los espacios no son solo el problema. También lo son los medios de comunicación. Si se pusieran en una balanza los por cientos de música cubana y foránea que se pasan por radio y televisión, el desequilibrio sería enorme. Y eso nos hace daño. Más porque mucha música extranjera ha alcanzado el éxito usando la nuestra como trampolín.
Antes uno caminaba La Habana y había miles de sitios: Dos Gardenias, el Pico Blanco, el Scherezada. Eran templos del son, del bolero. Desde lejos, por el sonido, uno decía “la que está tocando es tal orquesta”. Y entraba. Pero ahora es difícil hacer eso. Ahora esos lugares han cambiado su música por otras que “vendan más”, dice Emilia Morales, cantante. Por eso yo pido todos los días salud para este espacio y los pocos que quedan manteniendo nuestras raíces, porque, ¿qué es un país sin su identidad?
RUMBA CON AIRE ACONDICIONADO
Entre julio y octubre del 2013 el salón Jelengue sufrió cambios. En aquel momento ni siquiera llevaba ese nombre. Era solo el espacio y las peñas. Jelengue —explica Jorge Rodríguez— lo pusimos en homenaje a José Antonio Méndez, por su guaracha titulada Qué Jelengue. Pero eso fue después de llevar a cabo la reparación. La hicimos porque, antes, el local funcionaba sin climatización, sin mobiliario, el audio no era el mejor. Y decidimos, a partir de encuestas hechas entre el público, modificar el sitio.
Entonces aquel espacio bohemio, aquel conjunto de sillas y mesas acomodadas frente a un escenario, pasó a ser un local climatizado, con luces y pantallas.
Cuenta Pedro Menocal Silva (El Bumbo), director de la agrupación Rumba- chá, que el Patio creó una forma de decir, de acoger a esos grupos que, muchas veces, no tenían dónde tocar. Se convirtió en la meca de muchos rumberos, dice. En un lugar con bomba, con manana, donde la rumba mantiene su esencia, su manera de hacer crónica social. Aunque ahora sea rumba con aire acondicionado.
La reparación conllevó, también, algunos cambios en la programación —explica Jorge Rodríguez—, y quedó estructurada de tal modo que los lunes, martes y jueves se dedican al son; los miércoles, a la trova; miércoles, viernes y domingos, a la rumba; y los sábados se alternan varias peñas comunitarias con boleristas o agrupaciones de provincia. También, el primer lunes de cada mes, se realiza el Encuentro de coleccionistas y melómanos, un espacio en que se reúnen amantes de la música a realizar debates, proyectar documentales y compartir con artistas invitados.
Y así lo hacen. Una tarde tras otra. Hasta que cae la noche en Centro Habana. Y las descargas del salón Jelengue continúan, entonces, en el malecón, en sitios aledaños. Se multiplican. Y multiplicarlas es lo que hay que hacer. Para que no se estanquen. Para que, pronto, en los partys, los “bonches”, las discotecas, también se escuche el Son.
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Klaus E. Lehmann dijo:
1
1 de abril de 2016
07:57:56
cubana dijo:
2
7 de abril de 2016
08:34:39
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