ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Cortesía del artista

Cuando vean al poeta Norberto Codina, editor jefe de La Gaceta de Cuba de la UNEAC, acalorarse en un debate, no vayan a creer que está en juego el valor o el horror de una me­táfora o la pertinencia de tal o cual corriente literaria. Lo más probable es que discuta de béisbol, de pelota, como decimos en buen cubano.

Norberto, que nació en Venezuela y reside en El Vedado, carga con la cruz de que el equipo de su preferencia, Santiago de Cuba, no viva sus mejores momentos, pero también lle­va sobre sí un campeonato compartido con unos cuantos que han sabido ver en el deporte nacional mu­chísimo más que un pasatiempo: el béisbol como uno de los elementos de mayor anclaje y trascendencia en nuestra cultura insular.

Fruto de esa pasión y de una razón intelectual profundamente enraizada, el poeta, cual un lanzador que supera en cada lanzamiento de ma­nera sostenida las cien millas por hora, acaba de entregar a los lectores el libro Cajón de bateo (Editorial Matanzas), donde mediante la combinación de testimonios, documentos y vivencias personales recorre, recrea y devela las más diversas y hasta insólitas instancias que reflejan la convivencia del deporte de las bolas y los strikes con la poesía, la música, el cine, la novela, la visualidad, el folclor, los ímpetus libertarios y la vida espiritual de los cubanos en todos los tiempos y lugares, aunque también registra datos sobre la historia y actualidad de la práctica beisbolera en Estados Unidos y varios países de la cuenca caribeña.

Concebido como un conjunto textual a medio camino entre la crónica y el ensayo, el volumen entra y sale por caminos singulares, desde la elegía que Nicolás Guillén escribió a la muerte de Martín Dihigo hasta la canción Sueño azul, del dúo Bue­na Fe; desde la puesta en escena de Llé­vame a la pelota, de Ignacio Gutiérrez, a la de Penumbra en el noveno cuarto, de Amado del Pino; des­de Honor y gloria, la película de Ramón Peón en la que el gran Ro­berto Ortiz se interpretó a sí mismo hasta el documental de Ian Padrón visceralmente comprometido con la cau­sa industrialista.

Con la memoria del siempre re­cor­dado poeta y musicólogo Helio Orovio, Norberto nos devuelve a Beny Moré en la cueva de los habanistas de Mike González y luego está la me­moria propia de los días de su infancia, divididos entre la rivalidad de los Leones de Caracas y los Na­ve­gantes de Magallanes, y de su temprana afición por la poesía y el béisbol, ya adolescente en la capital cubana, y el tránsito de Manuel Alarcón de la lomita de lanzar a los boleros de oro, y de Rubén Rodríguez de la narración deportiva a las canciones antológicas que compuso y que pocos recuerdan ahora (Persistiré y Todo eso eres)  y de Tiburón Mora­les de los jardines a Son 14. Y por ahí asoman el inmenso Conrado Marrero y la ine­fable invención tropológica de Bobby Salamanca, la nostalgia de Orestes Miñoso y la iniciación en las bases del percusionista Arman­do Peraza, nombre clave en el jazz latino.

El béisbol hizo Patria. Algunos de los primeros peloteros cubanos se al­zaron en la manigua por la libertad de Cuba y mucho después se hizo legendario el desafío entre Barbudos y la Policía Nacional Revolucionaria ape­nas unos meses después del triunfo de Enero, ocasión en la que Camilo pronunció su célebre frase: “Contra Fidel ni siquiera en la pelota”.

Entre las notas más curiosas del libro se halla cómo Martí, a pesar de no gustarle personalmente el béisbol, comentó en alguna que otra escena norteamericana el fervor de la afición por el juego de los “nueve”. Y no deja de ser sorprendente la especulación lezamiana acerca de un encuentro de pelota futurista.

Estas aristas que reseño no son más que unas pocas en medio de tan­ta riqueza que coloca a Norberto Codina entre los autores que en tiempos recientes, como los casos de Félix Julio Alfonso, Martínez de Osaba y José Antonio Fulgueira, honran al béisbol.

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