ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
La actriz Carrie Coon en una imagen de la serie. Foto: FOTOGRAMA

De la mano de Damon Lindelof, uno de los creadores de la serie Perdidos, en colaboración ahora con el novelista Tom Perrotta (quien también comparte la gestión del guion, a partir de su propia novela homónima), proviene un material seriado como The Leftovers, que produjese hbo de 2014 a 2017, la televisión cubana estrenase en su momento y recordamos hoy en esta página.

Ya desde el mismo piloto queda definido el pie del conflicto central, a partir del que se bifurcarán las tramas y crecerán las curvas evolutivas de los personajes. Ese pie nos informa, al tiempo que asienta los pilares dramáticos sobre los cuales será edificada la obra, que desapareció el 2 % de la población mundial.

Muchos pierden un familiar. ¿Castigo divino, abducción extraterrestre, juego macabro? Los afectados, tres años después, se formulan sus interrogantes, sin que ningún indicio les proporcione los elementos para

desentrañar el misterio.

Tras la «ascensión» de 140 millones de almas, tanto el punto de vista de las personas perjudicadas por la evanescencia de sus seres queridos como el de las libradas del azote mostrará inusitadas transformaciones que reflejan el punto de giro de la naturaleza humana ante situaciones extremas.

Como ninguna serie norteamericana de los años recientes, The Leftovers habla elocuentemente del dolor, del vacío existencial y de la capacidad de renuncia dimanados de hechos traumáticos; y como ninguna otra serie estadounidense reciente, impugna el modelo de vida preconizado en esa nación y en el resto del Occidente neoliberal, cuya desidia, fatuidad o falta de orden lógico deplora.

Buñuelianamente surrealista, bizarra y sujeta por largos momentos de fuga a un frenesí que a la vez es blasón y baldón, dados sus inherentes descubrimientos y desviaciones/corrupciones dramatúrgicas, The Leftovers representa un trabajo sui géneris, en el cual los creadores fabulan a su aire, sin elemento contendor alguno salvo el alcance de su vasta imaginación.

Catálogo visual sicosocial ilustrativo de la desazón y el malestar contemporáneos, el material de Lindelof–Perrotta logra somatizar en singularísima urdimbre el espíritu local y global del desconcierto, para traducirlo en planteamientos que parecen desnudar (en tanto subsumen los rasgos taxonómicos de estos) a sus receptores, en virtud de su capacidad de comunicar el miedo y la desolación gravitantes sobre la especie.

Provista de enigmática aura, volantazos argumentales que descolocan o resignifican a lo que se daba por sentado, atmósferas enrarecidas y un primoroso estudio de las percepciones y pulsiones menos ordinarias de su galería coral de personajes, la serie no acusa prisa para desarrollar su cautivante y poderosa narrativa, sin interés en momento alguno por complacer a ese concepto tan manipulado de los «públicos mayoritarios».

La obra, blanco, por consiguiente, de no pocas reconvenciones de parte del receptor mundial, parece seguir, como pocas, el ya célebre axioma de David Simon, creador de la menos famosa The Wire: «que se joda el espectador medio».

Con The Leftovers, tan subyugante como presa de sus a veces bastante censurables caprichos de guion (existen episodios en los cuales la intención disruptiva se torna semi agresiva) no hay medias tintas: se entra en su rueda, incluso a sabiendas de esos defectos, que no lastran el alcance total, para así comprender su movimiento interno; o se abomina.

En camino de evitar lo segundo conviene no perderle ni un minuto a cada uno de los episodios, puesto que el orden de sentidos de esta construcción audiovisual depende, en gran medida, de su obsecuente seguimiento.

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