ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
«Lo bueno de la utopía es que te acercas y te pone otra meta; vivir es un reto permanente», afirma Waldo Leyva. Foto: Dunia Álvarez Palacios

La flecha está en el aire. Es el título de la más reciente antología de poesía de Waldo Leyva (Remate de Ariosa, Villa Clara, 1943); un libro que abre con los versos del presente y llega hasta los de juventud, demostrando que la sangre se renueva con la herida.

Siguiendo esa misma ruta, el diálogo con Granma, en busca de las claves del artista y del hombre, inicia por las emociones tras el Premio Nacional de Literatura 2024, que le fue otorgado por unanimidad al poeta, ensayista, narrador y periodista cuya obra –dictaminó el jurado– «se inscribe entre lo más valioso del ámbito hispanoamericano»; en la cual «se puede leer parte significativa de la historia de la nación, con una visión muy personal y aguda».

En su casa, a unos metros del framboyán que alguna vez sembrara, rodeado de los cuadros que pinta para dar salida a la creación cuando el poema se le escapa, Waldo confiesa que este reconocimiento lo ha hecho muy feliz:

«Sin embargo, la mayor felicidad que tengo es cómo mucha gente lo recibió como si fuera propio; amigos en el país, en América Latina… y personas del mundo que ni siquiera conozco.

«Algunos me dicen cosas tan hermosas como “no nos conocemos, pero tengo su libro tal y hay un poema que ya no es suyo, sino mío, porque dice lo que yo hubiera querido decir”. Pensar que el poema ha servido a otros me parece el premio mayor».

Hay que volver entonces, en la conversación, al comienzo, al riesgo de encontrar sus oscuros o claros mecanismos.

 

DEL PORVENIR Y LA MEMORIA

«Al triunfo de la Revolución era semianalfabeto, apenas sabía leer y escribía con todas las faltas de ortografía, no había hecho ni el primer grado. Mi cercanía a la poesía venía del mundo campesino.

«Tenía la suerte de que mi mamá cantaba maravillosamente décima, dos tíos eran buenos improvisadores, un abuelo era un gran improvisador. Y como eso era tan natural en el medio familiar, antes de saber leer y escribir ya hacía versos; incluso un día, tendría siete u ocho años, le hice un grupo de décimas a un tío que estaba, según él, a punto de suicidarse, porque la novia lo había dejado; y yo se las improvisé para que la reconquistara. Fue mi primera utilidad de poesía, porque se casaron y tuvieron una pila de hijos.

«También tenía un amigo de cierta posición económica, cuyo padre quería que fuera el abogado de la familia y lo mandaba al pueblo a estudiar. Como a él no le interesaba, me regalaba los libros, donde había mucha poesía, por ejemplo, de Dulce María Borrero; poemas que curiosamente me sé de memoria todavía.

«Ahí se fue formando esa sensibilidad por la poesía, que después se desarrolló cuando tuve la posibilidad de estudiar y la suerte de tener maestros muy cercanos, y los amigos que me rodearon en la escuela de instructores de arte».

–¿Por qué le obsesiona la memoria?

–Además de seres sociales, somos quienes somos por la memoria, que nos salva o nos complica, pero sin ella no se puede vivir. Incluso socialmente es fundamental: quien olvida el pasado pone en riesgo el porvenir, el personal y el del país. Para mí es algo fundamental, sin memoria no podría haber escrito poesía».

–Usted ha dicho que el poeta escribe siempre el mismo poema. ¿cuál ha sido el suyo?

–Lo primero que tiene que hacer un artista, ya no solo un poeta, es encontrar su propia voz, que es lo más difícil, porque los temas son los mismos siempre, lo que cambia son las circunstancias, las épocas, la manera de enfocar la vida…

«Ser creador significa buscar una voz propia que de alguna manera se identifique en el conjunto de una tradición. Una vez que la encuentras, que alguien te puede reconocer en el tumulto de todos los escritores, entonces te das cuenta de que puedes modularla; y, digamos, escribir un poema en prosa, y mañana arriesgarte a hacer un libro de haiku, o de sonetos, etcétera.

«Vas a estar escribiendo siempre un mismo poema, porque lo harás desde tu propia voz. El mío es esa reflexión permanente sobre la memoria, el tiempo, la infancia, el porvenir, lo que somos, lo que queremos ser, lo que necesitamos…»

 

EL QUE ES RESPONDE

–Hay otro tema muy recurrente en su obra: el símbolo de los espejos y cómo somos varios seres dentro de uno. ¿Cuántos hombres ha sido Waldo Leyva?

–Hay un poema en el que digo: Quién soy, pregunto al espejo, / y el que no soy me responde, /mientras el que fui se esconde / del que seré… No somos el niño, no somos el joven, no somos el hombre maduro, no somos el viejo, y somos todos ellos de alguna manera, si hemos sido consecuentes y coherentes con nuestra propia vida.

«Creo que en el ser humano hay más de uno. Tengo un poema que casi nunca publico, que se llama El otro y el que habla: todos tenemos un diablo y un ángel dentro. Allí digo que en poesía no se puede mentir. Tú no puedes esconderte detrás del poema. Puedes mentir en una novela, en el sentido de que te desdoblas en otro personaje y le das las cosas que tú quisieras ocultar de ti mismo; pero en poesía no, eres tú, tienes que ir con el pecho abierto y el corazón por fuera, no te queda de otra».

Aquel que en ocasiones ha sentido el peso de las palabras que preciso, no para mí, sino para ser el que los otros necesitan, reconoce ser un escritor de madrugadas: «Si la poesía es la que me ha garantizado seguir vivo, la que me ha alimentado; la otra hambre la he solucionado con oficios diversos. Me levantaba muy temprano a escribir y, a la hora en que tenía que ir al trabajo, ya llevaba dos o tres horas haciéndolo.

«Creo que no fuera quien soy si no hubiera tenido esas responsabilidades, como promotor cultural, como presidente de los escritores, o simplemente como profesor... Me siento muy feliz de haber cumplido esa labor social, que también me formó».

Waldo habla pausado, entrecruza los dedos, las palabras brotan, lúcidas y serenas. Otros tópicos de su literatura afloran: el azar (no podría ser de otro modo en alguien a quien le gusta la pelota con delirio); y la utopía (no se puede vivir sin un sueño que realizar). Y también aparecen la belleza de lo cotidiano, de lo íntimo: los hijos que lo enorgullecen, y el apoyo que encuentra en la novelista Margarita Sánchez, su compañera por más de cuatro décadas.

Junto a los amigos, los que ya no están y los de ahora, no muchos, pero esenciales, aparece la luminosidad de Santiago de Cuba, esa que inmortalizó en el poema Para una definición de la ciudad (… si no encuentras ninguna puerta abierta / puedes decir entonces que Santiago no existe), quizá en pago de una deuda de gratitud por haber cobijado y transformado a aquel muchachito tímido que un día fue. Allí quedaron también muchas páginas épicas por la cultura.

¿Cómo definir entonces a Waldo Leyva? ¿Basta hablar de la obra escrita, de Angola, del teatro, de la actuación, de la Columna Juvenil de Artistas y Escritores de Oriente, de la lealtad…? Queda inconcluso el propósito, por suerte.

Al final del encuentro, lee poemas de su libro más reciente, pero el sentimiento acude a un fragmento escrito mucho antes: seguiré cantando con mi torpe voz / y estoy seguro, eso quiero creer, / que alguien, cuyo recuerdo ignoro todavía, / se levantará de las aguas para sumarse al coro / y descubrir conmigo la canción de los soñadores. El poeta tiene razón. La flecha está en el aire todavía.

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