Varios lectores me animan a reseñar Succession (HBO, 2018–2023), una de las series más comentadas y premiadas del siglo, que nuestros espectadores apreciaron en la Televisión Cubana.
El material de Jesse Armstrong pone su centro de atención tanto en los magnates, los medios y el poder, como en los quiebres de ciertos epicentros de la familia contemporánea. Se enfoca en el contexto de un núcleo de la cúspide económica de la sociedad de EE. UU., marcado por las pugnas, rivalidades y celos fratricidas.
Succession es la historia de una fractura filial, escrita en el pentagrama de una sinfonía de la desesperanza.
El hogar de los Roy, donde quizá, algún día lejano, hubo algo parecido al afecto, hoy es un nido de ratas, listas para roer el brazo herido del hermano, si de escalar en la línea sucesoria se trata.
Los Roy, con el patriarca Logan a la cabeza, poseen tan tamaño interés por construir imperios y amasar fortunas, que perdieron la brújula de cualquier cosa parecida a la fraternidad o el amor. De hecho, son conceptos nunca manejados en el relato, pues se da por entendido que esta gente obra guiada por otras brújulas.
Lo único que les importa es triunfar en la obtención del poder, aunque el triunfo, a la larga, equivalga a subsistir en un escenario sin tregua ni cuartel, en el cual se puede ser clavado por la daga artera de quien menos se espera. O a su vez, clavarla.
Unidos dentro de su desunión, los Roy comienzan a constatar la fragmentación, a través de la «traición» de Kendall, el hermano mayor y único de los cuatro retoños de Logan, que posee cierta ligadura afectiva con algún otro ser humano que no sea sí mismo.
El episodio 3x7, como los del cierre de la última y cuarta temporada, revela la colosal debilidad de este sujeto. Él se encuentra en la cima del mundo empresarial; pero es lastimero, frágil y marchitable ante cualquier estratagema paterna de anulación emocional.
Kendall, Shiv, Roman y Connor, los hijos del magnate mediático Logan Roy (Brian Cox en el papel de su vida) son, en realidad, cuatro seres humanos profundamente infelices, sin fe en nada ni en nadie, como no sea en liderar el emporio multimedia del progenitor.
En sus interacciones y diálogos blanden un punzón verbal encerado por el vitriolo, el sarcasmo, el desdén, el despecho y el intento de sojuzgar al otro, mediante armas cruzadas al encéfalo y al corazón.
Por ello, los olores más puros de Succession han de olfatearse en las conversaciones de estos sujetos. En tales líneas de diálogo, el máximo grado de ironía de cualquier persona empalidece.
Se evidencia tanto tal insistencia, que la saturación de sarcasmo llega a un estado de sobrecarga en largos pasajes. Ello incomoda, un punto, hasta a quienes amamos los tonos lúdicos y socarrones de esta comedia ácida o shakespereano drama sardónico.
Los actores Jeremy Strong (Kendall Roy), Sarah Snook (Shiv Roy), Kieran Culkin (Roman Roy), Alan Ruck (Connor Roy), Matthew Macfadyen (Tom Wambsgans) y Nicholas Braun (el primo Greg) crecieron a lo largo de la serie, algunos con actuaciones impecables. Gracias a sus interpretaciones, e identificación con sus respectivos personajes, Succession resulta mucho más disfrutable.












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