
Hulu, plataforma que le propició notoriedad mundial mediante El cuento de la criada, le reservó otro protagónico a Elisabeth Moss en Red de mentiras (2024), miniserie transmitida en la Televisión Cubana.
Sombría, turbia e ingeniosa constituye una de las herederas actuales de Homeland (Showtime, 2011-2020). De las ocho temporadas de aquella serie –la cual marcó un punto de inflexión en la narrativa del thriller de espionaje televisivo contemporáneo–, esta ha extraído parte de su prescriptiva: en los tonos, las ideas y la descripción de los personajes.
El espacio impide pormenorizar cómo se expresa en Red de mentiras todo el recetario metodológico de Homeland, si bien hay un elemento prevaleciente, necesario de consignar: cómo corrobora el concepto de que estamos frente a un escenario mundial tan paranoico, ambiguo y caótico, que sus complejos «salvadores» igual lo deberán de ser.
Ya no estamos hablando del prototipo de espía occidental de una sola pieza, mujeriego, y más bien simple; perseguido o perseguidor en yates, helicópteros, trenes o motos, según el canon fijado desde 1962 y 1996 –respectivamente–, por las sagas Bond y Misión imposible.
Ahora la cosa va, como nunca, de geopolítica, pensamiento, maña, mímesis. Y de sujetos portadores de un cinismo amoral que legitima todo. Traumados, adoloridos; pero más eficaces que un androide de última generación. Con problemas emocionales, pero imbatibles. La «loca» Carrie, de Homeland, delineó ese nuevo tipo de agente imperial.
Mutan ciertas formas, aunque no el sentido ni la impronta colonizadora del subgénero, que repite el mismo mantra: hay gente muy mala (árabes, rusos, norcoreanos…), de la cual nos defienden, en la sombra, las nobles agencias de inteligencia de ee. uu. y de Europa.
En Red de mentiras, Imogen Salter (Elisabeth Moss) es una agente del mi6 británico, quien establece un vínculo –por momentos tirante, pero a la larga inevitablemente fraternal– con la cia y los servicios secretos franceses, en el cumplimiento de su misión.
Esta consiste en extraer a Adilah (Yumna Marwan) del campo de refugiados donde la acusan de ser una asesina del Estado Islámico; trasladarla de Estambul a París; penetrarla sicológicamente y verificar si en verdad es una generala de la organización terrorista (engendrada por ee. uu., pese a que aquí el «detalle» no se mencione) o la simple víctima que la joven dice ser. Y, de confirmar su pertenencia a la estructura, claro, entregarla a la cia, que al final siempre manda.
El juego del gato y el ratón –instituido sobre la base del proceso de exploración, cebo y caza de Imogen con Adilah; lleno de mutuos engaños– es el corazón dramático de Red de mentiras. Y lo más rico de una serie que, en tal sentido, concede el imprescindible espacio en pantalla, e incisivos diálogos, a ambos personajes.
La Moss, algo distante de la seriedad habitual de sus composiciones, destila en su curiosa agente unos tintes irónicos, sarcásticos y hasta socarrones que la actriz parece disfrutar. E igual nosotros.
Pero Steven Knight, creador de la serie, quiere estar en sintonía con los tiempos y –en la línea de la atormentada Carrie, de Homeland– le encasqueta al personaje de Imogen el consabido trauma. Este, menos que explicar su comportamiento, cuanto hace es disgregar la trama e incorporar un elemento atonal que degrada la serie en su cierre.












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