En American Fiction (Cord Jefferson, 2023), comedia fílmica marcada por la lucidez e ironía de su escritura, el personaje central de Monk –un escritor afroestadounidense al que lo caracteriza el rigor en el abordaje del universo negro en su obra, pero quien no tiene pegada dentro del circuito de premios y menos dentro del público– escribe un libro con todos los estereotipos literarios posibles en torno a su raza.
Para su asombro, ese texto sí arrasa en lauros y ventas.
A Monk ello puede asombrarle, incluso irritarle; no así a ese ejército de escritores que, bajo seudónimos o sin estos, sustentan –a base de clichés probados hasta la saciedad– la llamada literatura de aeropuerto y un océano de subgéneros en el que, siempre, tienen cabida esos romances juveniles con su supuesto tilín de «oscuridad», sus personajes «raritos» y su punto erótico, con el halo de Crepúsculo.
Es el caso, este último, de la novela Fabricante de lágrimas, de la escritora italiana Erin Doom, un superventas internacional que Netflix –siempre ojo avizor ante estos «fenómenos» mundiales– zambulló en el caldero voraz de su algoritmo, y convirtió en una sopa de subproductos deplorable. Eso no ha impedido que se convierta en uno de sus largometrajes más vistos del año.
La película Fabricante de lágrimas (Alessandro Genovesi, 2024), estrenada en la Televisión Cubana, debe ser de visionado obligatorio para todos los guionistas de cine del planeta: para que no escriban jamás con tal orfandad de ideas y criterio.
En el oficio de la crítica de cine existe una regla no escrita, aunque obvia, la cual casi todos observamos de una u otra forma: intentar un equilibrio a la hora de valorar, en cuanto a los puntos débiles y los aciertos. En ocasiones, eso resulta imposible, y lo confirma este filme.
El largometraje, que respira falta de vida en cada secuencia, resulta pedestre en su concepción integral.
Mal actuado, peor editado (la protagonista entra a la cama en ropa interior y se levanta vestida, sin cortes), sobremusicalizado hasta el llanto, de guion folletinesco y pletórico de personajes acartonados, choca contra diálogos imposibles: por cursis, almibarados, sentenciosos.
No existe contraplano ni equidistancia en la forma de abordar un conflicto contado con demasiada implicación emocional por parte de los creadores, con la misma preparación de una «directa» de internet, cuyo desarrollo se enreda en las redes de la manipulación lacrimógena y es entrevisto desde una mirada visual de signo abiertamente falocentrista. Ello se aprecia en la lujuria en la selección de ángulos con que la cámara toma al personaje femenino central (la Nica de Caterina Ferioli, lo único salvable de la quema).
Cuando la aplanadora Netflix filma en diversas naciones, suele dejar el idioma nativo, aunque haga versiones en diferentes lenguas. A esta película italiana la han doblado al inglés, para su distribución internacional, y el pase ha sido funesto, en tanto las voces suenan muy impostadas, antinaturales, lo cual la perjudica todavía más.
El happy–end y las escenas previas de juicio y hospital entran dentro de lo más ridículo filmado en 2024 a escala global. ¿Qué queda, pues? La belleza juvenil de los protagonistas, y alguna escena entre ambos que alcanza cierto grado de intensidad. No más.
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