Se vende como serie juvenil extranjera en la parrilla diaria de Cubavisión Plus antes del Noticiero de la noche. Funciona para todas las edades: cuento de hadas que no lo es, paráfrasis contemporánea de la narración popularizada por Charles Perrault y los hermanos Grimm pero sin zapatillas de cristal; con el ojo echado al modo de seducir audiencias a lo Disney, no el de los dibujos animados, sino a las del todopoderoso tinglado que lanzó Stargirl y Tú a Londres y yo a California.
Cenicienta y los cuatro caballeros (2016) califica como uno de los tantos productos de una industria audiovisual altamente rentable, con un crecimiento exponencial desde los años 60, y en continua expansión internacional: la Corea al sur del paralelo 38. Las telenovelas y seriales del país asiático están de moda y hace rato saltaron el cerco del entorno doméstico para competir en el mundo, que se ha familiarizado con el término dorama por el que se conocen.
El paquete va completo: escenarios relucientes, argumentos ligeros sin excesivas complicaciones, buenos y malos a partes iguales, la maldad castigada y como atractivo sine qua non la participación de estrellas del k-pop, variante coreana de las más estandarizadas fórmulas de la canción, que inundan la banda sonora y garantizan la salida al mercado de los ídolos.
Se inocula en vena, con puerto de entrada en pupilas y oídos, la punta del iceberg de la sociedad de consumo fabricada en un territorio con ínfulas primermundistas, que tras la guerra de los años 50 contó con el sostén y aliento de su principal aliado y protector, Estados Unidos, interesado en contrastarlo con la otra Corea en una nación artificialmente dividida.
De manera subliminal unas veces y otras a cara descubierta, los doramas celebran y cantan los resultados de las altas tasas de crecimiento e industrialización de uno de los llamados tigres asiáticos (Corea, Hong Kong, Singapur y China-Taipei), a base de tecnologías de punta (Samsung, LG y otros consorcios por el estilo) y geopolíticamente apuntalados para cercar a la República Popular China y evitar la influencia soviética en los tiempos de la guerra fría.
Jamás en un dorama se verán las fisuras del modelo, ni sus crisis y caídas, ni sus episodios trágicos. El presidente Kang, a cargo del veterano Kim Yong Geon, personaje en el centro de la historia, abuelo de tres de los “cuatro caballeros” y jefe máximo de la corporación Haneul, nada tiene que ver con Chung Ming-joh, el presidente de Hyundai que se lanzó desde el piso 12, abrumado por un escándalo de corrupción.
El planteamiento dramático no resulta demasiado complicado aunque sí estirado en el tiempo de una serie de corta duración. En la quinta boda del viejo Kang, uno de los nietos se aparece con una muchacha a la que contrata para presentarla como su prometida. El magnate descubre virtudes éticas y agallas en la muchacha y le propone un encargo pedagógico para que viva en la fabulosa mansión Skyhouse con sus tres nietos y a la sombra de su guardaespaldas (el cuarto caballero).
Si esto no fuera un dorama, el personaje de la joven Eun Ha Won tendría tela por donde cortar: huérfana de madre, hija del único trabajador que aparece en la serie, víctima de una madrastra villana hasta la caricatura. Ella debe emplearse en cuanta oportunidad esté a la vista si quiere pagar sus estudios universitarios.
Pero esta es una historia idealizada, despojada de conflictos, lustrosa, bonita en el sentido más superficial de la palabra, y como tal actúa Park So Dam en el papel de Eun Ha Won, en las antípodas de una película vista aquí en la que desplegó su auténtico potencial histriónico, Parásitos (2019), de Bong Joon Ho, Palma de Oro en Cannes y Oscar al mejor filme no anglófono, obra de perdurable recuerdo por su amargo simbolismo.


                        
                        
                        
                    







        
        
        
        
        

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Carmen dijo:
1
27 de abril de 2021
14:28:57
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