Fargo (1996), la película, está ahí, inconmovible; atrevimiento fílmico entre el absurdo y lo onírico, entre la realidad y la subversión de la realidad. Los hermanos estadounidenses Joel y Ethan Coen rubricaron un clásico del llamado neo noir. Fargo, la serie (2014 -2020), también está ahí, como excepción a la regla que reduce a unas cuantas fórmulas –unas efectivas; otras, no– la producción audiovisual que alimenta las insaciables parrillas de programación de las televisoras por cable.
En las dos temporadas transmitidas de lunes a viernes por Cubavisión+ (HD), bien entradas las noches y sin horario fijo –caramba, qué poco serio proceder–, el televidente no avisado fue de una a otra sorpresa, desde verificar que no se trataba de ofrecer una versión alargada de la película original, hasta dejarse ganar por la coherencia en términos dramatúrgicos y audiovisuales con que los presupuestos formales de los Coen hallaron espacio en argumentos inéditos.
Como en el filme, la presentación echa leña al fuego de la falsedad. Se nos dice que los hechos son reales, pero esto no es más que un guiño burlón a la truculencia de ciertas narrativas hollywoodenses: pura ficción de punta a cabo, o para ser exactos, a la llamada pulp fiction, crimen, violencia, enajenación.
En una como en otra temporada, las víctimas se convierten en victimarios: el atolondrado y mediocre agente de seguros –genial interpretación del inglés Martin Freeman– y el matrimonio Blumquist (Kirsten Dunst y Jesse Plemons), compulsados por acontecimientos que se salen de control, en comunidades chatas e incoloras.
Frente a ellos, mafias grotescamente caricaturizadas, desalmados asesinos –el encarnado por Bill Bob Thornton vale por sí mismo– y policías domésticos, entre los que se destaca, en la primera temporada, la Molly Solverson de Allison Tolman.
Los Coen intervinieron en la producción concebida por Noah Hawley, y eso se nota en la pintura tan incisiva como sutil de una franja de Estados Unidos dominada por vacíos espirituales e ilusiones perdidas. Todo contado con abundante dosis de humor negro. Sería bueno procurar la tercera temporada, mucho más aplaudida por la crítica.
Por Fargo entró Ozark, con idéntica incertidumbre en su horario de transmisión. Con más ínfulas que dianas, la serie, producto Netflix a cargo de Bill Dubuque y Mark Williams, al menos en su primera temporada no pasa de entretener a medias al telespectador que da vueltas, una y otra vez, para hallar el hilo de un desarrollo que se muerde la cola.
Está bien poner bajo la lupa el lavado del dinero sucio que la mafia y el narco llevan a cabo con la complicidad de la élite bancaria capitalista. Pero nada bien la pauta audiovisual para exponer ese mal endémico: el trabajo que pasa el protagonista de la serie, un contador que se compromete, con un capo narco, a devolverle el dinero que se ha esfumado por obra y desgracia de su jefe, para lo cual se muda con su familia a orillas del lago Ozark, e inventa lo humano, lo inhumano, lo divino y lo no divino, a fin de saldar la deuda y salvar la vida.
Un Jason Batemas con cara de póquer transita por tales situaciones –al fin y al cabo él dirigió los primeros capítulos–, secundado por Laura Linney en una de sus acostumbradas buenas actuaciones. Muchos personajes de cartón, abundantes estiramientos argumentales, giros absurdos sin gracia y un filtro azul que empaña la gama cromática de la fotografía. Ozark aburre.


                        
                        
                        
                    







        
        
        
        
        

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elisneymg dijo:
1
17 de noviembre de 2020
08:51:29
Ernesto Bustos dijo:
2
17 de noviembre de 2020
13:33:19
Luis dijo:
3
19 de noviembre de 2020
07:27:08
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