
Si fuéramos a juzgar la serie The killing, presentada por Multivisión bajo el título El crimen, sobre la base del modo en que se desarrolla la trama policial, daríamos una calificación bien baja. En las cuatro temporadas de esta producción estadounidense, que fue pasando de una a otra empresa hasta recalar en Netflix, se resuelven básicamente tres enigmas criminales: la muerte de una jovencita que aparece ahogada en un lago; la identidad de un asesino serial depredador de adolescentes prostituidas y marginales, y la masacre nocturna que termina con una familia.
El primer caso ocupa dos temporadas, innecesariamente dilatado; el segundo se condensa en diez capítulos y, el tercero, en apenas seis. El espectador entra rápido en el juego de las deducciones: la pista más evidente no es la que es, de modo que puede ir descartando supuestos culpables e imaginar soluciones impensables, a no ser que prefiera sucumbir a las sucesivas y torpes trampas del argumento.
Cierto mérito hay en la intención de los cierres de cada uno de los expedientes, al poner de relieve la capacidad de un sistema político para ocultar los horrores del mundo moral: el silenciamiento de la jovencita Rosie Larsen para que no revele las artimañas de un proceso electoral a las que accedió por pura casualidad, la negativa a la revisión de la condena a muerte de un inocente, y el ocultamiento de la perversión criminal de un jefe de policía para no dañar la credibilidad ciudadana en torno a la ley y el orden.
De paso, se ventilan otras cuestiones incómodas, como la suciedad de las campañas políticas –pálido reflejo de lo que ahora mismo ocurre en la recta final de las presidenciales en Estados Unidos–, la vulnerabilidad de la adolescencia en un medio donde los derechos de la niñez y la juventud muchas veces no pasan de ser letra muerta, el reinado de mafias locales, la corrupción de los manejos públicos y el infierno deshumanizante imperante en instituciones académicas militares.
Pero todo eso opera en la periferia de The killing y no constituye su esencia. Y no se trata de que el origen esté en la serie danesa Forbrydelsen (2007), mero pretexto de la que la creadora de la producción estadounidense Veena Sud, nacida en Canadá, tomó referencias para la construcción del primer caso y el nombre de la detective.
La serie apunta hacia otras dos direcciones: la atmósfera de la ciudad y la angustia existencial de los protagonistas. Seattle, enclavada en la costa pacífica del noroeste, entre la bahía de Pudget Sound y el lago Washington, con sus tres millones y medio de habitantes en el área metropolitana, hace honor a uno de sus sobrenombres, Rain City, la ciudad de la lluvia, telón de fondo gris para que depresiones, desasosiegos y caídas abismales de los personajes adquieran densidad. Apenas se divisa un rayo de sol en la secuencia final.
The killing vale por lo que aportan Mireille Enos y Joel Kinnaman a Sarah Linden y Stephen Holder, respectivamente, los detectives que, a la par que investigan homicidios, se van desnudando como seres atormentados, ángeles quebrados. Todo un poema el rostro de Enos a medida que frustraciones y miedos corroen su alma y padece una destructiva soledad. Kinnaman, con su adicción y fragilidad sentimental, se desmarca de estereotipos. Si acaso conectan de algún modo con el antecedente danés, es por la vía del filósofo Soren Kierkegaard, tan caro a los existencialistas, cuando dijo: «La vida no es un problema que tiene que ser resuelto, sino una realidad que debe ser experimentada. La vida solo puede ser comprendida hacia atrás, pero únicamente puede ser vivida hacia delante».










        
        
        
        
        

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yadira dijo:
1
27 de octubre de 2020
08:20:33
mprm dijo:
2
27 de octubre de 2020
08:23:16
Ana Lilian Castillo Laffita dijo:
3
27 de octubre de 2020
08:59:57
pedro Respondió:
27 de octubre de 2020
12:25:30
cienfueguera dijo:
4
27 de octubre de 2020
10:43:52
Kenia dijo:
5
27 de octubre de 2020
13:18:27
Emmanuel dijo:
6
27 de octubre de 2020
13:40:06
Mimisma dijo:
7
27 de octubre de 2020
16:47:03
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