ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Tomada de Ecured

Matanzas.-El poeta Luis Lorente debió sentirse muy feliz con la Distinción por la Cultura Nacional, reconocimiento que recibió de manos del ministro del sector, Alpidio Alonso, en la jornada de apertura de la Feria del Libro en esta provincia; un gesto generoso que gratifica la obra, al decir de la crítica valorativa, de una de las voces autorizadas de la poesía cubana contemporánea, cronista de los azares y fortunas de su tiempo.

«Escribo reflexiones sobre el diario vivir, sobre la cotidianidad, el ir y venir de un tiempo que de alguna manera siente que va acabando y debe ser contado para ser entendido por uno mismo y por los que lo rodean», ha dicho el poeta matancero para sellar de algún modo el sentido de su vida. 

Nacido en la bella ciudad de Cárdenas, en 1975 se alzó con el Premio David con su libro Las puertas y los pasos. Luego, con Esta tarde llegando la noche, mereció el Premio Casa de las Américas (2004) y dos años más tarde ganó el Premio de la Crítica gracias a Más horribles que yo.

Aunque hace constar que es poeta de nacimiento y oficio, Lorente se declara un apasionado del béisbol, y quizás cambiaría todo su «caché» intelectual por una pizca del pelotero que fue Martín Dihigo, Omar Linares o el mismísimo Lázaro Junco, su ídolo más entrañable.  

Pero no me  lo imagino en un terreno de pelota. Su físico no justifica al atleta que él hubiera querido ser. Nadie duda, sin embargo, que el béisbol le ablanda el corazón y tiene mucho que ver en su oficio de poeta.

Es difícil suponer hasta qué punto le duele su frustración como pelotero. La dicha que más lo alegra, tanto como la poesía y sus muchos importantes premios, es asistir al estadio y ver ganar al equipo de su preferencia.

Nunca lo vi tan contento como aquella tarde del 27 de enero de 1996 en el estadio Victoria de Girón, cuando Lázaro Junco se convirtió en el primer jugador cubano en conectar 400 cuadrangulares.

Haber presenciado aquel suceso deportivo es un privilegio que el poeta conserva con cariño. Juraría que es capaz de ceder todos sus lauros literarios por rubricar uno solo de aquellos jonrones del recio bateador de Limonar.

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