–Él: Tú no has visto nada en Hiroshima. / –Ella: Sí lo he viso todo. /–Él: No, tú no has visto nada en Hiroshima. Es el inolvidable diálogo de Margarite Duras que inicia el filme Hiroshima, mon amour y define que su guion es sobre la memoria y el olvido. Una escueta y dura declaración de la crueldad humana.
Años después, Emily Watson interpreta a una científica en la serie Chernóbil y en el capítulo cinco dice al Tribunal que juzga los hechos algo así: detrás de la trágica cadena de toma de decisiones erradas que precedieron la explosión del reactor nuclear había o estaban también seres humanos.
Es una experiencia excepcional poder construir un universo alrededor de obras que abordan un mismo asunto. La serie de HBO y el filme Un traductor cuentan la historia de Chernóbil. Nos pone a pensar o sencillamente a querer saber cómo y por qué pasó, se identifican intenciones diferentes que no impiden verificar en más de un sentido cómo impactan conflictos y sucesos, sin importar cuánto tiempo ha pasado. Un razonar que invade el territorio de la ideología y nos exige asumir una posición, la condición humana es la esencia de Chernóbil.
La miniserie Chernóbil en cada capítulo va enhebrando una historia múltiple que reconstruye y recrea la información y los hechos desde la ficción y lo hace casi cronológicamente. Sobresalen la sobria construcción dramática, diálogos escuetos, actuaciones contenidas que no ceden ante el melodrama, apela a la emoción, va desarrollando una intensidad que alcanza en las escenas de los mineros –sin dudas– un momento especialmente logrado. Ellos saben –como nosotros los que miramos el capítulo– el drama que viven y cuál es su destino. Secuencia tras secuencia se van retratando los procedimientos políticos; escamoteo de la verdad, falta de información, la necesidad de alertar a la población, de asumir el problema, se convierten en la piedra angular de la serie. El ocultamiento, la dilación para enfrentar el conflicto por parte de la dirección política rusa del momento arrastra a los científicos implicados en acciones que terminan por envolverlos a todos y cada uno. Con estos datos se arma la serie convencional, de excelente factura, que en sus detalles pudo o no ser así, pero no cambiaría la gravedad del desastre. La crisis moral y ética tiene en la escenificación del Juicio un clímax, allí se monta un tribunal para juzgar la responsabilidad política y social, el compromiso con la verdad. Así se completa el arco dramático que cierra la historia. Sentencia Martí: «…la verdad es tan horrible en lo que voy a decir, que no se puede decir más que la verdad». Los hechos, los silencios ante el drama expuesto se prolongan y quedan en cada uno de nosotros, y nos invitan a colocar cada pieza en el tablero sociopolítico.
Con Un traductor es una experiencia de otra naturaleza, una vivencia íntima, minimalista, de baja intensidad dramática, un distanciamiento emocional envuelve a casi todos los protagonistas y esta calma se rompe cuando el futuro «traductor» descubre que hay otro mundo, existen conflictos que cambiarán su vida, esa realidad-real revelará sus carencias, incomunicaciones y desamparo familiar, su calma cotidiana será rota para siempre. Con mucha verdad el actor Rodrigo Santoro va mostrando las mutaciones emocionales que vive el traductor Malin al enfrentar la más dura de las consecuencias de Chernóbil: las víctimas.
Encuentro de Malin con un drama que va contextualizando muy sutilmente la Cuba de los 90. Usando escuetos pero eficaces recursos: la bicicleta como medio de transporte, frugalidad y hasta carencia de alimentos… dan cuenta del periodo especial, suerte de supervivencia que no se oculta, tampoco se sobredimensiona. El filme de Sebastián y Rodrigo Barruiso no está concebido para contrarrestar una información falsa. Un traductor es una película política, metafórica en más de un asunto y los directores lo saben, lo asumen sin declaraciones grandilocuentes y dicen mucho. El poder de las imágenes expresa una tragedia que no vivimos, compartir el momento de la muerte de uno de esos niños nos lleva a conocer el intento y el empeño por salvar a más de 25 000 niños enfermos durante 21 años, entre ellos los peores años que conoció Cuba, sin importar a qué precio, son algo más que datos. Un traductor es un filme amoroso con Cuba, conmovedor, eficaz, te implicas en él. En los créditos finales del filme Sebastián y Rodrigo Barruiso insertan un cartel: ellos son los hijos del traductor y la curadora de arte.












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alba rosa colina morciego dijo:
1
16 de octubre de 2019
15:28:17
Ernesto dijo:
2
16 de octubre de 2019
16:50:38
M.Montero dijo:
3
17 de octubre de 2019
10:14:54
Raciel dijo:
4
17 de octubre de 2019
14:54:17
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