Hace algunas décadas se observa en muchos creadores un cambio de actitud, tendiente a restituir el valor conceptual de la naturaleza y darle su relevancia, ya no inspirada en un temor reverencial, sino en un lugar en el cosmos en el que el hombre forma parte de ella indisolublemente.
En este grupo de artistas se encuentra el joven Brian Sánchez Jiménez (Santiago de Cuba, 1987), quien en un viaje pictórico y mágico, extendido a formas expresivas que incluyen pintura y dibujo, nos regala un mundo de fantasía arropado con una alucinante galería de personajes, objetos y visiones que juguetean en un paisaje caprichoso que parece desafiar la ley de gravedad y la lógica. Todo ello se encuentra a la vista del espectador en la exposición Historias bajo la luna blanca, abierta en el Hotel Memories Miramar Habana (5ta. Avenida y 74, Playa). Estas figuraciones que danzan y retozan en su «coreografía» imposible (óleos, acrílicos y tintas/lienzo), emergen de una suerte de cuento de hadas que supera lo imaginable, y proporciona claves con respecto a la historia real.
Podría decirse que el tema primordial de su creatividad está regido por la tierra. Universal y local a la vez: macro y micro. La tierra como lugar de pertenencia. Pero es, al mismo tiempo, la tierra particular del lugar de nacimiento, el origen, de los días de la infancia. Lo metafísico, lo simbólico, ilusorio, va junto con sus metáforas, manteniendo una vivencia esencial del paisaje, donde casi se toca el infinito y las constelaciones de una cosmogonía que no puede escapar a una visión propia. Por el recorrido visual de sus mágicas superficies transitan sueños, y reconocemos elementos y actores, pero no se puede asociar su extraña situación con nada que nos sea familiar. Inventa este mundo caótico en el que los objetos vuelan por el espacio y las personas están desconectadas de la realidad. Hay elementos que se repiten: la luna, la rueda, bastones. Los presenta en combinaciones misteriosas y participando en actividades, diríamos, extravagantes o surrealistas, pero no sabemos por qué. Cada uno parece ser parte de un lenguaje visual de signos, pero de su propia invención y sujeto a su propia interpretación.
Podemos especular acerca de su significado: ciclos de vida, tiempo, espacio, pues según el creador –graduado de la Academia Provincial de Artes Plásticas José Joaquín Tejada, en Santiago de Cuba–, sus obras son un pretexto para representar sentimientos a través de las imágenes, y su interés principal es explorar los mundos primigenios del ser humano, como la niñez y el hombre primitivo.
Y aunque recurre frecuentemente al automatismo inconsciente para crear sus símbolos y luego plasmarlos en los lienzos, «me remito muchas veces a mi etapa infantil, la que –estoy seguro–, es la más sincera de todo ser humano».
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