
Para Carrie Mae Weems, La Habana no es una novedad. En 2001 dio a conocer la serie Dreaming in Cuba (Soñando en Cuba), ensayo fotográfico de factura impecable y visible aliento poético sobre la cotidianeidad de la población afrodescendiente en un contexto de continuas transformaciones revolucionarias.
Ya por entonces era una artista reconocida en Estados Unidos por sus conquistas estéticas y un destacado activismo social, vinculado a los reclamos de las comunidades afronorteamericanas y la emancipación de la mujer.
Entre sus trabajos más notorios se hallaban las colecciones Retratos familiares en historias y palabras (1984), No es una broma (1987-88), Íconos americanos (1988-89) y Gente de color (1989-90), donde las fotos iban acompañadas de textos alusivos a la mirada estereotipada sobre los negros. Kitchen Table (1990) y Desde aquí vi lo que sucedió y lloré (1995-96) representaron puntos de giro en su discurso para decir lo mismo con más fuerza: de una parte exponer las palancas movilizadoras para el empoderamiento de la mujer afronorteamericana; de otra, a partir de la apropiación de 30 imágenes procedentes de estudios antropológicos, la iconografía de la Guerra de Secesión y la publicidad, llamar la atención acerca de la discriminación por el color de la piel. Infatigable en sus búsquedas, la Weems apela a la fotografía, el video y el performance para cuestionar realidades.
La Weems que llegó a la XIII Bienal de La Habana es la que ha alcanzado máxima plenitud artística y un notable posicionamiento en la vida pública de su país. A la capital cubana no vino sola, sino liderando el proyecto multidisciplinario The spirit that resides (El espíritu que habita), del Carr Center, en el que participaron Ricky Weaver, Viktor L. Ewing-Givens, Katrina Sarah Miller, Erin Falker, Nadia Alexis, Ganavya Doraiswamy y Andrew Wilson.
Su contribución artística personal se divisa cuando se avanza entre impresiones reflejadas en telas, una de ellas muy poderosa que nos remite al ejercicio de la violencia contra ciudadanos de piel negra en Estados Unidos.
«La libertad es un espacio que debe conquistarse cada día –comenta Carrie Mae– y donde la voz del otro es tanto o más importante que la de uno; por eso le doy mucha importancia a esta comunión de diversos lenguajes a favor de un objetivo. Nadie tiene la verdad, pero entre todos podemos acercarnos a lo que queremos transmitir. Hay en todo esto una visión donde lo político, lo cultural, lo intelectual y lo emocional se entrecruzan. Para que triunfen las ideas, estamos en el deber de exponerlas y debatirlas; de eso trata esta exposición que me alegra compartir con ustedes en un marco de tanta vida creativa como la Bienal de La Habana».
La exposición ocupó una casa en la calle San Lázaro, en Centro Habana; cerca del Malecón y muy cerca de los latidos populares urbanos. Carrie Mae sostuvo un intercambio con profesores, estudiantes y público en general en el Museo Nacional de Bellas Artes sobre sus tres décadas y media de creación y activismo, y también se integró a la trama del programa Ríos intermitentes, convocado en Matanzas por la destacada artista María Magdalena Campos Pons.
Al dialogar con ella en La Habana, recordé que en agosto del año pasado la revista Time publicó en portada un retrato suyo del cineasta Spike Lee, a propósito del impacto del filme Blackkklansman, en fecha reciente estrenado en Cuba por el colega Rolando Pérez Betancourt en La séptima puerta. Entre Lee y Weems se ha fomentado una cálida corriente de mutua simpatía a partir de una comunidad de intereses políticos y sociales.
Ella tiene muy clara su filosofía de vida: «En las horas más oscuras, la lucha es seguir presionando, seguir avanzando, rebelarse y protestar, alzar nuestras voces contra todas las formas de injusticia mientras intentamos solucionar los errores del pasado, avanzar a un terreno más alto y aferrarse más a la esperanza».












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