No podemos dejar que el cerebro baile ingenuamente al compás del optimismo. Por eso no hay que disparar fuegos artificiales porque La Trovuntivitis haya grabado su primer disco después de largos 20 años. Nadie imagina cuántas canciones o cuántas propuestas de este icónico proyecto se han perdido o han caído en el olvido. Lo que se podría añadir aquí es que esperemos que el sentido común indique que la distancia que separe este álbum de su segunda grabación no tenga tantos años.
Ahora bien, el disco debut del grupo es sobre todo una confirmación de la excelente sincronía, la imaginación y la complicidad que mantienen estos trovadores después de dos décadas cantando, componiendo, y sintiendo los conflictos sociales, en fin, viendo pasar la vida juntos (con todo lo que ello significa), y escribiendo sobre Cuba desde ese espacio en El Mejunje donde han encontrado su propio refugio. Así, estos trovadores han dado testimonio de sus querencias espirituales y de los años que, de pronto, y quizá sin darse cuenta, se les han ido metiendo en el cuerpo mientras le cantan a la noche.
El disco es un álbum doble con 25 títulos que funcionan como la historia de las nuevas generaciones de juglares, recogida en un mundo de canciones atravesadas por ese espíritu íntimo y festivo que ha definido la trayectoria de La Trovuntivitis, la cual, por suerte, ha sido testimoniada por escritores como el santaclareño Alexis Castañeda.
Este fonograma no se puede comprender a profundidad sin haber estado ahí donde nació todo, sin haber pasado alguna vez por el corazón de las noches santaclareñas, sin haber sentido cómo la cabeza te da vueltas en medio de la algarabía del Mejunje, sin haber compartido algún trago de dudosa procedencia con algún punk, una mujer salida de la nada, un travesti, un escritor que se le tira al cuello a la noche para exprimirla y sacarle todo lo que de bohemia pueda dar, o algún músico que haya viajado decenas de kilómetros con su guitarra para cantar un par de temas y volverse a perder, de nuevo, en la distancia. Todo eso está escrito en estos dos discos que resumen, además, una buena parte de la adolescencia y la juventud no solo de los músicos del proyecto, sino también de los que somos contemporáneos de estos excelentes cantautores y hemos crecido con sus leyendas hablándonos al oído.
En el álbum (Egrem) se escuchan las canciones de los fundadores del proyecto, de los músicos que luego fueron llegando y de otros que ya partieron, pero siguen estando ahí en medio de los conciertos de jueves y en esas guitarras que de tanto estar junto al cuerpo se han hecho carne.
Ellos se han mantenido cantando cada jueves y ahora regresan con estas canciones con fundamento, atravesadas por una energía abrasadora que llega desde que Yordán Romero abre el viaje con Son de Elindoro, un tema en el que vemos cómo este trovador ya se ha convertido en un especialista en imbricar los
sonidos de la trova tradicional con los ritmos más contemporáneos. Cualquier seguidor de la trova puede identificar varias de las canciones atesoradas en este material con excelente precisión en los arreglos, en el acompañamiento de los instrumentistas, y en el equilibrio entre la variedad de ritmos que defienden. Son temas que han ido rodando en los conciertos y festivales de trova por todo el país y que resguardan tantas cosas que ya parecían olvidadas. Dicen que el tiempo lo cura todo pero eso, reconozcámoslo, es una resignación falaz. Porque cuando uno escucha Abajo la xenofobia y Pobre gente, de Leonardo García;
Cuando una mujer deja un hombre, de Roly Berrío; Debo dejar, de Yaíma Orozco o La luna de Valencia, de Diego Gutiérrez, quiere regresar a ese tiempo en que todavía pecábamos de ingenuos y, por tanto, estábamos más cerca de la felicidad.
Todas las canciones grabadas aquí son piezas notables en el repertorio de cada trovador y en su conjunto cobran categoría de grandes obras de la trova cubana. Es identificable también la influencia de la primera generación del rock argentino entre varias de las composiciones. Soñando conmigo, de Raúl Marchena, tiene esa indomable energía de los fundadores del rock argentino y de la brillantez del underground cubano de los 90. Es un tema en el que Marchena se muestra como un compositor de altos quilates y es, también, una declaración de principios desde una juventud que se aleja, pero a la que ellos y nosotros nos seguimos aferrando.
En este sentido, pero en un orden más íntimo, canta Levis Aliaga otra de las canciones imprescindibles en el primer disco. Levis interpreta Ana y Ana estremece. Es un tema de amor que retrata la historia logrando que el oyente casi pueda ver el texto en una trama cinematográfica.
La moringa, de Yatsel Rodríguez; Ruleta rusa, de Karel Fleites; Voy, de Migue de la Rosa; y Los giros, de Yunior Navarrete, son otros de los títulos que dan méritos a este fonograma que cierra con la conocida Luna de Valencia, de Diego Gutiérrez. La apertura del segundo CD corre a cargo de Michel Portela, quien en su primer tiempo era el más rocker de la alineación y se entregaba en los conciertos como si cada noche fuera la última. Y en un momento lo fue. Portela estuvo viviendo en Argentina una larga temporada hasta que regresó a Santa Clara y volvió a integrarse a la leyenda.
Con aires de tangos y bohemia bonaerense, Será ayer muestra a un Portela reposado y descansando en la madurez que, dicen, otorga el paso del tiempo. La canción, sin duda, es una obra de artesanía. Soltando amarras, de Migue de la Rosa, es otro de los temas en los que cuaja a la perfección el espíritu de resistencia de La Trovuntivitis, porque, digámoslo de una vez, la resistencia es lo que ha mantenido en pie a esta banda durante más de 20 años. Pobre gente es una canción que debería ponerse en todos los programas de música que se precien. Leonardo canta desde hace años que el futuro apremia y el público le pide esa canción como si tuviera la seguridad de que escucharla, salva. El futuro apremia y Leonardo lo dijo a tiempo, con la coherencia que define su obra. Leonardo es uno de los grandes trovadores de este país pero él, en su modestia, no lo sabe ni le interesa. Así son estos muchachos o exmuchachos, ya uno ni sabe, que siguen creando canciones que evocan o cuestionan la realidad desde un universo poético muy exuberante y acompañado de una caja de ritmos en la que convive casi todo la vastedad de la música cubana.
Eternidad, de Alain Garrido, es minimalista y profunda. Frágil nos enseña a la mejor Irina González. Roly Berrío regresa con Caridad, una canción que marca la transición entre dos Roly: el músico performático y el cantor de los sentimientos humanos más hondos.
Si no bastara con todas las grandes canciones que hemos escuchado a lo largo de estos dos discos, el final nos reserva un tema que afianza la posición de estos trovadores ante la música y ante todo lo que imaginan vendrá por delante. Es La Trovuntitvis en estado puro la que defiende La casa, de Marchena. La canción es una apoteosis de ritmos y voces que se unen para explicar (si eso fuera posible), el milagro de la permanencia del grupo después de tantos años en la escena menos conocida de la Isla. La casa viene a confirmar lo que ya casi todos sabíamos: estos juglares siguen tomando combustible de la poesía más visceral sin más reglas que las dictadas por su público, su música y sus noches para mantenerse escribiendo esas canciones que recogen no solo el espíritu de La Trovuntivitis, sino también el de una generación, que sabe, como Leo, que el futuro apremia.
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ALINA dijo:
1
19 de octubre de 2018
10:24:11
Melissa Maura Pérez Respondió:
20 de octubre de 2018
17:07:53
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