
La luz, esculpiendo espacios, iluminando cuerpos, movimientos, acciones…, transformada ante las retinas del espectador como nervio principal de la danza, se transformó, en la reciente temporada Septiembre, de la compañía Acosta Danza, en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, en uno de los protagonistas principales de las piezas presentadas. A escasos días después del paso de Irma por nuestro país, la agrupación que dirige el célebre bailarín Carlos Acosta, iluminó la centenaria escena habanera con una magia particular de la mano de cinco piezas de diferentes estilos.
La pieza El cruce sobre el Niágara, de Marianela Boán, abrió las funciones. En ella entrega sus espléndidas concepciones de diseño, dinámicas y ritmo del movimiento, entrelazado todo, a una esencia literaria, pues parte de una obra homónima, Premio Casa de las Américas 1969, de Alonso Alegría (Perú). Trabajar sobre límites formales ha sido en el tiempo una autoimposición creativa de Marianela. Y aquí logra una alta explotación de las líneas del cuerpo, imponiendo, en todo momento, una fundamentada motivación para que los gestos transmitan una sensible gama de inquietudes y afanes de dos hombres frente –y sobre- a una cuerda sobre el… Niágara. ¡Excelentes! Mario Sergio Elías/Julio León, quienes lograron una máxima expresividad, en la que la música de Olivier Messiaen ocupa protagonismo también. Fue un alarde de dominio de la danza el guante que lanza la creadora, y que ellos supieron devolver con todas sus fuerzas.
Regresó a la temporada, Nosotros. Atractivo pas de deux, que llegó en esta ocasión de la mano de Marta Ortega/Javier Rojas. La música de José Víctor Gavilondo, interpretada en vivo, impone el camino de la sutil coreografía que desata lirismo y al mismo tiempo una fuerza inusitada en la danza. Toca fibras sensibles en lo interno y mueve a la reflexión, sobre todo, en aquellos que alguna vez han escuchado el himno de esas intermitencias del corazón que afloran en las relaciones de una pareja que está a punto de decir adiós.
Nueve bailarines dibujaron Belles Lettres, del conocido coreógrafo norteamericano Justin Peck, inspirada también en el mundo de la literatura. Como en el texto de una antigua obra se mueven los danzantes compulsados por la singular música de César Franck que camina entre el tiempo, como olas que traen recuerdos y se renuevan en la escena para matizar la atmósfera de un clima particular, en el que las luces de Mark Stanley provocan sensaciones. Queda entonces la suerte echada a esos bailarines que se acomodan a la perfección al decir del coreógrafo, en un tono neoclásico, dejando una estela de buen hacer, que recibió una merecida ovación.
Del muy conocido coreógrafo español Goyo Montero fue el estreno mundial de la temporada: Imponderable, que como nota de especial interés y atractivo acerca la música de Owen Belton sobre canciones de Silvio Rodríguez. En la pieza destacan como protagonista también las luces que llegan de originales maneras a armar y desarmar el cuerpo de la obra, enfocando espacios, creando atmósferas y dialogando de manera contemporánea con el espectador.
La voz de Silvio declama sus creaciones y resulta un punto neurálgico, vestido de poeta y no de cantante que dice sus hermosas obras. La energía de los disímiles bailarines de Acosta Danza aportan la otra parte, a partir de los pasos que Montero esculpe y que ellos se apropian para hacernos sentir en un universo extraño, escuchando a Silvio desde otra dimensión, como magia de lo imponderable…
Cerró las noches, a partir del viernes, una pieza que va siendo clásica en la compañía: Twelve. En esta creación, cuyo concepto y dirección es de Jorge Crecis, se mueve un cóctel alucinante en el que 12 bailarines, en escena, recrean con dinamismo, astucia y frescura sus acciones. A partir de ahí, se estructura una simpática combinación de movimientos, juegos, estructuras de espacio, en las que se involucran «ingredientes» de diversa filiación estética, deportiva y hasta mágica que exaltan al auditorio.
El término danza adquiere otra connotación, con otros matices, y añadiendo la energía, siempre in crescendo, esa que entregan con pasión los versátiles bailarines, y que aportan la propia música, las luces y esas botellas que llenan con su magia el universo escénico con sus luminosidades.
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