
Celebrar la sostenida continuidad de una acción socio-cultural que exige de sus participantes no solo el sentido profesional —profesar fe en lo que se hace—, sino en el muy importante sentido de la eticidad ha sido uno de los logros de la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa, que, entre el 28 de enero y hasta el 3 de marzo, realizó su 26 edición.
Esta es una esperada oportunidad por parte de los teatreros y principalmente de los artistas del Guiñol Guantánamo, líderes y promotores cruzados, los cuales desde 1991, portando sus títeres como sensibles y artísticas armas esgrimidas, cual Quijotes de la contemporaneidad, se enfrentan en combate a cielo abierto contra la distancia de la apreciación del arte teatral o de la marginalidad excluyente.
Esta 26 edición brindó, entre otras alegrías, el privilegio del reencuentro del creador con un público ya avisado. Creadores que, sin abandonar los recintos teatrales donde habitualmente se presentan en las ciudades, hacen de los espacios alternativos de la Cruzada un inusitado escenario teatral.
La Cruzada es una acción cultural quizá única en el mundo. Respalda, a través del arte, el sueño de fantasías reales; redescubre la belleza inatrapable de los títeres; fija en los espectadores la poesía del reflejo, vivificado por el actor y sus personajes asumidos como algo propio. Compartir los “trabajos y los días” en plazas abiertas iluminadas por la luz solar; o en patios y aulas escolares convertidas en magnos escenarios a fin de favorecer el diálogo con la obra de José Martí o Nicolás Guillén; de Dora Alonso o de Abelardo Estorino; de Javier Villafañe o Roberto Espina; de Federico García Lorca o de Antón Chejov es tarea histórica de los “cruzados”. Es obvio que construir un imaginario tablado escénico en lo que en realidad es una plaza o un descampado es tarea de osados pues se trasgreden ubicaciones; se reorganizan planos; se levantan retablos y, de nuevo, se oficia el ritual escénico ante la fascinada mirada del espectador de todas las edades. Las comunidades se concentran en ese altar sacro donde el arte teatral alimenta hambres insatisfechas.
La Cruzada Teatral es el evento en el que sus hombres y mujeres no se limitan a presentarse en los núcleos urbanos caracterizados por las rutinas de una programación amodorrada. Sus espectáculos se insertan en comunidades situadas en la más profunda geografía guantanamera. Arribar a esos lugares a través de senderos iniciados por las corrientes de ríos trasparentes o por las sendas de las arrias de mulos transportando el café, el cacao o la caña de azúcar, entre otras riquezas de la región, solo es posible por la pericia de los conductores que hacen de los gigantes y aún poderosos camiones soviéticos, dóciles bestias de carga.
La 26 edición de la Cruzada contó con compañías teatrales imantadas por la insólita experiencia de la trashumancia, generada por aquel carpenteriano “viaje a la semilla”, a la búsqueda del diálogo entre el actor y el espectador. Pero nada tan fecundo como experiencia totalizadora de los recursos de la dramaturgia espectacular y de los lenguajes escénicos, tanto para la población como para los propios “cruzados”, que la presencia de los grupos Parlendas de Brasil; y el español Yheppa, integrado por Yolanda Diana y Carlos Diez.
Por primera vez, el colectivo ecuatoriano Títeres Zumbambico, en la persona del titiritero solista Esteban Ruíz, trajo el título Guasintón, el lagarto, versión del cuento de José de La Cuadra dirigido por el argentino Juan Montelpare para los recursos del títere plano. Del Perú, Heber Díaz con los jóvenes músicos Tania y Rubén Ocampo presentaron desde su Teatro Intipacha Gotas de selva, basada en una recopilación de cuentos y leyendas de la amazonía peruana.
Mientras, por la parte cubana, estuvieron las históricas agrupaciones anfitrionas Guiñol Guantánamo, Ríos, La Barca, Teatro Nacional de Guiñol, Teatro Callejero Andante y la Guerrilla de Teatreros.
* Titiritero, director de Teatro Nacional de Guiñol.












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