Roberto González es un hombre de muchas paradojas. Minimalista en los recursos, conceptual, surrealista, con una técnica excelente en el campo de la línea y del color…, una mezcla de ingredientes que da como resultado un artista original. integra en sus obras una figuración que tiene puntos de contacto con la realidad y que se organiza en el plano de forma caprichosa, a la manera de los sueños…
El creador, graduado de diseño gráfico en 1993, ha sabido construir un puente entre lo sicológico y lo físico. Su obra es una continua exploración de la evolución y supervivencia de la humanidad por hallar fuerzas en sueños, esperanzas y aspiraciones, pero también de la realidad. Un trabajo personal que muestra, en composiciones muy elaboradas, el núcleo de la emoción humana, expresando triunfos por sobre los obstáculos superados.

En la muestra Hombre al agua (2012) enfocaba ya el hombre y su problemática, como eje central de unas producciones pictóricas que constituían un fértil terreno donde reutilizaban muchos objetos de la cotidianeidad para humanizar a las personas, que cada vez, con más fuerza, se alejan de lo esencial de la vida, perdiendo la brújula que marca la felicidad, decía el artista… Esas piezas, firmadas a partir de 2011, eran una suma de sus series anteriores: Islas e Historias cotidianas.
A veces lírica, otras misteriosa es la atmósfera creada en sus composiciones, inmersas en una escenografía de fondos neutros, que coquetean con la abstracción muchas veces. Con admirable oficio integra elementos del hoy mezclados con la tradición del arte occidental y, por supuesto, el nuestro. Es en este punto donde se puede ubicar el trabajo de Roberto González, quien pinta sin dibujo previo, siguiendo el dictado de su interioridad, mientras capa sobre capa el pincel opera el milagro de una pintura tersa, mágica, inteligente salto al vacío a las preguntas del alma… En las respuestas del creador —quien a pesar de su juventud, su obra ha desandado en diversas ocasiones las salas de audición de destacadas casas subastadoras como Sotheby’s y Christie’s, tanto en Nueva York como en París—, están las referencias a los maestros del pasado.
Las miradas pueden remontar al espectador a las extravagancias de Dalí, los vuelos imaginativos de Chagall, la metafísica de De Chirico, y hasta la fijación del instante que consiguió Magritte. Pero hay más, siempre hay un concepto esbozado, entre las formas y tonalidades. Algo que nos dice: estoy aquí.
TOCANDO LA IDENTIDAD
El terma de la Identidad, transformado en serie, toca a sus puertas en el 2013. Todo surgió cuando el artista reconoció que las personas en la sociedad actual se “identifican” a partir de las fotos de carnet o pasaporte que “nada me dicen de ellas”. Entonces se le ocurrió hacer retratos pintados en fotos de carnet y que llevaran consigo algo de su verdadera identidad o, simplemente conectándolas con algo de ellas mismas. Había otras piezas que no eran retratos propiamente pero abordaban desde distintas aristas el tema de la identidad. Era no solo pintar el rostro que no dice mucho de la persona sino más bien humanizar el retrato. Como si fuera una suerte de caricatura con una historia y su propia identidad. Ahora reúne una serie de muebles donde emplaza a los personajes para darles más protagonismo a los objetos en su obra. Una gran muestra de estas piezas exhibió con todo éxito en la galería Enlace de Lima, Perú, el pasado año.
Roberto González entra conscientemente en esta corriente dinámica que es la evolución de las artes plásticas, al ritmo de las ideas de cada tiempo. La excelencia de su dibujo le permite estructurar un universo que el artista va develando a partir de una tela pintada, en la que bruñe y saca luces, dando por resultado una pintura tonal, de paleta baja e impecable oficio. Este sistema se adapta a su preocupación por la luz, mientras desarrolla el collage de situaciones e imágenes que se mueven hacia esa zona de contrastes donde él las dirige sabiamente, buscando enfocar el nudo central.
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