
La merecida proclamación de María Elena Llorente como Premio Nacional de Danza 2015, me ha hecho recordar, inevitablemente, aquella histórica noche del 22 de diciembre de 1967, cuando el Taller Coreográfico del Ballet Nacional de Cuba nos dio a conocer, como parte de su obra novedosa, el estreno del pas de deux Del amor y la guerra (más tarde conocido también como Adagio para dos), creado por el joven coreógrafo Iván Tenorio, con música de Samuel Barber. La obra, pequeña en su formato y duración, nos trajo la sorpresa de un gran descubrimiento: el de una bailarina integrante del elenco desde un lustro atrás, pero que ahora nos daba a conocer una nueva faceta: la de solista. La revelación artística no era otra que la de María Elena Llorente.
En aquella oportunidad, acompañada por el también novel solista Alberto Méndez, la joven intérprete dio pruebas de una plasticidad y un lirismo no mostrado hasta entonces en los numerosos roles de cuerpo de baile que había interpretado hasta entonces. Todos los asiduos a las funciones de nuestro Ballet Nacional descubrimos a una nueva personalidad capaz de unir la seguridad técnica y el poderío dramático a una pulcritud escénica que habría de acompañarla en todo su desempeño posterior. El decano por entonces de la crítica mundial del ballet, el inglés Arnold Haskell, que nos visitaba por esa fecha, dejó la definición exacta de la bailarina y de sus peculiares maneras en la escena: “María Elena Llorente —escribió— logra en su baile una fluidez y un lirismo tales que la convierten en una soprano de la danza”.
Ella había iniciado su vida artística como alumna de la Escuela de Ballet de la Sociedad Pro Arte Musical de La Habana, cuando contaba solamente cuatro años de edad, motivada por una vocación que la llevó a buscar, a partir de 1954, nuevos horizontes en la Academia de Ballet, fundada y dirigida por Alicia y Fernando Alonso. Junto a ellos complementó su formación artístico-técnica y conoció también las luchas que se libraban en el país por desarrollar un movimiento de ballet libre de limitaciones elitistas. Su primera aparición escénica se produjo en 1955, al interpretar el rol de uno de los Pajecitos, en el acto tercero de El lago de los cisnes, junto a la Alonso e Igor Youskevitch.
El mundo fascinante del teatro, la labor profesional de los bailarines y el ejemplo extraordinario de Alicia, se mostraron aleccionadores ante sus ojos. Años más tarde, el 11 de junio de 1959, habría de realizar su debut escénico profesional en el Teatro de la Escuela Normal de Maestros de La Habana, como invitada del Centro Vocacional Artístico Musical de Guanabacoa, en una escenificación del ballet Cascanueces.
Con el triunfo revolucionario se abrió una nueva etapa en el quehacer artístico de la joven bailarina al permitirle, en 1962, el ingreso en el elenco del Ballet Nacional de Cuba, donde se mantuvo, con el rango de Primera Bailarina desde 1976, hasta su retiro de las tablas como intérprete, el 28 de octubre del 2002. Su valiosa y extensa carrera la llevó a brillar en un versátil repertorio, donde coexistió la herencia romántico-clásica con las experimentaciones de vanguardia, a representarnos en giras por los cinco continentes y hacerse acreedora de importantes elogios y galardones en los eventos competitivos de Varna y Moscú, de la Orden Félix Varela, otorgada por el Consejo de Estado de la República de Cuba y de otras muchas distinciones nacionales y extranjeras.
Ahora, como experimentada maitre, después de más de medio siglo de total entrega profesional, puede vérsele diariamente, en la vieja casona de la calle Calzada, ayudando a la formación de las nuevas generaciones de bailarines, en las mejores tradiciones técnicas, éticas y estéticas de la escuela cubana de ballet, que han tenido y tienen en ella a una de sus más fieles guardianas.












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Andrachi dijo:
1
29 de abril de 2015
18:20:45
maricarmen dijo:
2
29 de abril de 2015
19:08:57
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