ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Nadie dijo que sería tan difícil (153 x 112 cm). Foto: Cortesía del artista

Cuando Pierre Francasel afirmó que en el siglo XX no se encontraban artistas que introducían en la práctica del retrato elementos de una originalidad suficiente como para considerarlos renovadores en el género, creaba un tópico que se ha mantenido a lo largo del tiempo. La razón que exponía era que el creador contemporáneo está tan preocupado por sus propias percepciones que es incapaz de mantener una intención deliberada de mostrarnos otra personalidad distinta a la suya.

Ya estamos en el XXI y el retrato se mantiene vivo. Cada uno aporta su personalidad, por su­puesto, de una forma u otra.

La importancia con­cedida al mundo interior del pintor se convierte en la razón de numerosos autorretratos legados por las vanguardias, pero lo es también, y mucho más importante, de la renovación del género en la pintura moderna, apoyado por los primeros pasos de Van Gogh, Gauguin y Munch, y por la nueva personalidad que tuvo su perfecto desarrollo en la Alemania y la Austria de Freud y Kokoschka.

Valga la introducción para presentar la primera muestra personal de un joven artista, recién graduado de la Academia de San Alejandro que, precisamente toma el retrato como “bandera” para entregarnos una galería sicológica de personajes relacionados con él, su vida, su tiempo.

Son 16 retratos —trabajados en acrílico— de colores artificiales, una textura moldeada con la espátula, que según refiere, resulta el elemento idóneo para expresar lo que siente, y en la que el novel creador representa sentimientos, el “estado físico”, sicológico y social de su generación.

En estas sugestivas obras expuestas en la muestra Delirio (galería Ciudades del Mundo, 25 y L, Vedado), el espectador que decida dialogar con ellas encontrará gestos, trazos y tonalidades que enfocan emociones que en gran parte logra alcanzar por las miradas de los “retratados” por su talento.

Precisamente ahí está el sentido principal que Alejandro Fuentes otorga a su obra expresionista. Resulta pues, esa mirada, un inconmensurable espejo desde donde el que observa puede penetrar el alma y llegar hasta a sentir lo que siente y expresa el personaje en cuestión. Pasear la vista por esas táctiles creaciones, es como caminar por una interminable calle en la que encontraremos rostros, momentos, estaciones, recuerdos, sorpresas.

Un camino singular que parece conocido y al mis­mo tiempo extraño, diferente. ¿Siluetas? ¿Som­­­bras?

¿Apariciones?¿Espejismos? Su pintura es enigmática, atrapa no solo las miradas furtivas, sino también la mente, lo más recóndito que tenemos todos nosotros, porque de manera personal hace un retrato del magma humano. En ese punto la pintura se transforma en una extraña poesía, estrato puro que moldea sentimientos, y hechos. La palabra se hace color y forma para vibrar en cada línea.

Por supuesto está él, pero también los otros: amigos, familiares, compañeros de clase, gente que alguna vez vio pasar y dejó una huella adentro. Su principal anhelo: resaltar los problemas que afectan al hombre y mujer modernos. Así es el arte. Se va acumulando por la experiencia vivida y, al decursar del tiempo sale transformado por el talento y la personalidad del artista. Recién comienza en estos avatares y tiene ya un sentido del camino. La brújula artística lo va guiando por buen derrotero en estos comienzos.

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