En una entrevista, cuya primera traducción al español se debe al cubano José Rodríguez Feo, según consta en el primer número de la revista Orígenes, el gran pintor Marc Chagal niega la presencia de algún elemento anecdótico en sus cuadros, e insinúa que llegó a esas formas arquetípicas como necesidad de algo más abstracto.
Esos recorridos en forma de parábola son inherentes a todo el arte, pienso ahora, a propósito de Eso que se extiende se llama desierto (Letras Cubanas, 2014), poemario en el que Basilia Papastamatíu llega a la historia por la vía de la elusión.
Una lectura tal vez interesada me hace suponer que sus textos gozan de la pretendida autonomía del poema con una certeza superior a la que otros poemas consiguen, y sin embargo difícil es que dejen de implicarse en asuntos esenciales del ser humano. Ese es su riesgo y una de sus virtudes mayores: la entrada a problemas del individuo —y por tanto de su acontecer— sin que parezca alterárseles la respiración.
Quiero decir que con este nuevo libro Basilia se hace más incisiva y más serena. Aquí se reitera, entre otras cosas, la angustia que produce el tener que expresarse; solo que su tono sigue siendo moderado. En su universo el tiempo es más que el hombre, pero no más que la palabra. De hecho, antes de su arranque neto, esto es, antes de su primer poema, se han colocado tres alusiones, todas adversas, al riesgo que conlleva el trance de testificar.
En su decir sereno hay una ironía: mientras más concisos son sus poemas, mejor insinúan que la verdadera biografía de la lengua tendría que ser, no una historia según convenciones más o menos estables, sino la propia poesía en esa lengua escrita, e incluso, aquella que no es posible ya escribir.
En la construcción del estilo de Basilia Papastamatíu no son raros los resultados por oposición e incluso sus espacios en blanco tienen en ocasiones más de grieta que de pausa: son como íconos de angustia. La voz que dice este libro se sabe amenazada por la experiencia, y quizá sea ese el único motivo por el que se deja oír. Puede que en su tono contenido radique otra virtud: su lucidez no se deja seducir por la soberbia. Su lucidez es su angustia, un pormenor nada secundario en un cuaderno que invoca la ética de una manera casi estoica.
Con Eso que se extiende se llama desierto, un poemario tenso en su relación con el paisaje, la historia, el ser que la hace o está por hacerla y, finalmente, con el propio lenguaje, Basilia Papastamatíu corrobora que su desvelo nos implica a todos y que su palabra es por muchas razones la nuestra, aunque algunos lo ignoremos.












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