
Un sujeto —o sin tanto convencionalismo: un ser, un hombre— irónico, lúcido y por ratos melancólico se enfrenta a la idea del final, pero esa idea es en sí misma fructífera, porque, más que un resumen, resulta la constatación de otra experiencia. Esa es, dicho rápido y con algún recelo, una de las posibles explicaciones de Vías de extinción, el poemario por el que Antón Arrufat (Santiago de Cuba, 1935) recibió el Premio de Poesía Nicolás Guillén este propio año. Y si la poesía es un modo posible de eludir la muerte, ¿por qué este libro no cesa en su evocación ni tras el poema que supuestamente lo cierra?
Cualquier respuesta previa a la lectura de Vías de extinción quedará inutilizada por el sarcasmo y por la sorpresa. Arriesgo una expresión ridícula: el sarcasmo en este poemario es balanceado por una delicadeza un tanto inconsciente, como de quien se enjuga el tono crudo, suspira y aguarda a que brote de nuevo. Treinta y cinco poemas en menos de cien páginas de la agradable edición de Letras Cubanas (2014) pretenden testificar la decadencia —con todas las letras: la vejez— y por tanto, la angustia, y lo hacen, lógicamente, por medio de la contradicción. Antón Arrufat ha conseguido, en vísperas de sus 80 años, el más bello de todos sus libros de poesía.
Contar el fin puede resultar aburrido si el discurso es monótono, si se deja llevar por el cansancio o por el prejuicio. Este cuaderno, sin embargo, da curso a una voz versátil que ni se limita a percibir, ni pretende infligirnos su experiencia. La oiremos discurrir sobre la soledad, el declive y la tristeza, pero de un modo a ratos travieso, malicioso incluso. Otras veces el aliento clásico disipa cualquier posible grandilocuencia al nombrar cuestiones, trágicas en la vida monda y lironda; rimbombantes en las ficciones holladas por la mediocridad.
La angustia ante la última evidencia —la frase es de otro poeta, el ruso Borís Pasternak— es uno de los temas recurrentes de la literatura, pero Arrufat no se limita a recolectar sensaciones que después podría magnificar en tono poético. Su discurso no disimula lo adverso; no se le podrá achacar superficialidad, pues expresarse es de por sí una forma de reconocerse en trance, pero al quedar sola consigo misma su voz parece gesticular, de lo que resulta una puesta en escena ejemplarizante. A veces apela a símbolos, como esas menciones constantes del ave cual distintivo de lo vital y lo etéreo; otras ensaya una cita, como en el poema De madrugada, uno de los momentos más altos de su canto. Allí el verso que reza: “en ese lugar que habitan/ el olvido y las figuraciones” nos lleva, lógicamente, a Bécquer, a Cernuda, ¿a Sabina?
En contrapunteo con la vida, con el porvenir y con la literatura (que es el terreno de una realidad no menos grave) Vías de extinción plantea paralelos con el filósofo Inmanuel Kant, con el novelista Hermann Broch y con el poeta Virgilio Piñera. Son paralelos problemáticos, por supuesto. Esta voz que parece reconciliarse con ideas —con significados— que en otro tiempo desafió, nos advierte en su tono pagano: lo bello es efímero, pero es además irrevocable.












COMENTAR
Alex dijo:
1
6 de noviembre de 2014
23:40:20
Alex dijo:
2
7 de noviembre de 2014
16:19:15
Responder comentario