Acababa de regresar de un concierto en la Sala Dolores de Santiago de Cuba, cuando encontré sobre el piano la invitación para ver y oír a la orquesta de instrumentos córneos de Rusia en el teatro Nacional.
Cualquier invitación a un espectáculo de música procedente de Rusia es importante, no solo por el alto nivel artístico que poseen los músicos de ese país, reconocidos mundialmente como paradigmas, sobre todo en las escuelas de instrumentos de cuerdas y en la gran escuela rusa de piano, sino además por lo que significa para mí, de reencuentro con los recuerdos de mis maestros, mis compañeros de estudios y el público de ese país que tanto quiero y al que tanto debo en mi formación de nivel superior en el Conservatorio Tchaikovski de Moscú; pero al leer en la invitación: una orquesta de instrumentos córneos, me pareció más atractivo aún, acercarme a un arte totalmente desconocido y olvidado que nació a mediados del siglo XVIII y que constituye el único conjunto instrumental de su tipo que existe en nuestro planeta.
Les puedo decir con toda la seriedad y amor por la música que me caracterizan, que disfruté de un arte no solo desconocido, sino magnífico, lleno de sutilezas interpretativas capaces de impresionar al más conocedor de los músicos o los críticos. Colmaron todas mis interrogantes; hacen música antigua, moderna, clásica, popular, militar, romántica y contemporánea. Oírlos afinar antes de cada número es ya un espectáculo. Los acompañamientos de las obras con solistas son extraordinarios. Es difícil aceptar que todas las melodías y su fraseo se realizan con cuatro, cinco y seis músicos para una frase pequeña en su extensión, ya que cada músico solo puede emitir una nota y sin embargo es imposible descubrir, cuando se escucha una melodía, la fisura entre uno y otro sonido, creando la sensación de un ligado perfecto que solo había escuchado cuando un solo intérprete toca la frase completa.
El público estuvo tan entusiasmado que obligó a los artistas a tocar cuatro obras fuera de programa y aplaudió con sabia sensibilidad las mejores interpretaciones. Es impresionante escuchar la Giga italiana Funiculí-Funiculá, la Obertura de Guillermo Tell, la Romanza de la rana y el Bolero de Ravel sin extrañar en absoluto las versiones originales para las que fue concebida esta música. Y aunque todo fue de un altísimo nivel, quiero destacar la extraordinaria calidad de Veniamin Skripov en el trombón y de Alexander Krukovsky en la percusión, ambos con un derroche de virtuosismo, control del sonido y dinámica perfecta que solo poseen los grandes artistas.
Felicitaciones al excelente director Polyanichko y al constructor de instrumentos Goloveshko; felicitaciones también a la Dirección de Artes Escénicas y a la Embajada Rusa. ¡Gracias por regalarnos esta sorpresa inolvidable!












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Jose Enrique Iglesias Valcárcel dijo:
1
3 de octubre de 2014
11:59:02
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