ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Una pieza de la escultora donde despliega toda la creatividad. Foto: Cortesía del artista

En el caso que nos ocupa, la simple escalera es sinónimo de vida. La artista la construye y deconstruye una y mil veces, física o mentalmente desde hace mucho tiempo. Porque en ella esculpe sueños y realidades. Y a pesar del tiempo transcurrido que le ha dedicado al arte, siente, en carne propia que se encuentra iniciando la ascensión, desde los primeros peldaños.

Es una manera sutil e inteligente de poner bien lejos la cima, para querer siempre hacer más. Llegar es fácil, mantenerse es el problema, es una máxima. Que Lidia Aguilera experimente la sensación de estar empezando su larga y rica carrera, es una buena señal para reconocer que es una creadora inteligente, trabajadora, original. Porque cuando se observa una pieza escultórica u objeto de ella, junto al placer que provoca en nuestros sentidos la consonancia entre un concepto y una imagen depurados, salta a la vista la contemporaneidad.

Frecuentemente, el hombre construye, plasma, esculpe la piedra, trabaja el barro, el hierro y la madera con la fuga creadora de quien mira reproducirse a sí mismo, y la creación de un simulacro humano. Para un escultor la necesidad de proyectarse a sí mismo en un material, su impronta puede fácilmente convertirse en figura y además en simulacro.

El recurrir a materiales diferentes e inéditos en los que domina el vacío sobre el lleno, constituye una de las características relevantes de mucha escultura reciente. Donde el espacio interno ha suplantado por importancia el externo, y el material bruto y tosco, a menudo hasta la chatarra, ha ocupado el puesto de la superficie bruñida, de las vetas del mármol y de la euritmia tradicional.

Vivir en su tiempo y ver más allá, experimentar con las formas más recónditas, huir de lo convencional, jugar con el arte y los materiales, contrastar lo diverso, son características que emergen al contacto con las piezas de la escultora, pintora y dibujante, que en su trayectoria ha dejado huellas como fundadora de talleres y espacios donde reverdece siempre la creatividad, entre muchos otros basta recordar el Colectivo de Artes Plásticas de Diez de Octubre, catalogado como un hecho cultural en la Plástica Cubana en 1990.

No hay dudas de que, cuando una mente crea­tiva juega con la realidad y se apropia de sus imágenes interpretándolas desde su propia perspectiva, el resultado puede ser interesante y de gran impacto sicológico, como sucede con su más reciente muestra Escalando sueños, que ocupó los espacios de la galería Carmen Montilla (La Habana Vieja), donde la artista entregó una escultura constitutiva y dinámica que se nos presenta como una narración compleja o en una síntesis que puede llegar al minimalismo y nos obliga a imaginar lo no representado.

Allí recurrió a esos tubos de acero inoxidable que entremezcla para constituir, con un lenguaje muy particular, estructuras que juegan con la gravedad y ponen en tensión los materiales utilizados. Y regaló, además, un conjunto de murales de aluminio martillado con pátina de óleo negro, que causaron admiración en todas las retinas que encontraron allí un sitio idóneo para poner a caminar la imaginación por el laberinto de creatividad que esbozan sus formas, y esas superficies que alcanzan la textura y los tonos de la plata.

Su trabajo, se llega a la conclusión, no solo es forma en el espacio sino materia que se realza, enaltece y proyecta. Un diálogo de asociaciones y de oposiciones: objeto-sombra, figuración-abstracción. Esculturas que la insigne artista quiere denominar “estados de relación”, de cuidadosa elaboración, de realización lenta y trabajosa, que al igual que el gesto de ese tejido ha sido su vida artística.

Con una simple mirada a su más reciente exposición es posible intuir  que el espacio se ha formado apartir del gesto íntimo, privado del artista. Reco­nocemos, pues, que Lidia Aguilera posee un oficio nato que hace del material un sumiso instrumento en sus hábiles manos. Una geometría orgánica de una labor minuciosa que semeja un acto ritual de una obra que trasciende por medio de su expresión y rompe con las barreras de lo conocido para hacer de su acción algo vigente, más allá de las épocas y el tiempo: la lucha del hombre por alcanzar un espacio, imponerse a lo imposible, rebasar los límites y tocar la eternidad allá en lo alto, adonde quieren llegar sus escaleras para realizar sus sueños.

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