
En la comedia Ajuste de cuentas (Peter Segal, 2013), Robert de Niro y Sylvester Stallone se vuelven a subir a un cuadrilátero, ya bien pasados de los sesenta, con él ánimo de atrapar el interés de aquellos que una vez los admiraron en Toro Salvaje (Scorsese, 1980) y Rocky (John G. Avildsen, 1976).
La calidad de Robert de Niro no hace falta ponderarla. Si acaso reprocharle que, con tal de estar en activo, acepta sin miramiento cualquier papel, una decisión criticada por muchos y que a los cinéfilos les sirve para afinar el ojo y detectar las veces que los personajes del popular actor son construidos a “pura técnica” y reiteración, lo cual no deja de tener algún atractivo, y también taquilla.
El caso de Stallone es diferente. En aquel primer Rocky tomó por sorpresa a los espectadores y a la crítica, al punto de merecer una nominación al Oscar. Un accidente durante el parto de su madre le había inmovilizado parte de la cara y de los labios y necesariamente tenía que hablar arrastrando las palabras. Su pronunciación se avenía muy bien al personaje del humilde y medio torpe boxeador, que trataba de imponerse contra todas las dificultades, y algunos hasta empezaron a compararlo con el estilo de Marlon Brando y el Actor's Studio.
La vida y la obra de Stallone, sin embargo, vendrían a demostrar lo limitado de sus posibilidades histriónicas, en especial en la comedia, y hoy día es el actor que en más ocasiones ha ganado el nada apreciable premio Frambruesa, otorgado a las peores actuaciones, un galardón que, otra vez, le correspondió por la película Ajuste de cuentas, todo lo cual no quita para que, aunque un poco apagado, siga siendo considerado una estrella de Hollywood.
La mitología cinematográfica que en sus papeles de pugilistas arrastraron tanto De Niro como Stallone, le sirve a Peter Segal para armar una comedia que a lo mejor hubiera estado pasable, de no ser por las dosis de melodrama gastado e insufrible que le inyecta, y en el cual involucra a Kim Basinger (con unos esplendorosos sesenta años), quizá ajena ella a la trampa que le tendían al hacerla figurar como el amor imposible del personaje de Stallone.
Mientras el pícaro Robert de Niro se divierte como el exboxeador alardoso y mujeriego que pretende una revancha treinta años después de su última pelea, Sylvester le pone un extra de alma y sentimiento al asunto y el resultado es una sensiblera y previsible historia, punteada, eso sí, por humorísticos en los que el veterano Alan Arkin, sin guantes puestos, les gana la pelea a los otros dos.
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yhosvany dijo:
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8 de junio de 2014
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olaida dijo:
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Dany Daniel dijo:
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Leandro dijo:
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pbruzon dijo:
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