
Con pico fino para contar cosas y la cabeza llena de ríos, de montañas y de hombres describía nuestro Cuentero Mayor, Onelio Jorge Cardoso, a Juan Candela, protagonista de una de sus más famosas narraciones, como si esas cualidades que atribuyó al personaje no fueran sino la réplica de sí mismo.
A cien años de su nacimiento este 11 de mayo, permanece intacta la emoción que nos dejó la lectura de su obra cabal, capaz de contemplar con el magisterio de su oficio una de las más auténticas expresiones literarias del suelo patrio al hallar en sus líneas, y entre ellas, los “latidos” de su pueblo, tanto al abordar —entre otras estampas— la paupérrima realidad social prerrevolucionaria como la belleza de la geografía cubana y de su gente.
De madre “exquisita de espíritu” y de palabra refinada —como él mismo la recordara—, y de padre mambí, que luchó junto a Gómez y Maceo, le vino a Onelio, un niño impresionable y sensible, nacido en el pequeño poblado de Calabazar de Sagua, en la otrora provincia de Las Villas, la elección por el buen gusto y el amor por Cuba.
Con total predilección por los libros y amante de los cuadernos de aventuras, tuvo Onelio sus primicias de escritor a los doce años, nada serio, como aparentemente no lo serían tampoco los cuentos que escribiera en los próximos años para divertirse con sus colegas del aula, pero allí se fraguó el gozo por llenar el papel en blanco.
Un concurso que anualmente proponía la revista Social premió en 1936 al joven Onelio por el cuento El milagro, “un relato muy malo”, diría modestamente el maestro muchos años después, pero al que le debió la confianza en sus verdaderas posibilidades.
No siempre estuvieron abiertas las puertas del mundo literario para Onelio. Bibliotecario, ayudante de fotógrafo, vendedor ambulante, y escritor de radio, cine y televisión fueron, entre otros, oficios que desempeñó para el sustento. Aprovechó al máximo todas estas experiencias para conseguir más tarde en la escritura la precisión y plasticidad de sus descripciones, y cotejar el caudal de su imaginación en la dinámica de sus diálogos y la sugerencia de sus discursos.
Los carboneros sería el cuento con el que finalmente se daría a conocer al ser premiado en 1945 por el afamado concurso Alfonso Hernández Catá. A partir de ahí ya nada lo detendría. Publicaría en ese mismo año en México, preparado por José Antonio Portuondo, su primer libro Taita, diga usted cómo; el segundo no vería la luz hasta 1948. Se trataba de El cuentero, editado por la Universidad Central de Las Villas.
Nuevas tareas desempeñaría Onelio, a raíz del triunfo revolucionario de 1959. Director del Instituto de Derechos Musicales; jefe de redacción de Pueblo y Cultura y del Semanario Pionero, guionista de documentales en el ICAIC y en la Sección Fílmica del Ejército Rebelde y jefe de reportajes especiales en el Periódico Granma, por solo citar algunas.
Pero su pasión sería narrar cuentos, siempre cuentos. El caballo de coral y Los tres pichones constituyen, junto a muchos otros de sus títulos, verdaderos clásicos no solo de la literatura cubana sino también de las letras latinoamericanas.
Mencionar textos en específico o cuadernos de ellos haría una lista bastante extensa si se tiene en cuenta que cerca de una veintena de ellos rezan entre sus publicaciones y muchos han sido traducidos, para beneplácito de los lectores extranjeros a varios idiomas.
La Universidad Simón Bolívar, de Bogotá y la de La Habana le otorgaron en 1983 y 1984, respectivamente, la condición de Doctor Honoris Causa. Sin embargo, no son solo estos lauros los que también coronan a nuestro Onelio, cuya obra forma parte del patrimonio cultural del pueblo cubano. Algunos lo han concebido como el cuentero nacional, mientras que una institución, que ya cuenta con 15 años de feliz existencia, el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, en La Habana, prestigia con su nombre la labor que allí se desempeña.
Por suerte la ausencia en nuestras librerías de su ejemplar obra —algunas podrían andar escondidas como un tesoro entre las ofertas de los vendedores de libros de uso— y el silencio en que se ha sumido en los últimos años, vienen a salvarlos la presencia en la Enseñanza Media de varios de sus cuentos (Francisca y la Muerte, en séptimo grado, y El cuentero, junto a Los Metales y Taita, diga usted cómo, en noveno.
Y son estos textos, fundamentalmente Francisca… y El cuentero, de esos contenidos que los estudiantes más disfrutan —algunos dramatizan fragmentos de ellos, o redactan con entusiasmo nuevos finales para sendos desenlaces—. No se olvidan fácilmente estas estampas de la literatura cubana y suele suceder que aún cuando es generalmente escaso el conocimiento literario de muchos jóvenes, saltan, entre las referencias que consiguen citar, estas joyas de la narrativa cubana.
Onelio, en el parnaso de los creadores cubanos, donde vive para siempre, parece no enterarse de que su huella es inmarcesible. Su humildad y modestia ilimitadas, máximas que acompañaron su fértil existencia, simulan estar en consonancia con ciertos olvidos en torno a su figura. Pero Cuba escuchará de nuevo a su cuentero mayor ahora con cien años. Que no cesen, pues, los aplausos, que no sea solo un cuento.
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xiomara Inerarity Ariosa dijo:
1
10 de mayo de 2014
14:17:43
del Centro dijo:
2
10 de mayo de 2014
21:05:36
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