Las llamadas “nuevas tecnologías”, que en semanas pueden envejecer para darle paso a otras “nuevas”, que pronto serán viejas, han complicado la labor del crítico de cine.
Hace años, cuando no había tantos canales de televisión y era difícil que ese medio estrenara un filme, y el ICAIC anunciaba cada semana sus estrenos, el crítico de cine lo veía todo y se preparaba para cualquier abordaje callejero.
—¿Qué le parece el último Bergman?
—Muy bueno.
—¿Y Kagemusha?
Hoy Bergman y Kurosawa están muertos, la televisión exhibe algo más de cincuenta películas a la semana y, aunque se va poco al cine por razones ya analizadas en estas mismas páginas, las posibilidades tecnológicas hacen que el último estreno internacional no sea una rara avis en manos del espectador.
Abundancia que algunos aprovechan para ver lo mejor y a otros les desordena el gusto, a tono con una producción masiva dirigida a inmovilizar neuronas. Pero lo cierto es que tal reguero de filmes, pasando de mano en mano, subvierte el viejo principio de que no es elegante hacer una crítica de un título al cual el espectador no tenga acceso, ya sea mediante el cine, o la televisión.
Hoy se consume tanto en cualquier pantalla casera que cabe preguntarse cómo pudiera el análisis cinematográfico participar en ese festín que convierte a no pocos espectadores en unos aventajados prestos, no a hablarle de cine al crítico —lo que estaría muy bien—, sino a con-tar-le con lujo de detalles lo último visto
—¿Ya vio…?
—No, todavía …
Tras los cual podrá llegar, en florido verbo, una descripción de hechos y personajes capaz de superar al metraje más largo.
Otros, bajo la suposición de que el crítico debe vivir pegado a pantallas y pantallitas, deslizan un velado reproche y, tras tomar aliento, se lanzan a narrar la trama.
Tales contingencias obligan al crítico a recurrir a argucias que, si bien discutibles, son vitales para escabullirse de aquellos que se empeñan en contar películas, no importa que sea en plena calle y bajo el sol del mediodía:
—¿Ya vio…?
—En eso estoy.
—¿Y qué le parece?
—No esperaba otra cosa de ese director.
—¿Y las actuaciones?
—Hay de todo, como siempre.
—¿Un poco oscuras las imágenes, no?
—Según la pantalla donde se vea.
—¿Y el mensaje?
—Depende del punto de vista con que se analice.
—Un poco larga, quizá.
—No más larga que Lo que el viento se llevó
—¿Y el tratamiento del sexo…?
—Nada que supere a dos seres que se quieran, encerrados en una habitación.
Una sonrisa, media vuelta, y a tratar de ver la película que, felizmente, no pudieron contarnos.












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