ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Doce años de esclavitud, de músico en Nueva York, a esclavo en las plantaciones del Sur. Foto: Internet

En 1975, hace casi cuarenta años, Richard Fleischer realizó Mandingo, un filme sobre la esclavitud que resultó un escándalo en la sociedad norteamericana. En él se les llamaba "hembras" y "machos" (como si fueran vacas y toros) a la mercancía procedente de África y presentaba escenas tales como un niño sirviéndole de almohadón para descansar los pies al esclavista que interpretaba James Mason, y un esclavo que, colgado de las piernas, era linchado.

Le sobraban valores artísticos a Mandingo (que en Cuba se exhibió en el Chaplin) pero su contenido se consideró en Estados Unidos demasiado inquietante para la época. Era, además, una invitación a reflexionar acerca de la hipocresía con que otros filmes habían tratado el tema de la esclavitud, visiones provenientes de la censura y el racismo cinematográfico, que durante muchos años prevalecieron en ese país.

A Mandingo prácticamente la sacaron del aire pretextando su carga erótica: relaciones interraciales sin demasiado velo, desnudos, desboque sexual de la protagonista blanca, incesto; toda una intencionalidad artística ligada a pasiones humanas vinculadas con la esclavitud.

Los prejuicios y la incomodidad de ver lo que por entonces no se quería ver, borraron el filme de la circulación, al punto de que no fue hasta los años noventa que se encontró una copia, pero los que la recuerdan saben que Mandingo ofrece una visión brutal, y artísticamente sustentable, del trato que recibían los esclavos en las plantaciones del sur, antes de la Guerra Civil.

Cuando Steve McQueen, director de Doce años de esclavitud, declaró de manera absoluta que había hecho "la película sobre la esclavitud en Estados Unidos que nunca se había hecho", se olvidó de mencionar a Mandingo.

No obstante, como "la película de la esclavitud en los Estados Unidos" ha promovido buena parte de la prensa a este filme que acaba de obtener el Oscar a la mejor película. Ya antes le habían dedicado calificativos tales como "excepcional, apabullante, intensa, desgarradora, excepcional, durísima y absolutamente relevante".

No hay duda de que Doce años de esclavitud, en su valoración de denuncia social y gran espectáculo puede considerarse un buen filme. Tan poca duda como que su director, el afrobritánico Steve McQueen, dejó a un lado el caudal de talento creador exhibidos en sus dos filmes anteriores, Hambre y Vergüenza (ninguno merecedor del Oscar) para hacer una película representativa de las condicionantes estilísticas que Hollywood le exige a cualquier película de época que aspire a ese premio de la Academia.

Los que conocen el cine de McQueen debieron sorprenderse del travestismo artístico sufrido por el director para realizar Doce años de esclavitud, una historia de arquitectura enteramente clásica y salpicada de esos elementos de desbordes melodramáticos y excesos de todo tipo (que bien hechos, y él lo sabe hacer) suelen conquistar a públicos de todas las especies.

La cinta parte de las memorias de Solom Northup (1853) un músico negro que viviendo (casi como un blanco) en Nueva York, con mujer e hijos, es secuestrado y conducido al Sur, donde deberá trabajar como esclavo. Del libro de Northup se ha dicho más bien que es una excelente recreación costumbrista de la época y destaca en él la desesperación de un hombre porque todo se aclare y así poder volver a reunirse con su familia (nada de rebeliones contra la injusticia, ni de alegatos subversivos).

Al escoger las vicisitudes, no de un esclavo de pura cepa para hacer su "película sobre la esclavitud", sino a un negro civilizado que vive "casi como un blanco" en Nueva York, el director está jugando la carta de que una mayor audiencia se identifique con los horrores y sentimientos de desprendimiento familiar que sufre el civilizado protagonista.

Por supuesto, esa es una opción artística del director y no hay nada criticable en ello.

Como casi todas las películas de Hollywood que aseguran partir de una biografía y luego tachan y agregan por el camino, Doce años de esclavitud no es diferente y los agregados, el guionista y el director se encargan de realizarlos, en buena medida, recurriendo a una plasmación hiperrealista, lo que es igual a una exacerbación del látigo y de las lágrimas.

¿Qué no fue así?

Por supuesto, pero hay un desborde en el tratamiento artístico.

Nunca sobrarán los filmes en contra del racismo y la xenofobia; todos valen y Doce años de esclavitud es plausible al respecto.

Pero ya con el Oscar en el bolsillo, sería bueno que ese magnífico director que es Steve McQueen, vuelva ser lo que antes era.

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