|
Una médica holguinera en Haití
Mensaje en una
botella
Texto
y foto: Vladimir Marrero y Joel Mayor
Cuando la nostalgia por
Cuba y sus seres queridos comienza a destruir la alegría de sus
ojos, se va a la orilla del mar. Allí piensa en lo más bello que
le dio la naturaleza: su hijo Víctor Manuel. Cada conversación
guarda un cuento sobre este muchacho.
Mariloly Torres Mariño
cumple con esmero su misión.
Sin embargo, ya hace
diez meses que el Paso de los Vientos los separa. De Holguín a
Haití hasta las montañas parecen distanciarlos. Solo la fuerza del
cariño es capaz de vencer mar y tierra. Y el paso del tiempo va a
tener su precio: la salud de los seres humanos más necesitados del
continente.
La misión de esta
holguinera en tierras haitianas no resulta su primera experiencia
fuera del archipiélago cubano. En 1988, tres años después de
haberse graduado de Medicina, cumplió misión en Etiopía.
DIREDAWA
En aquel sitio de nombre
complicado compartió con las tropas cubanas, en el desierto,
apartada del pueblo. Hacía guardias en un hospitalito cercano y
atendía a nuestros soldados, que apoyaban al pueblo etíope ante
una posible invasión de Somalia.
La malaria amenazaba.
Cualquier enfermedad podía sorprenderles tan lejos de Cuba. Y
después de las maniobras se tornaba más urgente su presencia.
Luego la trasladaron a
otro centro asistencial en Harare. Su labor consistió nuevamente en
curar a los internacionalistas, principalmente a aquellos que no era
posible tratar en Diredawa por la falta de condiciones.
"En
todos los batallones había niños que vivían allí. Eran pequeños
de la zona que merodeaban por los alrededores y poco a poco se
fueron habituando a los cubanos. Les brindábamos todas las
atenciones. Es un recuerdo agradable que todavía está en mi
memoria."
Tenía 27 años y su
hijo Víctor solo dos. "Cuando él sentía un avión salía
corriendo para el patio. Después, le decía a su abuelo que su
mamá había sacado la mano y le había dicho adiós desde lo alto.
A mi familia le hizo gracia aquel cuento; a mí me provocó tristeza".
FORT LIBERTÉ
Esta vez su destino se
halla en el Caribe, a solo 70 kilómetros. Pero 10 bastarían para
que la melancolía se apoderara de cada segundo después del
trabajo. Solo en ocasiones puede hablar por teléfono con su esposo
y su hijo. Las cartas demoran.
Por otra parte, en
Haití la especie humana corre el riesgo de desaparecer por la
enfermedad más temida en el mundo: el SIDA. La fiebre tifoidea,
tuberculosis, paludismo y otras pandemias se unen a la pobreza y el
subdesarrollo en su lucha contra el hombre.
Ahora Mariloly es
especialista en Dermatología. Prescindirán temporalmente de sus
servicios en el pediátrico Octavio de la Concepción y de la
Pedraja, de Holguín, pues lo requieren con mucha urgencia en la
cercana nación caribeña.
Como otros colegas
cubanos, atesora recuerdos felices. "Al llegar Kenia (la graduada
con excepcional rendimiento) a Capotille, me envió a una niña que
habían tratado anteriormente y no se curaba. El problema era de
origen genético. Le expliqué a la familia que necesitaba tomar
sulfato de zinc. Al cabo del tiempo los volví a ver. La niña
consiguió la medicina, y se curó".
La casa de la brigada
médica cubana en Fort Liberté, departamento Nordeste, se pone aún
más bonita cuando Mariloly da rienda suelta a su alegría, y la
arregla a su gusto. La decoradora es ella. Sencilla y entusiasta.
Solo la nostalgia puede nublar sus ojos. Entonces, se acerca al mar,
y quizás, sin saberlo, echa un mensaje en una botella. |