ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Imagen de la serie mexicana, estrenada en Cuba. Foto: Fotograma de la serie

Cuando la actual administración estadounidense extrema su política antinmigrante y teje una narrativa de odio que estigmatiza a esas personas, que una buena parte proviene de América Latina, como criminales que vienen a dañar la tranquilidad ciudadana de ee. uu., una serie mexicana recuerda que eso, mejor, opera al revés.

Durante décadas, México ha sido el destino natural de evasión de numerosos convictos norteamericanos, perseguidos en su país por hechos (realmente comprobados, no brotan de la imaginación racista de un presidente yanqui sobre los extranjeros) de sangre, asesinatos de primer grado, extorsión, robo, fraude.

Si bien tal ruta evasora es muy conocida –pues la propia teleficción y el cine estadounidense se encargaron de remarcarlo a través del tiempo, a veces desde una visión xenófoba y despreciativa hacia el país receptor–, lo menos divulgado es la historia de quienes, dentro de México, los persiguen y capturan.

Estrenada en la Televisión, esa serie, Cazadores de gringos (Netflix, 2025), hace emerger al universo audiovisual el quehacer cotidiano de los miembros de la Unidad de Enlace Internacional, brigada mexicana con base en Tijuana, cuya labor se dirige a buscar, detener y devolver a esos criminales a ee. uu. En 23 años de trabajo, la Unidad capturó a más de 1 600.

Con ancla de inspiración en un reportaje del periódico The Washington Post, la serie no solo tiene la virtud de airear esa verdad o de reivindicar la efectividad de estos policías. También lleva el mérito de mostrar un México más diverso y lejano al estereotipo: desde adentro, desde una visión local y no foránea, que ni lo denigra tanto ni lo exhibe mediante esa eterna xenófoba postal de tonos ocres, sepia, amarillenta con que Hollywood lo describe.

Lamentablemente, más allá de esas virtudes, no existen otros motivos de los que pueda ufanarse.

Hay un elemento de argumento y guion tendente a desfavorecer tanto el equilibrio narrativo como el reflejo más objetivo de las detenciones efectuadas a esos delincuentes fugitivos. Y es que son figuras evanescentes, de las cuales el espectador solo conocerá o apreciará, si acaso, sus fotos en el expediente policial, los nombres, una somera descripción de por qué son buscadas, unido al momento de la detención.

Una serie procedimental de 12 capítulos debe manejar muchos elementos que un artículo periodístico –sobre todo, debido al espacio y a su carácter de pieza de no ficción– no puede incluir. Y uno de estos es el delineado, la singularización de los personajes.

Presencias casi fantasmales, se echa en falta a lo largo del material un mayor grado de incidencia en la personalización de esos forajidos (varios de ellos son bocetos ridículos, como la Nancy Baker del cuarto capítulo), entendiendo que el acento de la serie pretende recaer sobre los agentes mexicanos, no sobre los fugitivos.

Ahora bien, si fuésemos a atender a tal lógica, nos encontraríamos con el escollo de que tampoco existe demasiado peso introspectivo en el sector demográfico latinoamericano. Al describir, a los integrantes de la brigada de élite de la policía de Tijuana, no lo hicieron con mucha dedicación ni mimo por parte del equipo del guion.

El algoritmo de Netflix en plena activación, los agentes mexicanos son condensación y suma de lo que se entiende por un cuerpo policíaco según el concepto de la maquinaria serial yanqui. En consecuencia, los rasgos denotativos de su identidad solo quedan reducidos al lenguaje, o a cuando van a comerse unos tacos.

Y la agente policial de cualidades no ortodoxas dentro del equipo (esa autista que resuelve un caso de años en solo unos minutos) guarda sospechoso parecido con otro personaje, que defendiera Ximena Sariñana en Las azules (Apple tv+ 2024).

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