ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Reconstrucción pictórica del óleo Muerte de Martí, de Esteban Valderrama, realizada por Armando Morales Ramírez. Foto: Ilustración

El 17 de mayo de 1895 apunta: «…Y estos que vienen, me cuentan de Rosa Moreno, la campesina viuda que le mandó a Rabí su hijo único Melesio, de 16 años: “allá murió tu padre: ya yo no puedo ir: tú ve”. Asan plátanos, y majan tasajo de vaca, con una piedra en el pilón, para los recién venidos. Está muy turbia el agua crecida del Contramaestre, – y me trae Valentín un jarro hervido en dulce, con hojas de higo…».

Y luego, nada más escribe en estas páginas. Son, quizá, los puntos suspensivos más dolorosos de la historia de Cuba. Así culmina el diario De Cabo Haitiano a Dos Ríos. Dos días después, cayó en combate José Martí. Al aniversario 130 de ese hecho se dedicaron dos paneles dentro del Coloquio Martiano, que el Centro de Estudios Martianos realizó, como parte de la 33 Feria Internacional del Libro de La Habana, de la cual es subsede.

En uno de ellos, la investigadora Caridad Atencio Mendoza abordó la recepción que han tenido los Diarios de Campaña de Martí –el ya citado y el De Montecristi a Cabo Haitiano–, los cuales, opinó, conforman un único cuerpo literario, cuyos aportes a la modernidad lírica, así como su sitio relevante dentro de la producción poética de nuestro continente, no pueden soslayarse.

La poeta y ensayista hizo hincapié en la altura estética de los diarios, su condición de obra de arte, la expresión descarnada, y en cómo se erigen en una metáfora de la vida y la sobrevida del héroe. En ellos, afirmó, «la poesía encarna en la realidad», porque lo poético es la realidad misma.

En la ocasión, se comentó –además– que, como revelan una experiencia identitaria, resultan textos descolonizadores, cargados de irreverencia hacia la hegemonía cultural.

Un fragmento de las anotaciones del 1ro. de mayo lo confirma:  «El sol brilla sobre la lluvia fresca: las naranjas cuelgan de sus árboles ligeros: yerba alta cubre el suelo húmedo: delgados troncos blancos cortan, salteados, de la raíz al cielo azul, la selva verde, se trenza a los arbustos delicados el bejuco, a espiral de aros iguales, como de mano de hombre, caen a tierra de lo alto, meciéndose al aire, los cupeyes: de un curujey, prendido a un jobo, bebo el agua clara: chirrían, en pleno sol los grillos (…) la gente se echa sobre los racimos de plátanos montados en vergas por el techo, sobre dos cerdos, sobre palomas y patos, sobre un rincón de yucas. Es la Demajagua».

Así como el patriota Martí ha iluminado toda la historia posterior de la Isla, también lo ha hecho el poeta (¿pero acaso pueden explicarse uno sin el otro, o separárseles?); la influencia de su poética –trascendió en el panel– ha sido determinante en poetas posteriores. Sus Diarios, estudiados y leídos profusamente, poseen huellas palpables en la tradición literaria cubana, posterior a su publicación.

Si la muerte del héroe es un horizonte inevitable en la lectura de estas páginas, el esplendor transformador del Apóstol las eleva, palabra tras palabra: «Rumbo al abra. La luna asoma, roja, bajo una nube. Arribamos a una playa de piedras, La Playita (al pie de Cajobabo). Me quedo en el bote el último vaciándolo. Salto. Dicha grande…».

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