Hay un nombre en el que siempre hay que pensar cuando se habla de la literatura cubana contemporánea. Hace unos años, en una conversación con Granma, nos comentó que tenía publicados 35 libros, y que eran alrededor de 50 los reconocimientos que había recibido, desde distintos puntos de la geografía planetaria. Una parte de su obra está traducida a varios idiomas y numerosos textos suyos están incluidos en espacios editoriales de diversos países.
Para entonces, el doctor en Ciencias Filológicas Virgilio López Lemus no había merecido el Premio Carpentier de Ensayo 2025, ni se le había dedicado, tal como sucede en estos momentos, una Feria Internacional del Libro de La Habana. Conversar con él es, sencillamente, un acto de fascinación, tanto por la solidez de su obra, como por las respuestas que ofrece ante la indagación.
«El registro aritmético de un escritor no suele ser demasiado importante, uno puede ver que ciertos autores de rango internacional solamente tienen una decena de publicaciones. Pero al menos, es un índice de consagración al trabajo y solo de eso me podría preciar. Este año arribo a mi libro 50 (15 poemarios, 35 de ensayo y crítica), más diez folletos, más de 15 libros traducidos del portugués, 18 antologías poéticas, casi 40 compilaciones, con prólogo y notas de autores muy diversos de Cuba y del exterior, más unas diez obras ya en medios digitales, y numerosos textos que han aparecido en nueve idiomas. Debo sumar ser el coautor de casi una veintena de libros, y se me va la cuenta de ensayos, crítica literaria y textos poéticos publicados en revistas y periódicos de unos 25 países. No es un récord, frente a la gruesa obra de polígrafos como el gran Samuel Feijóo. Unos 60 libros de otros autores llevan prólogo mío», nos puntualiza en un rápido repaso que cierra, poseído por la satisfacción: «Qué inmenso placer el de la escritura».
–La huella que va dejando en las letras cubanas pasa por muchos géneros ¿En cuál de esas áreas es más usted?
–Me creo un poeta, un servidor de la poesía. Todo lo que he hecho en mi vida tiene que ver con ella, hasta la docencia. Pero soy un investigador nato; un poco me he destacado en el mundo de la ciencias sociales, he sido elevado al rango de Académico de Mérito de la Academia de Ciencias de Cuba, de la que formo parte para ser útil en ella, no para servirme de su prestigio. Mi lema: La poesía es ara, no pedestal, parafraseando a Martí. Me he movido en muchos rangos del saber humanístico, he adquirido lo que Lezama Lima pedía: una cultura para la poesía, pero nada de ello valdría demasiado sin el fervor de la utilidad. No hay fe sin servicio, y tengo una fe enorme en la poesía.
–Vivir entre libros, ya sea los que consulta, los que disfruta o los que escribe, debe haber creado un vínculo que me gustaría me describiera…
–A veces uno se convierte no en una nube en pantalones, como decía Maiakovski, sino en un libro que deambula entre las gentes. Cuando me encuentro a un joven veinteañero fervoroso de la lectura, hasta me emociono, me veo a mí mismo leyendo incansablemente desde temprana edad.
– En una lectura reciente lo escuché decir que no tiene el don de la poesía social. ¿Cuál es su don?
–Uno puede darse cuenta de que al fin no se es más que un don... nadie. Pero creo que en esa ocasión me expresé mal, pues considero que toda poesía es por sí misma «social», ¿cómo no iba a serlo un poema de amor, por ejemplo? Dentro de la «poesía social» la hay civil o partidista, y para esos dos rangos tengo, quizás, poco agarre con las palabras que, juntas, quieran expresar cometidos de tribuna política o de ocasión militante. Más bien voy hacia la poesía de intimidades, de reflexión sobre el hecho de vivir y sobre el universo. Lo cual, por supuesto, no me deja fuera de ser un ciudadano comprometido con mi medio y con mi país.
«La poesía que capto mejor tiene que ver con el ser observando, aprendiendo y queriendo saber sobre el universo. Soy alguien que hace preguntas, más que un hombre que halla respuestas».
–Ha confesado tener manías, vicios a la hora de escribir…
–Pueden ser hasta un poco cómicas algunas manías de escritor que, sin dudas, tengo, y que llegan a ser una suerte de supersticiones. Yo necesito manuscribir textos poéticos con tinta azul, en una agenda o libreta, tener frente a mí seis o siete bolígrafos, que a veces se me secan. No me sale escribir en hojas sueltas, grandes, hojas de carta, tengo que tener mi agenda cercana, y ahí trabajo con cierta privacidad y devoción. Un poema tiene que nacer «a mano», y luego lo digitalizo y lo reescribo en ese proceso, si es que él pasa la prueba de un tiempo para creer que vale la pena.
«Yo no puedo explicar por qué, de pronto, me nacen uno o varios poemas, de dónde salen ellos. La escritura en prosa analítica es otra cosa, esa la escribo ya casi siempre en mi computador, y casi todos los días, con dedicación e información precisa, hija de la reflexión sistemática. Para ello no tengo manías, sino disciplina. La poesía, ella, es la hija más querida, la que me hace vibrar y sentir que tengo por qué vivir».
–La poesía no es un texto para ser entendido. ¿Y para qué?
–El texto poético puede, por supuesto, ser bien comprendido, pero a veces no, y eso no le quita su carga y valor literario ni el disfrute de leerlo. La poesía sirve (y para mucho sirve) para sentir la raigambre más humana de nuestro ser, para disfrutar leyéndola, para gozar porque mueve nuestra sensibilidad e imaginación, incluso aquellas que desconocíamos en nosotros mismos, o para reafirmar nuestra identidad.
–No tiene, entre los de su autoría, libros preferidos; pero sí, entre los que ha leído. ¿Cuáles son los tres autores que, entre muchos otros, «responsabilizaría» de ser hoy el Virgilio que conocemos, al que se le dedica la Feria del Libro?
–Gracias por esta pregunta, difícil para dejar en tres. En poesía, José Martí, Antonio Machado y R. M. Rilke me han influido hasta mis tuétanos. En prosa, José Lezama Lima, Gastón Bachelard y María Zambrano conmovieron mi escritura. Pero la lista es copiosa. Soy un lector incontenible. No tengo la soberbia de llamarlos «mis maestros», les soy inferior, pero siento una gran devoción por sus obras.
–«La tanta luz confunde mis tinieblas», se lee en un verso suyo…
–Luz es una palabra que se repite mucho en mis versos, y sombras y silencio. Quizá la palabra luz me viene de la influencia martiana. No creo tener un espíritu oscuro. A veces he notado que cuando sueño, y sueño mucho mientras duermo, todo ocurre en la luz. Así es que esa palabra debe tener una trama precisa dentro de mi persona.
–Dice que escribe para ser útil…
–Quiero ser útil, de diferentes formas, a diversidad de lectores sin que me domine una labor utilitaria, sino que escribo por placer y para el placer. Lo demás es agregado.
–¿Qué experimenta cuando piensa en la palabra Cuba?
–El Amor, con mayúscula. Ella es fuente de pena y de alegría, como el amor.
–¿En qué momento cree tocar las nubes, elevarse, levitar?
–Dice Feijóo: «no quiero tener retoños de alas en mis hombros de hombre», no las tengo, y sin alas solo se puede volar en avión.
–¿Qué espera de la vida?
–Que me deje vivir más. Pero que me lo deje hacer sano y útil.
–¿Qué siente que lo engrandece?
–Ser cubano.
–¿Qué puede derrotarlo?
–La envidia ajena, y ver el sufrimiento en los ojos de los que amo.
–¿Lo que nunca haría?
–Exaltar lo demoníaco.
–¿Lo que no dejará de hacer?
–Escribir. Quiero que la muerte me encuentre con un bolígrafo en la mano.










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Gloria Amado Renteria dijo:
1
14 de febrero de 2025
19:50:18
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