Siempre hemos defendido la tesis de que, para toda buena música, siempre habrá un espacio entre nuestras preferencias. No importa que se trate de un género relativamente nuevo, que ha logrado el reconocimiento del público, o que nos llegue directamente desde las heladas tierras de Islandia. Lo importante es que cumpla con los parámetros de calidad. Entre las diferentes propuestas a las que fuimos convocados en la 40 edición del Festival Jazz Plaza, el espectáculo de la sala Covarrubias, del Teatro Nacional, con el concierto dedicado a la presentación del disco Cien Años de la Sonora Matancera Tributo, resultó un momento impresionante.
No podía ser de otro modo cuando un músico del calibre de Issac Delgado, como su productor, decidió homenajear la efeméride con el apoyo de otros reconocidos cantantes como Haila Mompié, Maikel Dinza y el colombiano Yuri Buenaventura.
En realidad, fuimos testigos del apasionado reclamo de atención hacia una sonoridad que, anclada en la sensibilidad de la Cuba profunda, nunca nos ha abandonado, aunque muchas corrientes renovadoras hayan surgido en nuestro horizonte musical. Esa lamentable decisión que tienen algunos de considerar despectivamente a estos boleros, sones y guarachas como música del ayer, fue irremediablemente, hecha añicos por la presencia de una poderosa orquesta que sonaba con una seguridad, con un acople y un virtuosismo propio para hacer brillar el desempeño de los vocalistas en piezas con arreglos del propio Dinza.
Nos hicieron la entrega de un discurso musicalizado de nuestra identidad, empeño que solo es posible con la profesionalidad del talento compartido entre Issac, Haila, Maikel y Yuri, porque traen consigo, impregnado en la piel, la autenticidad de ese añejado sabor criollo. Verdaderos clásicos como Melao de caña, Sonaron los cañonazos o El muñeco de la ciudad, impedían que nos mantuviéramos sentados al constatar, sin el menor pudor, que esa sonoridad es muy nuestra. Sorprendente también fue la sentida interpretación del conocidísimo bolero Aunque me cueste la vida, por un emocionado Buenaventura, merecedor de calurosos aplausos.
Decía Fernando Ortiz que la identidad es un proceso que se encuentra en un permanente estado de evolución. Entonces, como esos árboles que entrelazan sus raíces con las del otro más cercano, para que ninguna tormenta los pueda derribar, reconocernos en la música de nuestro tiempo, pero sin desdeñar aquella que por generaciones nos ha cubierto de gloria, constituye un valladar cultural infranqueable.
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Sergio dijo:
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6 de febrero de 2025
07:19:17
Lazaro dijo:
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6 de febrero de 2025
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6 de febrero de 2025
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8 de febrero de 2025
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10 de febrero de 2025
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