La maldita circunstancia del agua por todas partes / me obliga a sentarme en la mesa del café... lo escribió Virgilio Piñera (Cárdenas, 4 de agosto de 1912 –La Habana, 18 de octubre de 1979) en ese monumental poema de 1943 que es La Isla en peso; y aún, más de 80 años después de su concepción y a 45 de la muerte de su autor, seguimos aceptando la invitación a leer lo cubano, y maravillándonos por una visión poética en la que se entremezclan la belleza, lo críptico y lo sugerente...
Virgilio nació para escribir, a pesar de que siempre le fue un oficio arduo, que no cultivó sin dudas ni miedos. Desde su actividad literaria juvenil en Camagüey, luego en La Habana, y en los países a los que viajó –entre los que Argentina fue determinante– hasta el final de su vida, no dejó jamás de experimentar con la palabra, ya fuese en el teatro, la novela, el cuento o la poesía.
La actitud de no conformarse con ninguna fórmula, y de encontrar cauces siempre renovados para expresar sus preocupaciones existenciales, lo convirtieron en la figura central que es hoy para las letras cubanas.
En 1958 le escribía a su hermana: «Hasta ahora he escrito con la soberbia y espero ese día glorioso y amargo en que escribiré con la humildad. En ese día sabré de sobra mi destino más verdadero».
En la Historia de la Literatura Cubana, del Instituto de Literatura y Lingüística, se reconoce su papel renovador para la dramaturgia cubana: si con Electra Garrigó (1941, estrenada en 1948) abrió las puertas de la modernidad al teatro cubano, con Aire frío (1958-1959, estrenada en 1962) vigorizó el concepto de modernidad con formas dramáticas inéditas, complejas, al extremo de que resulta imposible ubicar la obra en un estilo u otro.
Según Antón Arrufat, aquel que se declaraba poeta ocasional, no solo «es el narrador y el dramaturgo que conocemos, que conocemos más deficientemente de lo que creemos o suponemos, sino un altísimo poeta, uno de los grandes poetas latinoamericanos».
Pero la noche se cierra sobre la poesía y las formas se esfuman... controversial, polémico en sus juicios estéticos, Piñera siempre tuvo enemistades e incomprensiones en el ámbito de la vida literaria.
Esa actitud vital, junto al cauce de su obra y su orientación sexual fueron razones para que se sometiera al creador de Dos viejos pánicos, (Premio Casa de las Américas, 1968) al ostracismo durante el conocido como Quinquenio Gris, una errónea aplicación de la política cultural, cuyas consecuencias, en la práctica, duraron para él más años, casi hasta el final.
No obstante, en el silencio, no dejó de escribir. De acuerdo con Arrufat, dejó tras su fallecimiento 18 cajas de manuscritos inéditos. En la citada Historia de la Literatura apuntan: «La creación literaria fue un acto de fe al que dedicó su vida, paradójica confianza en la futuridad, desde la que se le rinde el homenaje merecido».
Bajo la lluvia, bajo el olor, bajo todo lo que es una realidad, / un pueblo se hace y se deshace dejando los testimonios; y Virgilio, parte insoslayable de lo cubano, ha dejado el suyo, en una obra hacia la cual aún se tienen deudas, de lectura, de estudio.
No debe cesar la conversación con él hasta saber el peso de su isla; / el peso de una isla en el amor de un pueblo.










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