ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Archivo de Granma

Bajo el sol bayamés, cuna de valientes y soñadores, nació el 18 de febrero de 1819 Pedro Felipe Figueredo Cisneros, cuyo nombre se acortó hasta el cariñoso «Perucho», como si el destino ya previera que se convertiría en un hermano, un amigo, un símbolo para todos los cubanos. 

Su formación fue un crisol de ideas: la villa natal le brindó el alma, La Habana la mente aguda, y España, la legalidad que luego cuestionaría. En el colegio Carraguao, cuna de intelectuales, la figura de José de la Luz y Caballero, ese faro de pensamiento crítico, marcó su camino.

Regresó a Bayamo, no solo con un título de abogado, sino con un corazón que palpitaba por su tierra. Junto a su amada Isabel Vazquez y Morales fundó un hogar de 11 hijos, y junto a los hombres y mujeres buenos de Bayamo, la Sociedad Filarmónica, un centro para promocionar la cultura.

Fue Perucho un un escritor que encantaba con su pluma, publicando artículos en periódicos locales y foráneos, en los que extendía su voz. 

Pero la libertad, esa pasión ardiente que ardía en su interior, lo obligó a abandonar su hogar, Bayamo, huyendo de la sombra de la sospecha del gobierno español. En La Habana, su pluma encontró refugio en «El Correo de la Tarde» y «La Piragua», donde continuó tejiendo palabras en favor de su tierra.

De regreso a la urbe oriental que le vio nacer, reconstruyó el ingenio Las Mangas, un símbolo de progreso, un motor de vapor que reavivó la esperanza en el corazón de la ciudad. Su mente, un torbellino de ideas, buscaba soluciones para la isla, así participa en el trazado de un ferrocarril, un sueño de unión que  uniría a Cuba.

La guerra por la independencia irrumpió en la isla cual torbellino de pasión y sacrificio. Perucho, fiel a su ideal, se unió al Comité Revolucionario, un grupo de patriotas que soñaban con una Cuba libre. Cuando el grito de libertad de Céspedes resonó en Demajagua, ya estaba él al frente de la división La Bayamesa, luchando por Bayamo.

Las crónicas relatan un 20 de octubre donde la ciudad se rindió a las tropas insurgentes. En la plaza de la parroquia, sentado sobre su caballo Pajarito, el alma de Perucho compuso la letra de La Bayamesa, un himno de libertad que resonaría en las voces de los cubanos por generaciones.

No fue un acto improvisado, como se cree a menudo. Perucho había empezado a escribirla en agosto de 1867. La pulió, la revisó, la esculpió con palabras, hasta entregar la versión final a Manuel Muñoz, quien le dio vida musical.

En Guáimaro, su valentía fue reconocida y se le nombró Mayor General del  Ejército Libertador y Sub-Secretario de la Guerra.

Pero la guerra misma, esa tormenta implacable, se cobró la salud de Perucho. En 1870, enfermo, fue capturado por los españoles, quienes lo condenaron a muerte. Y ante la intención de los captores de trasladarlo en un asno al cadalso, para mancillar su honor, aquel hombre oriental ejemplar alegó que no era el primer redentor cubano en hacerlo.

Antes de la ejecución, las autoridades coloniales, desconociendo los valores de Perucho, le propusieron perdonarle la vida si hacía dejación de la lucha, lo cual fue rechazado con hidalguía por el insigne cubano, quien expresó que sentía la muerte «Sólo por no poder gozar con mis hermanos la gloriosa obra redentora que había imaginado y que se encuentra ya en sus comienzos». Y una sentencia suya fue confirmada por la historia: ¡España ha perdido a Cuba!

Su voz, sin embargo, se alzó en una última frase: «Morir  por  la  patria  es  vivir».

Perucho, el poeta que se convirtió en soldado, el revolucionario que se convirtió en héroe, nos deja un legado de libertad y patriotismo que no se apaga. Su himno, su vida, su  muerte, son un canto a la libertad que resuenan en el alma de cada cubano.

COMENTAR
  • Mostrar respeto a los criterios en sus comentarios.

  • No ofender, ni usar frases vulgares y/o palabras obscenas.

  • Nos reservaremos el derecho de moderar aquellos comentarios que no cumplan con las reglas de uso.